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viernes, 24 de abril de 2015

CHILE-LATORRE-OPINIÓN-KRADIARIO
CHILE: SER O NO SER
Por Hugo Latorre Fuenzalida

Chile atraviesa una de  esas crisis en las que se avanza o se degenera, se crea o se anula, se sale  o se hunde. Muchos países han pasado por situaciones cuya coyuntura define un futuro germinal o terminal; de hecho Chile la vivió en la década de los 70, tiempo en que los dirigentes pudieron avanzar un acuerdo social amplio o dividirse en sectarismos disolventes. Eligieron lo último y  hemos tenido que aceptar la muerte de la democracia, la que aún no se restablece- en los estándares existentes en el pasado-, hasta nuestros días.
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Cuando la ley está definiendo el mandato de unos pocos, que ciertamente defiende el interés de unos pocos, en desmedro de las mayorías, es una institucionalidad necesariamente ilegítima, opresiva y por tanto corrupta.
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Y eso es exactamente lo que tenemos en Chile desde 1973 y quedó consagrado en la Constitución del 80.  En 1988-89 se negoció una estructura jurídica que preservó los intereses y derechos de una minoría, cargando en las espaldas de las mayorías sólo las obligaciones.
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Esto pudo funcionar todo este tiempo gracias al crédito generoso de la “recuperación democrática” (en la que el pueblo puso toda su fe) y a la acumulación enorme de poder  en las élites, las que se encargaron de que no se recuperara el contra-poder organizacional que antes tuvo la sociedad, tanto en los sindicatos como en las diferentes organizaciones de base, sobre todo las poblacionales y culturales; incluso en la militancia  de los partidos se alentó la marginación y el abandono de las bases, pues las dirigencias ahora serían tributarios de otra soberanía: la del dinero.
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Igualmente,  desmontaron una a una la prensa no alineada con  las posturas de las élites más conservadoras, neutralizando por años las voces divergentes; los medios publicitarios serían los nuevos agentes de captación popular, vía una publicidad seductora, abundante y onerosa; la institucionalidad de justicia y regulación económica estuvo igualmente neutralizada, hasta hace muy poco, y el Congreso se transformó en un colchón de neutralización  y en una agencia de los intereses lobbystas y empresariales.
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Como dijo una vez el gran Tolstoi: ”El drama está en que el que tiene dinero tiene en sus garras al que no lo posee”. Y lo que se ha hecho en este tiempo es acrecentar las garras de los adinerados, dejando a su merced a las grandes mayorías. Mientras los ricos crecen a tasas del 7% interanual, el resto de la población lo hace a tasas del 0,6% interanual (en las etapas de mejor perfil del crecimiento, como lo fue la primera mitad de los 90 en Chile, y también sucede a largo plazo en las áreas donde rige el neoliberalismo). Pero, además, en las fases recesivas los ricos siguen creciendo a buen ritmo, mientras que el resto pierde el terreno ganado en las fases expansivas (ver Ffrench Davis y Piketty).
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“Tenemos que cuidar a los ricos”, enseñaba el dictador y, al parecer, esta enseñanza la aprendieron y practicaron, los dirigentes sucesivos, con fe de carbonero. Pero el problema está en que con esa lógica  cruda del capitalismo salvaje, acontece lo que sucede con los ataques virales, como su apetito de crecimiento es ilimitado, terminan por matar al huésped y finalmente mueren también los virus. Nadie duda que esta forma de crecer del mundo liderado por el neoliberalismo y su lógica de “homo homine  lupus” (Plautus), conduce a un descalabro, pues es inviable en esencia; es decir, parece viable, gozosamente viable mientras no reviente el huésped, pero el huésped debe reventar algún día. Y le sucede como al señor   de La Palice, quien un cuarto de hora antes de morir estaba vivo…y se veía casi saludable.
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A estas oligarquías posmodernas les parece que “No le valió la pena a Dios expulsarnos del Paraíso, cuando en tan poco tiempo lo han reconquistado” (Saramago). 
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Mientras que los demás “despojados, engañados, nos dejan como “ecce homo”, pueblo del dolor, tendiendo las manos….las manos humilladas hacia la limosna.” (Saramago).
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El tiempo de rectificar
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No tenemos un Pericles, un Pisistrato, un Savonarola, un Solón o un Licurgo, pero debemos inventarlos, pues debemos torcer el camino que llevamos y enfilarnos hacia una senda realmente democrática, con un Estado participativo, con una economía ecuánime, de progreso, de desarrollo (no de negocios especulativos), donde los valores éticos sean impuestos con rigor parejo por una justicia imparcial e insobornable, donde los representantes del pueblo  sean tributarios del pueblo y no del dinero que los coopta.
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Chile está a tiempo de evitar la descomposición degenerativa que vemos en muchos países que sobrepasaron la línea de la inequidad, de la injusticia y de la corrupción máxima tolerable.
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Podemos rectificar una realidad que ahora va pasando de enojosa a odiosa, que aún no es violenta, que aún no desata la furia del animal acorralado. Lo podemos hacer por la vía más humana y sensata, la de volver a manos del pueblo la soberanía, para que decida en conciencia qué sociedad desea, qué liderazgo la represente y qué moral rija su futuro.
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En este estrecho acontecer vale decir lo del penitente “”Gracias a Dios que vivo llego a tus pies”, porque en la realidad actual no hay paz ni para los vivos ni para los muertos.

Pero debemos rectificar pronto, porque en general “la vida de las naciones se hace a base  de e mucho ladrar y poco morder.”

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