COLUMNA DE CARLOS PEÑA-KRADIARIO
PIÑERA, INVUNERABLE
Por Carlos Peña (*)
Hay gente que es incombustible como resultado de
la virtud que cotidianamente exhibe. Nada les hace mella porque nada desmiente
lo que proclaman. Otros son invulnerables porque han ejercido casi toda la gama
de virtudes y han rozado casi todos los defectos de lo humano. Nada los daña
porque nada en ellos resulta sorprendente.
Este último parece ser el caso del ex Presidente Sebastián
Piñera.
La tradicional relación entre el arte de hacer dinero y el
arte de la política que su trayectoria muestra (confirmada esta semana por la
vinculación entre Bancard y el caso Soquimich) no parece dar motivo a escándalo
alguno.
Sorprendente.
Mientras basta cualquier tímida vinculación entre un
involucrado en el caso Soquimich o Penta y algún político para que el escándalo
estalle, su prestigio resulte dañado, su confiabilidad desmedrada y su palabra
dudosa (son, por ejemplo, los casos de la Presidenta Bachelet , el candidato
Marco Enríquez-Ominami y el candidato Andrés Velasco), nada de eso ocurre con
el ex Presidente Piñera.
En su caso (a diferencia de lo que ocurre con Bachelet,
Velasco o M-EO) nada parece resultar escandaloso. De una extraña manera él
parece estar vacunado contra el desprestigio.
Es cosa de mirar los hechos para advertirlo.
Uno de sus subsecretarios (Wagner) recibía sumas periódicas
de una de las empresas Penta reguladas por el gobierno que él dirigía; otro de
sus empleados (Jaime de Aguirre) recibió dinero de donaciones electorales en
pago por su buena gestión televisiva en Chilevisión (controlada entonces por
Piñera); y ahora su administrador electoral y al mismo tiempo gerente de
finanzas de Bancard, controladora de Bancorp (Santiago Valdés), será
formalizado por la fiscalía como consecuencia de operaciones fraudulentas.
Al lado de todos esos casos con los que el ex Presidente
Piñera se ha visto vinculado, los de la Presidenta Bachelet, ME-O o Velasco
parecen un detalle minúsculo: apenas una leve brizna al lado de un espeso
pastizal.
¿Por qué entonces el escándalo y la crítica que generan los
casos más leves no se repiten proporcionalmente en estos casos más graves en
los que el ex Presidente se ha visto vinculado?
La paranoia -que en Chile parece plaga- ayudaría a insinuar
que él está protegido por complicadas redes, por dos o tres medios de
comunicación -el famoso duopolio- que protegerían sus mismos intereses.
Pero las cosas no son así.
Ninguna conspiración lo protege. El ex Presidente Piñera
está protegido por sí mismo.
Cada ser humano es juzgado por las expectativas que su
conducta y su discurso sembraron en los demás. Así, cada ser humano es, a fin
de cuentas, víctima o héroe de sí mismo. Todo depende del comportamiento que
los demás esperan de él y que él mismo alentó.
Un santón riguroso, que pide de todos un comportamiento
escrupuloso en todos los aspectos de la vida, fidelidad en sus relaciones
afectivas, ascetismo en el consumo, manejo contable y público del dinero,
cuidado de las reglas del tránsito y sinceridad en el póker, caerá al menor
tropiezo.
Un pícaro oportunista, alguien que sabe aprovechar la
constelación de las circunstancias, tomar ventaja de las debilidades ocasionales
de sus competidores, saltarse las reglas cuando nadie vigila, y hacer gala de
todo eso, no caerá nunca, puesto que en el radar de la opinión pública ningún
acto suyo resultará sorprendente. Se produce así la máxima paradoja, que es
habitual en la política. Frente a un mismo hecho (las vinculaciones al caso
Penta o Soquimich), el que posee el peor comportamiento previo es quien tiene
menos riesgo de salir dañado.
Eso es exactamente lo que explica que el ex Presidente
Piñera, a pesar de su comportamiento que parece esmerarse en tropiezos y en
picardías de variada índole -¿será necesario recordarlos?-, no se ha visto, en
el tiempo reciente, involucrado en escándalo alguno, a pesar de que las
vinculaciones entre los actos que la fiscalía reprocha (v.gr. los de Valdés) y
los suyos son harto más cercanas que las que se han reprochado a ME-O o a
Velasco.
Y es que las cuentas de la virtud pública nunca cuadran
bien.
Son las ironías de la vida y de la política.
(*) El autor es columnista estable de El Mercurio.
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