En la historia económica de Occidente, hay algo que queda meridianamente claro: cuando las sociedades adoptan modelos de distribución e inclusión, los empresarios ganan más dinero que en los modelos concentradores.
Esto que parece absurdo se explica porque en los modelos concentradores quienes ganan en el sector empresarial son pocos, en cambio quienes ganan en un sistema de dinámica inclusiva son muchos más, por tanto la masa acumulada se expande y es mucho mayor que cuando sólo acumulan unos poquitos privilegiados al interior del mundo empresarial.
Esto es así porque cuando el Estado gasta más, o cuando se crean estímulos internos para la expansión, la sociedad demanda más, y a la vuelta del circuito económico el dinero termina llegando a las manos de los que sí pueden ahorrar, acumulan e invierten, que deben ser necesariamente los mismos empresarios.
El Estado gasta todo su presupuesto; raramente genera ahorros, excepto en períodos de ingresos extraordinarios.
Incluso en estos casos raros de ahorro público, el circuito financiero que se crea, reduce las tasas de interés, por la abundancia de capital, y vuelve a beneficiar al sector empresarial que requiere recursos para la inversión, cuando se acompaña de estímulos al desarrollo. Si no se dan esos estímulos, entonces ese capital excedentario se esteriliza o se va a servir a otras economías más proactivas.
Por eso es que la fase económica expansiva del modelo de postguerra ha sido la de mayor generación de riqueza y de más alta inversión productiva. En cambio los modelos que buscan la acumulación de papel o puramente financiera son, necesariamente, concentradores del capital, capital que si no es invertido en la economía real de producción sostenida, termina generando males especulativos y bombas de tiempo que explotan generando calamitosos resultados de corto y largo plazo para las naciones.
Este fenómeno queda ejemplificado en la economía actual si comparamos Occidente con Asia. En Occidente se ha edificado, en los últimos 40 años una economía de alta concentración financiara y poco o selectivo desarrollo industrial.
Adherido a este modelo, América Latina ha instalado una economía concentradora y excluyente, social y productivamente hablando, basada en la explotación elitesca y transnacionalizada de los recursos naturales, lo que le ha valido instaurar un esquema de acumulación especulativa de recursos con bajos niveles de inversión productiva e insuficiente tasa de generación de empleos decentes.
El excedente acumulado en el segmento financiero de los países de Occidente ha estado emigrando hacia los países que más invierten en la economía real, que son efectivamente los de Asia. Los países de Occidente han inflado la economía inmobiliaria, la de armamentos y la de recreación, pero han descuidado la de producción real y la inversión en infraestructura social y material, pues sus economías se han hecho exageradamente mercantiles y en estos casos la infraestructura se deja a manos del utilitarismo de corto plazo. Es por ello que los efectos por desastres naturales son ahora de dimensión cataclismática, fenómeno que el cambio climático, por sí solo, no logra explicar. El deterioro social comienza a asomar en las naciones ricas y se expresa en las insuficiencias en los sistemas de salud, previsión, educación, aunque todavía pueden
amortiguar sus efectos más feroces.
La otra gran veta del desarrollo occidental, ha sido la de las nuevas tecnologías. Pero estas tecnologías son cada vez más inmateriales, ocupan pocos elementos agregados de las empresas asistentes e irradian escasos estímulos al resto de la economía (multiplicador keynesiano), por lo que su capacidad de difundir o jalar, como locomotora del crecimiento, es más escasa de lo que ha sido la experiencia de las economías tradicionales. Por otra parte, estas tecnologías se han dirigido hacia un enfoque de competitividad por sofisticación acelerada, lo que les hace ser partes del alma concentradora que caracteriza al sistema occidental (informática, telemática, cinecia médica).
La virtud crecedora de las economías del Asia, radica en que vienen abordando su sistema mediante la instalación de un modelo tecnológico en abanico, es decir cultivan las tecnologías de punta, las intermedias y las convencionales, esto lo hacen dado que sus niveles de integración social y productiva muestran una heterogeneidad que exige abordar las diversas etapas del desarrollo y del consumo de manera simultánea. Esto le ha permitido hacer crecer un mercado rezagado pero con nivels de alta competitividad.
Ello explica que los asiáticos invadan los mercados de América Latina, de Africa o de la parte menos pudiente de Europa y Norteamérica.
Esos países que abandonaron la producción industrial convencional, unos por costos poco competitivos (países desarrollados), otros por razones de priorización de actividades de alta demanda externa (América Latina) y otros por carecer de modelos de desarrollo efectivo (Africa), han sido abordados por los productos de bajo precio y alta demanda popular, como son los que exportan desde el Asia al resto del mundo.
Las falencias del modelo occidental vienen quedando a la vista. Su excesiva concentración y su elitización productiva; también su especialización tecnológica e industrial, han derivado en procesos de marginación, de integración precaria y de ciclos económicos tremendamente segmentados, especulativos y de corto plazo.
En cambio Asia viene mostrando tasas de inversión que casi triplican a las de Occidente, tasas de crecimiento del PIB que también casi nos triplican y una mayor estabilidad y constancia en el crecimiento. Si bien pueden revelarse altas tasas de no integración, sobre todo en su población campesina, también es cierto que las estrategias de desarrollo impuestas están abrazando con fuerza, decisión y velocidad a esos segmentos inmensos, que forman parte de un tercio de la población mundial. Ellos van pasando de la
situación del no tener a tener; mientars que en Occidente, nuestros jóvenes y viejos, están pasando de la promesa infinita del tener que enfrentar la precariedad, la inestabilidad, cuando no la marginación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario