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miércoles, 12 de agosto de 2015

VENEZUELA 1984 - CHILE 2015-KRADIARIO

CHIVO QUE SE DEVUELVE, SE DESNUCA

Por Hugo Latorre Fuenzalida

En los decires venezolanos, el presidente Luis Herrera Campins (1979–1984) era  hombre llanero y versado en estas sentencias populares. Una vez, cuando el presidente Jaime Ramón Lusinchi (1984-1989) reconoció ante el país con su declaración de que: “La banca internacional me engañó” (sucedió cuando Lusinchi se niega a firmar la negociación conjunta de la deuda latinoamericana en el encuentro de Montevideo, con lo cual echa por tierra una gran oportunidad para aliviar los escuálidos fondos de América Latina, y todo bajo la promesa de los banqueros internacionales de que darían trato preferencial a Venezuela, cosa que ciertamente no ocurrió). El expresidente Herrera le responde por los medios: “Tarde piaste pajarito”.
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Y creo que fue al presidente Carlos Andrés Pérez, cuando en su segundo gobierno comienza a  aplicar políticas de ajuste, de claro tinte neoliberal, lo que ocasiona el “levantamiento de Caracas”, que el presidente Herrera Campins sale con otra de sus célebres sentencias: “Chivo que se devuelve, se desnuca”. Esto, haciendo alusión a una política populista y derrochadora del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez.
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Pues bien, esto es aplicable al gobierno de la Nueva Mayoría que luego de lanzar la más audaz de las reformas que ha vivido Chile desde la dictadura, de pronto, sin mediar una crisis de proporciones, se echa pie atrás, se retracta el gobierno de sus recientes decires y se aventura en una recomposición conservadora dominada por los viejos estandartes de la Concertación y del camino de “lo posible”, de “los acuerdos”, de “los pactos”, que en el fondo no es más que la reinstalación de la vieja “Concertación” con su inmovilismo pasivo, retardatario y diletante.
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Cuando uno se propone hacer reformas de la magnitud que propuso la Nueva Mayoría, no debe andar con medias tintas en el objetivo de recaudar fondos. Por el contrario, debe asegurarse una cartera holgada, para lo cual no puede ni debe instalar reformas tributarias que dependan de los niveles de ganancias, solamente, pues sabemos que esas ganancias son cíclicas en las economías que dependen fuertemente de las materias primas. Para cualquier planificador económico debe existir un plan de recaudación (a) otro (b) y también un (c), pero siempre dejando en cada uno un margen de variabilidad excedentario sobre los ingresos.
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Lo que no se podía hacer era esto de calcular sobre el mínimo  atendible y luego quedar cortos en un 30% antes de partir con las reformas.
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Entonces, ante este desaguisado de planificación, el chivo se devuelve y pretende bajarse de la ladera empinada donde se había encaramado. Esta vergüenza, este fracaso, esta humillación se veía venir, con un ataque feroz desde el lado de los poderes instalados en el sector de la economía oligárquica y de sus servidores en el Congreso. Las voces agoreras se lanzaron como jauría a  atacar las reformas y ahora comienza la poda de lo poco o nada que se había anticipado.
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Esto significará la ruina política de la Nueva Mayoría, que no alcanzó a ser más que un estandarte electoralista, levantado y echado por tierra ante el primer cañonazo proveniente de los poderes fácticos y de las quintas columnas al interior de sus propias filas.
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Gutember Martínez y la derecha, Allamand y otros, vocean que se ha perdido la mayoría en las encuestas, y por lo tanto la ventaja obtenida en las presidenciales ya no existe, por lo que se debe anular el plan de reformas prometido. Esa interpretación sesgada de las encuestas conviene enormemente a los sectores conservadores de la Nueva Mayoría y a la derecha empresarial y política. 
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Pero esa interpretación  es esencialmente falsa, por cuanto si usted pregunta informadamente a la gente y de manera selectiva y no a bulto, si tales o cuales reformas son aceptables, el 70% le dirá que sí. Lo contrario sería pensar que los chilenos que votaron a favor de las reformas, apenas un año atrás, son unos irresponsables o unos veletas, faltos de consistencia y de consecuencia.
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Porque lo que  la gente rechaza a bulto en las encuestas es a toda la clase política, con reformas o sin ellas; la rechaza de manera transversal. Lo que la gente está expresando es un enojo e incredulidad ante cualquier acción de estos políticos, luego que se ha conocido la forma de actuar desvergonzada, corrupta, lenitiva y desprolija de todos ellos.
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La caída de la presidenta Bachelet comienza con el caso Caval y no con las reformas; juntamente con ella caen los de la derecha, por el caso Penta. Es decir, lo que hay es una impugnación a la clase política y no a las reformas, como pretende Martínez, Walker y la derecha empresarial y política. De ser las reformas la causa de la caída en las encuestas, se daría necesariamente una subida del lado de quienes se oponen a las reformas, es decir del lado de la derecha. Pero eso no acontece, por el contrario, cae tanto o más que la Nueva Mayoría.
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Eso quiere decir que no es imputable la caída en las medidas de opinión a las reformas, por mal implementadas que vayan, sino a la crisis moral del sistema político, a la crisis económica que enoja a la gente y opina con desdén y rechazo, sin diferenciar quién es culpable.
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La derecha argumenta sobre la crisis, como si esta se debiera a las reformas. Cualquiera con algo de luces sabe que esa es otra engañifa derechista, pues la crisis se viene desatando desde el gobierno de Piñera y sólo se continúa en esta etapa; se sabe que Piñera tuvo la fortuna de tomar la fase reconstructiva del terremoto del 2010 y la fase en curso de las últimas grandes inversiones mineras y de la expansión del consumo interno, lo que le proporcionó una aureola de eficiencia que su gobierno no merecía. Basta recordar el primer año y medio del gobierno de Piñera, donde el crecimiento era lento, al igual que su última etapa.
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Bien sabemos que la economía chilena funciona al vaivén de los precios de las materias primas y de los movimientos telúricos y bursátiles financieros del mundo, y también de nuestra movediza geografía.
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Pero los viejos estandartes del conservadorismo transaccionista siguen pretendiendo que en Chile siga todo igual que antes, pues todo estaba bien, a su juicio cómodo, apoltronado y bizco. Pero sabemos que si el chivo quiere devolverse, lo más probable es que se desnuque.

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