COLUMNA DE CARLOS PEÑA-KRADIARIO
EL TRAUMA DE LOS CAMIONES
Por Carlos Peña (*)
Un grupo de camioneros del sur decide venir a Santiago en una caravana que transporta los esqueletos calcinados de sus vehículos. El espectro muestra que el Estado no logró monopolizar el uso de la fuerza. Si no, ¿cómo podrían haber ocurrido esos hechos? La evidencia de esos camiones desguazados parecía merecer atención.
Pero no fue así.
El Gobierno reaccionó cercando la ciudad. Y los partidos de la Nueva Mayoría emitieron una solemne declaración denunciando que la protesta lesionaba el Estado de Derecho.
¿A qué se deben esas reacciones desmesuradas?
Pudo ser simple torpeza; pero no. Es el resultado de un recuerdo traumático.
La acción de los seres humanos casi nunca está movida por la realidad, por los hechos brutos. Casi siempre se explica por los fantasmas que esos hechos despiertan. A eso se le llama trauma. El trauma es un fantasma que se ancla en la identidad de cada uno y se agita por el recuerdo, a veces inconsciente, de un hecho al que se asocian múltiples otros significados.
Y eso es lo que le ocurrió al Gobierno. Los camioneros despertaron el fantasma: la idea imaginaria que el gobierno tiene de sí mismo y todo lo que a ella está asociado.
El Gobierno (la Presidenta en especial, pero también los dirigentes de la Nueva Mayoría) se concibe como heredero de Allende, el continuador de una obra inconclusa, parte de una posta que se habría interrumpido por la dictadura e incluso por los gobiernos de la Concertación. Esa autoconciencia (perfectamente legítima, desde luego) tiene adherida la idea (obviamente errónea) de que si hay continuidad en los anhelos del 70 y los de ahora, entonces los enemigos fácticos y las circunstancias son también los mismos. Si los camioneros condensaron toda la oposición en el 73, ¿por qué ahora habría de ser distinto?
Imaginar esos camiones desfilando frente a La Moneda, o estacionados allí, fue la realización de esa imagen fantasmática:
Nos parece altamente incoherente e inconsecuente -dijeron en una declaración oficial los presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría- que una asociación gremial que exige cumplimiento de las leyes en materia de seguridad, realice acciones que atentan contra el orden público y contra el Estado de Derecho.
Nada menos.
Si no fuera un recuerdo traumático, esa declaración sonaría simplemente absurda y tonta. Como resultado de un trauma sigue siendo absurda, pero al menos es significativa.
El incidente no solo tiene interés analítico. Es sobre todo una cuestión de relevancia política.
Porque ocurre que la conexión de significados que reveló este hecho (el gobierno de hoy es continuador del de Allende, luego los camioneros de hoy son tan golpistas como los del 73, etcétera) va más allá de los camiones. Alcanza también al diagnóstico que se hace del conjunto de la realidad. El diagnóstico según el cual la chilena es una sociedad excluyente y fracturada, acosada por una desigualdad lacerante que solo puede ser corregida mediante reformas radicales, es también fruto de ese fantasma, de esa fantasía identitaria de la Nueva Mayoría que así como le llevó a reaccionar ante una protesta de camioneros como si fuera un acto golpista, la lleva a extender al Chile de 2014 un diagnóstico que venía bien en el Chile de los setenta.
¿Cómo puede ocurrir eso?
Eso ocurre cuando no es la razón la que actúa, sino el fantasma.
Para sacudírselo de una vez (elaborarlo, diría Freud) el Gobierno y la Nueva Mayoría deben entender que continuar a Allende hoy día no significa empecinarse en concebir la realidad social como entonces se la concebía. Y es que así como la gente crece, los países también. Donde había una sociedad excluyente, hoy existe una que ha incluido como nunca antes a las grandes mayorías. Donde existía una clase pequeño burguesa amenazada, hoy existe una amplia clase media aspiracional. Donde existía la memoria olvidada de lo indígena, hoy existe una conciencia multicultural creciente. Donde había una sociedad de minorías, existe hoy una de masas. Y donde la injusticia era tan flagrante que parecía justificar la violencia, hoy nada la justifica.
Luego de esa paciente elaboración -que mostrará que Chile se ha modernizado para bien- ya no habrá nervios y el próximo paro de camioneros será eso.
Solo un simple paro de camioneros.
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(*) El autor es columnista permanente de El Mercurio
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