Por Roberto Pizarro *
La integración no marcha en nuestra región. Los esfuerzos teóricos y prácticos del visionario Raúl Prebisch han caído en el vacío. Y ello afecta a nuestro país, en particular, a la política exterior, a las relaciones económicas internacionales y cierra espacios de mercado al desarrollo industrial.
La retórica integracionista resulta insoportable ante la incapacidad y escasa voluntad de los gobiernos de la región por converger en el ámbito productivo, a lo que se agrega, en estos días, la presencia disruptiva de Milei, con su intento de distanciarse de la región, aliarse a la OTAN y establecer relaciones carnales con los Estados Unidos.
Integración en punto muerto
En primer lugar, la formación de la ALALC en 1960 no dio resultados; pero, su redefnición en 1980, bajo la ALADI, tuvo el efecto positivo de liberalizar el comercio entre los países de la región. Pero, la búsqueda de complementación industrial, de fines de los años sesenta, con el Pacto Andino, que posteriormente se convertiría en Comunidad Andina de Naciones (CAN), ha sido un fracaso. Por su parte, el MERCOSUR, como intento de ir más allá de la liberalización comercial ha vivido en permanente crisis.
Segundo, junto a la fragilidad institucional de los acuerdos de integración, ha estado presente una globalización excluyente, que dificulta la integración con su apertura comercial indiscriminada y que, en cambio, ha potenciado los lazos económicos con los países de los centros capitalistas, especialmente con la emergente economía china.
En tercer lugar, hay que reconocer una escasa voluntad política, junto a mezquinas disputas nacionales que han impedido avanzar en la convergencia económica regional. Ello fue especialmente sorprendente en la década del 2000, cuando la presencia dominante de gobiernos progresistas no favoreció la integración.
En efecto, las disputas comerciales entre Brasil y Argentina y el conflicto por las celulosas entre Argentina y Uruguay colocaron a MERCOSUR en situación difícil. El retiro, por razones políticas, de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) aniquiló el bloque subregional, mientras el presidente Chávez se embarcaba en el ALBA, que en vez de favorecer la integración ayudó a su dispersión.
Además, tampoco ayudaron los intentos institucionales “progresistas” por avanzar en la integración como la Comunidad Sudamericana de Naciones que luego se convirtió en UNASUR, hoy día moribundo, junto al ALBA y el Banco del Sur. Todas esas iniciativas han perdido vigor o han sido desahuciadas.
Paradójicamente esos gobiernos progresistas optaron por perseverar en el extractivismo, con exportaciones que crecieron vigorosamente, al calor de la demanda de minerales, combustibles y alimentos provenientes del capitalismo desarrollado y expansivo de China.
Así las cosas, y nos informa la CEPAL, la participación del mercado regional en las exportaciones totales de bienes ha evolucionado hacia la desintegración. Las exportaciones de América Latina y El Caribe que alcanzaron un histórico 21%, a fines de los noventa, ahora, se encuentran en un precario 12%. Y sobre todo, no existen iniciativas de convergencia industrial, más allá del actuar inversionista propio de los grandes capitalistas de la región.
Hay que reconocer que la elevada demanda china de productos básicos, junto al escaso interés por la integración de los gobiernos y sectores empresariales, potencia el patrón productivo orientada a la exportación de materias primas, lo que, además, se ve reforzado por los giros políticos y visiones nacionales ajenas a la integración de los gobiernos.
La irrenunciable integración
A pesar de las dificultades de la región para integrarse, la unión económica de nuestros países sigue siendo un proyecto irrenunciable. Hoy día más que en el pasado, porque los desafíos son mayores.
En efecto, la globalización, así como el proteccionismo reciente, hacen más vulnerables nuestras economías. En segundo lugar, la emergencia de China y la India como potencias productoras a bajo costo de manufacturas, dificulta el posicionamiento competitivo de nuestros países por separados. Ello agrega una presión adicional a continuar exportando recursos naturales.
Por otra parte, para salir del subdesarrollo nuestros países no pueden seguir anclados en la producción de bienes primarios y deben diversificarse. Es la única forma sustentable para atacar radicalmente la pobreza y terminar con el empleo precario.
Para mejorar la productividad y competir con los países asiáticos, esto exige multiplicar la inversión en ciencia y tecnología, y requiere de una mejor educación pública. Y, para cumplir con estas tareas el unir recursos con nuestros vecinos es insoslayable.
Esto tiene algunos requisitos. En primer lugar, las economías más potentes de la región, vale decir Brasil y México, debieran asumir un efectivo liderazgo integracionista, como lo hicieran Alemania y Francia en Europa.
En segundo lugar, nuestros países debieran reconocer y aceptar la diversidad económica y política que recorre la región. Y en tercer lugar, para hacer integración de verdad, hay que ceder soberanía, como sucedió con la Unión Europea, porque sólo así es posible desplegar políticas comunes, de beneficio mutuo.
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*Economista, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economía. Durante el período presidencial de Allende, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile. Entre 1994 y 2000, ocupó el cargo de ministro de Planificación durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Ex embajador en Ecuador y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Columnista de diversos medios informativos. Aporte de la Agencia Others News.
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