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domingo, 12 de abril de 2015

BACHELET-OPINIÓN-KRADIARIO

ARTE DE VENTRÍLOCUA

Por Carlos Peña (*)

La intervención de la Presidenta Bachelet ante un puñado de corresponsales extranjeros es una de las operaciones comunicacionales más torpes del último tiempo.

Puesta frente a la necesidad de hablar y dar explicaciones, pero al mismo tiempo no exponerse a preguntas incómodas, alguien ideó la peor de las estrategias: que ella hablara a través de otro. Se organizó entonces un encuentro con corresponsales a quienes, en tono coloquial, se les explicó el caso Caval y la seguidilla de rumores que le siguieron. Como los corresponsales son periodistas -o lo que es lo mismo, infidentes de profesión-, era seguro que lo que ella dijera lo sabría luego todo el mundo. La reacción de la Presidenta tendría así el sabor y la intimidad de una confidencia, pero revelada sin que interviniese su voluntad. El mejor estilo de la Presidenta -la intimidad a la distancia- podría ser así restaurado. Y los corresponsales que la oían agradecidos por la primicia serían, sin saberlo, muñecos de ventrílocua.

En la creación literaria es frecuente ese recurso de hablar desde otro.

Borges, por ejemplo, suele usar una voz prestigiosa a la que cita -Schopenhauer, Chesterton, Berkeley son sus favoritos- para hacer saber su propia opinión. Otros autores inventan un personaje y lo hacen decir lo que el escritor no puede. Es el caso de Cervantes, quien emplea ese recurso -la invención de Álvaro Tarfe- para denunciar que el Quijote de Avellaneda es falso. En la literatura el recurso no tiene por objeto el ocultamiento sino la revelación: hablar desde otro es a veces la única forma de narrar el punto ciego de la experiencia, esa zona de la vida que el sujeto viviente no puede revelar sin sesgo.

Y el resultado suele ser espléndido. Gracias a ese recurso se sabe que la filosofía puede parecer literatura y que la ficción más extrema esconde una descripción de lo real.

Pero lo que da resultados extraordinarios en la literatura, suele ser un fiasco en la política.

Y es que a diferencia del escritor que usa esos ardides y esas trampas para desnudarse frente al lector, el político los emplea para ocultarse: para no exponerse al escrutinio del verdadero otro que es la ciudadanía o la inquisición periodística.

Cuando alguien convenció a la Presidenta Bachelet de que para exonerarse de reflexionar críticamente ante la ciudadanía -o lo que es casi lo mismo, ante la prensa que la ciudadanía lee, ve o escucha- debía reunir a los corresponsales extranjeros y dejarles ver sus reacciones, provistas de la sinceridad de quien hace una confidencia, confidencia que, sin embargo, sabe será revelada, le hizo un flaco favor a la Presidenta.

Porque lo que reveló la puesta en escena de esa conversación (puesta en escena no porque en ella se hayan vertido mentiras, sino porque la sinceridad cuidadosamente deliberada parece más mentira que verdad) son dos rasgos de su liderazgo que la Presidenta debiera revisar.

Uno de ellos es su actitud alérgica con la prensa, esa actitud huraña y distante con los medios nacionales. Es difícil explicar por qué la Presidenta no conversa con los medios y por qué en esta época de transparencia no se somete a la inevitable inquisición de los periodistas. Y es difícil porque la democracia reclama que el tamaño de la Presidencia sea compensado con la exposición a los medios.

El otro, que es quizá el reverso del anterior, es su convicción de que ella puede establecer un vínculo directo con la ciudadanía para el que no necesitaría de la mediación ni de la prensa masiva, ni de los partidos. La creencia de que las críticas son cosa de la élite y que si ella se relaciona directamente con el pueblo, la élite quedará sola y aislada.

Son dos errores obvios

La alergia con los medios alimenta la desconfianza y casi legitima la sospecha. Y la creencia en el vínculo directo con la ciudadanía es lo que en América Latina desde hace bastante tiempo se conoce como populismo: la participación emocional de la gente sin la mediación más o menos racional de las instituciones.


Son dos errores que la Presidenta, o quienes la asesoran, no debieran dejar crecer. En la literatura los errores se castigan con la indiferencia de los lectores o la acidez de los críticos; pero cuando un político o una política incurre en ellos, la vida en común es la que resulta dañada.
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(*) El autor es columnsta permanente del diario El Mercurio

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