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jueves, 13 de agosto de 2015

POLÍTICA-CONSTITUCIÓN-COLUMNA DE GUMUCIO-KRADIARIO

LAS INCOHERENCIAS DE NUESTRO RÉGIMEN POLÍTICO Y LA HIPOCRESÍA NACIONAL


Por Rafael Luis Gumucio  Rivas

La unanimidad de los dirigentes políticos está de acuerdo en el hecho de rechazar, como un absurdo, el nombramiento de diputados y senadores como ministros de Estado y su reemplazo por personas nominadas por la directiva del partido político, correspondiente al senador o  diputado nombrado ministro.

En un régimen parlamentario es lógico que los ministros pertenezcan a la Asamblea Nacional y el Gabinete se ajuste al partido mayoritario en dicha Asamblea. En un régimen semipresidencial, como el que proponemos para Chile, el Primer Ministro deberá contar con el voto de confianza de la Asamblea Nacional, y el presidente de la república podrá disolver el legislativo y llamar a nuevas elecciones.

Nuestra monarquía borbónica es tan absurda que ni siquiera cumple con la idea fundamental del residencialismo, que consiste en la separación total entre el Ejecutivo y el Legislativo, razón por la cual los legisladores no pueden ser, a la vez y copulativamente, ministros, como  ocurre en el parlamentarismo.

Un régimen parlamentario semipresidencial se fundamenta en los partidos políticos: son ellos los que le dan sentido a este tipo de régimen político. El presidencialismo tiene características radicalmente distintas: una persona, el presidente de la república, monopoliza la casi totalidad del poder del Estado, por consiguiente, el parlamento tiene facultades muy limitadas de representación y de fiscalización. En el caso chileno el único instrumento que tiene relativo poder para controlar al monarca y sus ministros es la acusación constitucional.

Todas nuestras Constituciones, a través de la historia, se han caracterizado por la radicalización del poder monárquico del presidente de la república, disimulada con algunos instrumentos de tipo parlamentario: la reforma de 2005, firmada por todos los ministros del presidente Ricardo Lagos y aprobada por el parlamento, introdujo elementos de un régimen parlamentario, como la famosa interpelación, que queda completamente desvirtuada al no contar la Cámara de Diputados con la posibilidad de censurar al ministro interpelado.

Nadie logra entender por qué los parlamentarios constituyentes de 2005 consignaron, en la Carta Magna, que los diputados y senadores que dejaran el cargo por fallecimiento, enfermedad o por designación como ministro de Estado, fueran reemplazados por una persona nominada por la directiva de los partidos políticos.

Para qué abundar en el absurdo y abusivo que significa este peregrina idea: en primer lugar, significa un atropello a la soberanía popular, de la cual emana el mandato del representante – diputados, senadores -; en segundo lugar, se supone que los congresistas representan a distritos y circunscripciones, respectivamente, en este caso, se vulnera el principio de representación regional y local; en tercer lugar, los partidos políticos, en el mejor de los casos, pueden ser considerados como canales de opinión popular, pero en ningún caso pueden reemplazar a la soberanía popular, como fuente única del poder; en cuarto lugar, las directivas se superponen a los militantes y nombran, a su arbitrio, sin consultar con las bases al reemplazante del diputado o senador nominado ministro.

Antiguamente, la Constitución de 1925, planteó que diputados y senadores fueran reemplazados en nuevas elecciones llamadas “extraordinarias” que, en algunos casos, fueron muy importantes para medir el apoyo político al gobierno de turno, como ocurrió en la de diputados, en primer distrito de Santiago, en 1953, en que triunfó don Agustín Gumucio Vives, con el famoso “Proteste con Gumucio” derrotando, ampliamente, a Clodomiro Almeida, candidato del gobierno de Carlos Ibáñez; en 1964, en Curicó, el triunfo de Oscar Naranjo Jr. provocó el retiro de la candidatura del derechista Julio Durán, entregando los votos de liberales y conservadores a Eduardo Frei Montalva, quien fue elegido presidente, podemos decir, sin temor de equivocarnos, gracias a esta elección extraordinaria.

Hemos llegado a tal nivel de hipocresía, en que casi toda la clase política y la ciudadanía en general están de acuerdo en que la modalidad actual de reemplazo de los parlamentarios es completamente ilegítima y viola flagrantemente a la soberanía popular, sin embargo, diputados y senadores se han entusiasmado con el juego de ser nominados ministros dejando, irrespetuosamente de lado, el mandato que les dieron sus electores. A Andrés Allamand lo reemplaza el presidente de su partido, el RN, Carlos Larraín – a nadie le importa la opinión de ciudadanos de la Región de  Los Ríos, ni menos que, en materias fundamentales Allamand sea liberal y Carlos Larraín ultraconservador- ; mucho peor es el caso del reemplazo de Evelyn Matthei, Gonzalo Uriarte, que demanda ser reemplazado en su sillón de diputado, dejando muy enojados a sus colegas Iván Moreira y Edmundo Eluchans.

Chile es una especie de república de los duques de Venecia, en que una casta política se reparte, a su gusto, los cargos parlamentarios y, sobretodo, aquellos más codiciados, los de ministros de Estado. Como el cinismo es la ley primera de esta república, los padres conscriptos no disimulan que su cargo por ocho años “vale callampa” – para usar el vocabulario “académica de un ministro” - y que para aspirar a presidente de la república es imprescindible, previamente, formar parte del Ejecutivo y no de un cuerpo colegiado, completamente inútil, que posee mínimo poder, como es el caso del senado chileno.

Llegará el día en que el pueblo soberano tendrá que poner fin a instituciones autoritarias, como la monarquía borbónica presidencial, el decorativo parlamento binominal – en el cual sus miembros son prácticamente vitalicios – y terminar con el centralismo portaliano, eligiendo popularmente a los intendentes y consejeros regionales, en régimen federal. Cuando la noche es más oscura, más cercano es el amanecer de un nuevo Chile, cuyo fundamento sea una Carta Magna, auténticamente aprobada por los ciudadanía

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