NUEVOS DELINCUENTES-OPINIÓN-HUGO LATORRE-KRADIARIO
LA PUERTA
GIRATORIA DE LOS DELINCUENTES DE CUELLO Y CORBATA
Por Hugo
Latorre Fuenzalida
Estamos acostumbrados a las puertas giratorias
en la delincuencia llamada ”común”, es decir del carterista, ratero, asaltante
de casas, ladrón de autos y estafadores de poca monta; pero como la vida nos da
sorpresas, ahora empezamos a acostumbrarnos a la puerta giratoria de los
ladrones, estafadores y pungas de cuello y corbata…Porque, aunque no lo crea a
simple vista, el hábito no hace al monje, entonces esos que se visten de gala
cada día, suben a autos de lujo e ingresan a oficinas “super-manhattan”, se
dicen proceder de familias añejas y linajudas, no son unos caballeros de carta
cabal (¿o Caval?).
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Ahí viene el dicho de que detrás de cada
millonario hay un cadáver oculto, es decir que nadie se hace millonario de la
noche a la mañana sin dejar una huella sanguinolenta tras de esos “logros”. Es
cierto, también, que nuestros ricos nunca fueron muy honrados. El Estado ha
pagado sus cuentas por muchas generaciones y los “trabajadores” que les han
servido de abuelos a nietos, han terminado pobres y enfermos, como siguen
siéndolo hasta ahora.
Además que, eso de andar detrás del dinero
como si fuera una super-hembra, con esa morbosidad exaltada, casi oriental, es
de por sí algo patológico. El dinero es necesario para vivir, pero dedicar la
vida a acumularlo es una locura, una insensatez. Es cierto que la sociedad de
masas es una sociedad del mínimo minimorum, es decir, del mínimo moral, mínimo
cultural y mínimo económico, lo que hace que esos pobres hombres,
pertenecientes al tropel de las masas, sienta una especie de idolatría por el dinero, pues es el medio más expedito
de abandonar la cárcel de la mediocridad adocenada. La mediocridad culturan no
se puede dejar atrás en el transcurso de una vida, requiere varias
generaciones; la mediocridad moral requiere de una conversión casi paulista.
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Por tanto, lo que le queda al “pobre hombre”
es el dinero, obtenido de cualquier forma. Ya con la bolsa llena, se puede uno
comprar abogados caros, coches caros, mujeres serviles al dinero y amigos
patoteros y chuscos, al igual que el dinero mismo. Ese personaje, hijo de la
mediocridad afortunada, usan esa riqueza para tratar de avergonzar al prójimo,
que no ha podido superar la mediocridad de su condición.
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El señorío verdadero no se doblega a esa
divisa del diablo, como el mismo Dios que, hay quien dice, concede el dinero a
quienes desprecia y a quienes da por perdidos. Claro que muchos dirán que
desean que Dios los desprecie un poco, con tal que les bendiga-o maldiga-con
algo de “guita”. Lo cierto es que el señorío se relaciona con el dinero como
con el aire, no lo distingue, lo absorbe y lo expulsa con sutil naturalidad.
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Ya vemos que el dinero, como única divisa de
ascenso, contamina nuestra sociedad de manera total; como decía una intelectual
uruguaya: vivir en una sociedad en que se reúne gente fea, bruta y rica, es una
conjunción que hace muy difícil la convivencia. Y algo así nos está pasando,
porque la brutalidad humana es fea, de por sí, y combinada con la riqueza sin
abolengo ni clase, se transforma en una fangosidad moral y estética; porque el
dinero sin gusto es ofensivo: llena el espacio de bodrios y el lenguaje de
insolencias. Cuando se pierde el sentido de dignidad de la vida superior, solo
queda la corrupción de las costumbres, socavada por el interés depredador del
billete y por la ramplonería de lo material y de los gustos deplorables.
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Por eso, cuando los ricos se hacen del dinero
con malas artes, estafando al Estado y a los pobres que dependen del erario
fiscal, es porque sufren el mal de las masas avariciosas, con degradación moral
y humana. Esos ricos carecen de nobleza, pues la nobleza siempre obliga…y esta
gente, que ha robado al Estado y sigue robándole al fisco, es gente que se cree
con todos los derechos pero ningún
deber, y esa es justamente la doctrina del hombre masa, del hombre vulgar.
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Pueden educarse en universidades cristianas,
nacer en hogares católicos, pertenecer a los círculos exclusivos, pero sus
actos y sus costumbres son tan bárbaros
y ramplones como las del más malnacido de los humanos.
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Por eso es enojoso que, ahora, también comienzan a usufructuar de las mismas
granjerías que gozan los delincuentes
comunes, es decir la justicia los premia con la “puerta giratoria”, que es el
símbolo de la impunidad en una sociedad en que delinquir se transforma en la
forma de triunfar, por excelencia.
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Ya veremos que ninguno de estos ricos
defraudadores pagará con cárcel sus fechorías.
Es la puerta giratoria, que cambió de clase.
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