OPINIÓN POLÍTICA DE LUIS LARRAÍN-KRADIARIO
GRADUALIDAD, VENENO CON CUENTAGOTAS
Por Luis Larraín (*)
El derrumbe del Programa de la Nueva Mayoría, a la par del
apoyo a la Presidenta Bachelet, ha dado paso a la idea de que lo que hay que
hacer ahora es reducir el ritmo de las reformas de manera de atenuar sus
efectos negativos sobre la economía y el país en general. Esa sería la principal
tarea de la dupla Burgos-Valdés.
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Pero esa es una muy mala idea.
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Si una política es mala, su aplicación gradual puede ser aún
peor. Es como administrar un veneno con cuentagotas, que lo único que logrará
es hacer sufrir más al que lo ingiere.
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Lo que la izquierda no ha querido admitir aún es que su
programa para transformar la sociedad chilena es muy malo, entre otras cosas,
porque parte de un diagnóstico completamente equivocado de la realidad.
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Lo que se propuso en el programa de Bachelet fue evitar a toda
costa que la clase media chilena entrara completamente en la lógica de lo que
un destacado columnista de la plaza llama "la revolución
capitalista". Dado que hoy día la clase media representa por lejos el
sector mayoritario de la sociedad chilena, si esta termina adhiriendo al
capitalismo, estaríamos ante una derrota muy dolorosa para el socialismo.
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La izquierda radical acepta que una minoría, los ricos,
pueda tener educación privada, salud privada, previsión privada. Pero no acepta
que lo tengan las mayorías, porque eso los libera de la tutela del Estado y no
serán ya pasto de los políticos que desde el Gobierno los transforma en sus
clientes.
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Por eso el afán por destruir o confinar la educación
particular; bajarlos de los patines en el crudo lenguaje del ministro
Eyzaguirre. En el nivel escolar, se trataba de eliminar los colegios con fines
de lucro de manera de debilitar la oferta privada que había llegado a ser
mayoritariamente escogida por los chilenos, terminando además con el copago; y
de quitar a los padres y apoderados la opción de elegir el establecimiento que
entregara educación a sus hijos al regular centralizadamente el proceso de
selección.
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Y, en buena medida, lo están logrando, aunque todavía no se
nota, justamente porque el diseño es gradualista. Hoy se presenta como un logro
por el Gobierno el que más de 700 colegios subvencionados con copago pasen a
ser gratuitos y, en cambio, solamente unos cuantos pasaron a ser pagados sin
subvención. Esto era claramente predecible, porque el año 2016 se puede seguir
teniendo fines de lucro y tampoco rige la obligación de ser propietario de los
inmuebles o arrendarlos conforme a la estricta regulación del proyecto. Esos
700 y tantos colegios son cerca del 12% del total, el otro 88% continúa pensando
qué va a hacer cuando entren a regir las normas del proyecto de
"inclusión".
En educación superior también van por la gradualidad. Ya se
olvidaron de la promesa de gratuidad con que sedujeron a las mayorías. No hay
plata para eso. El objetivo ahora es otro: obligar a las universidades privadas
a doblar la cerviz y aceptar que el Gobierno les imponga cómo se tiene que
gobernar la universidad, qué criterios de selección deben usar. Es decir,
condicionar la subvención del Estado al cumplimiento de requisitos ideológicos
u de otra índole.
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En salud no hay tiempo para realizar una reforma que ataque
las princiales carencias del sector. De hecho más del 80% de los asegurados,
que están en Fonasa, no verá avance alguno en su atención. Una reforma profunda
al sistema de las isapres tampoco será posible, pero, en una de esas, el
Gobierno logra introducir el Fondo Mancomunado, que expropia parte del 7% de la
cotización, que ya no irá a financiar beneficios para el afiliado y su familia,
sino a un fondo común. Uno podría pensar que al menos eso favorecería a los
beneficiarios de Fonasa, pero la verdad es que no. Menos de mil pesos mensuales
irían a cada uno de ellos, el resto del dinero recaudado iría a cubrir el
déficit de Fonasa.
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No conocemos aún las propuestas para la reforma a las
pensiones, pero los trascendidos también dicen que parte de la cotización
podría ser "socializada", que es un eufemismo para decir expropiada.
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Así, gradualmente, el gobierno de Bachelet puede todavía
hacer mucho daño. Excepto que los chilenos alcen su voz para impedirlo.
(*) El autor escribe en El Mercurio.
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