OPINIÓN POLÍTICA
¿LOS FUNDAMENTOS CONSERVADORES DEL PODER?
Por Hugo Latorre Fuenzalida
En el actual debate sobre las reformas estructurales queda
muy claro que nuestra sociedad es tremendamente conservadora. Pero estas
palabras no deben llevar a engaño, pues lo que es esencialmente conservador es
el espacio del poder. No toda la sociedad.
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De hecho los jóvenes, desde los “Pingüinos” hasta los del
2011, reflejan un malestar con lo que se conserva desde la dictadura que no
puede ser desmentido. Los trabajadores de la salud también se oponen a las concesiones
hospitalarias, por representar lo que representan: una intromisión corrupta del
poder económico en un servicio de derechos humanos. Los ciudadanos del sur se
rebelan contra el arrasamiento de sus ríos y paisajes por instalar unas
hidroeléctricas que servirán a las regiones del norte del país, lugar en que
proliferan las explotaciones mineras transnacionales que nada deja a Chile, PERO sí piden todo tipo de
granjerías para su maximización de ganancias.
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Pero la realidad es contradictoria, pues la base electoral
que legitima el poder es de clase alta y de edad avanzada. Curiosamente los
jóvenes, que ahora tienen derecho a voto automático, simplemente no votan, no
lo quieren hacer. Lo más probable es que ignoren el potencial de cambio que
implica el votar. Con sólo concurrir a
las urnas podrían realizar las transformaciones de toda la estructura vigente,
que es la causa de tanto malestar entre sus miembros.
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Ni siquiera los jóvenes universitarios, que se supone tienen
más conciencia, se toman la molestia de
dejar su huella en pro del cambio que piden y requieren.
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Entonces van a votar los viejos y las personas del barrio
alto, también los de clase media, esa llamada “aspiracional”, que siempre le
temen a todo lo que amenace su precario ascenso social.
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Es decir que nuestro
sistema se legitima con poco más del 40% del universo electoral, que son
justamente la parte del universo
que es refractaria a los cambios, ya sea
por anquilosamiento intelectual, moral o físico. Los otros que no quieren modificar nada, son aquellos
que creen a ciencia cierta que la riqueza de un país debe pasar por sus propias
cajas de fondo, de lo contrario no es legítima. En consecuencia eligen su
guardia pretoriana en el Congreso y en los medios de comunicación, en los
tribunales y hasta en las Fuerzas Armadas. Con eso se aseguran que si los votos
hablaran y reflejaran la voluntad mayoritaria del pueblo, tampoco fuesen
realmente efectivos en amenazar sus intereses.
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Cuando se aprobó la inscripción automática y el voto
voluntario, los agentes del poder sabían perfectamente que el 70% de los nuevos
inscritos son jóvenes que “no están ni ahí” con la política, simplemente porque
la política nunca les dio la hora; simplemente los abandonó y los dejó
corromperse en las poblaciones marginales de las grandes ciudades de Chile.
Ellos sabían que esa era una generación perdida, sumida en la droga, el
alcohol, la delincuencia y el consumo marginal e ilusorio.
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En consecuencia, la plana política que acompañó a la presidenta(e)
Bachelet, que llegó con el discurso eco de los movimientos sociales, contienen
en su nueva denominación un viejo personaje: “la Concertación”. El nuevo hábito
no puede ocultar las adoraciones del viejo monje.
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Al interior de la “Nueva Mayoría” vienen haciendo procesión
las mismas viejas beaterías de la “Concertación”. Esa misma clase política que
canta himnos al modelo pinochetista, que enciende cirios al lucro y que se
hermana en muchas corruptelas que delatan su adelgazamiento moral.
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No es de extrañar entonces que la cabra se vaya para el
monte apenas comience la caminata.
Luego de la fiesta electoral, “vuelve el rico a sus riquezas y el señor cura a
sus misas”, como dice la letra de una siempre aleccionadora canción popular.
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Pero, para más, los agentes intempestivos de los cambios
estructurales, resultaron ser unos improvisadores cuenta cuentos. Mucha voluntad y poca
sustancia. No se prepararon para algo tan grande como hicieron creer a los
inocentes. No saben por dónde partir ni dónde llegar. Lo de Transantiago, Tranessbio,
transEFE y tantos otros “trans” que se
han dado, se repiten en el tiempo como una fatalidad.
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Ahí uno comprende de porqué pueden meter las manos en la
reforma tributaria gentes como Zaldívar
y exministros de Piñera, que entregan finalmente una “ostia” que el
Congreso se traga integralmente y el gobierno pone cara de sabia reconciliación
para con los “Amos del valle”. Si hasta los empresarios se ufanan de ser
“padres de la reforma”.
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Por eso, desde la reforma educacional se comienza a arrancar
las hojas de la Margarita frente a cada uno de los actores y de los intereses
comprometidos: ¿Me quiere la Iglesia Católica? ¿Me quiere la Iglesia
Evangélica? ¿Me quiere la Asociación de empresarios privados de la educación?
¿Me quieren los estudiantes?
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Pero en este deshojar Margaritas no aparece ninguna claridad
sobre los objetivos y tiempos de las reformas. Las cosas que se hablan en la
educación son tan comprometedoras, que para abordarlas con solvencia se
requiere un plan de acción tan tremendamente riguroso, extenso e intenso que,
piensa uno, sobrepasa largamente las capacidades expuestas por estos
improvisados reformadores.
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Piense sólo en cómo sacar de un medio que des-educa a una
población inmensa de jóvenes que viven en la marginalidad: sin más cultura que
la incultura, sin más mérito que el sobrevivir
en la adversidad física y moral.
Si queremos dar igualdad de oportunidades a esa gran masa de jóvenes marginales,
en primer lugar deben ser sacados de ese medio, que es lo más antagónico al
propósito de educar, separarlos, aislarlos y darles un ambiente que les permita
superar aquello que los jala hacia abajo, hacia el vicio, la violencia, el odio
y la desesperanza. Sólo ese paso cuesta todo lo que se ha recaudado para
educación con la mentada “reforma tributaria”.
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Porque la mala educación en Chile tiene un sesgo de
segregación social indesmentible, como también la mala salud o la mala
justicia. Si no se saca la mochila social que llevan los jóvenes de Chile, no
habrá real y efectiva reforma educacional.
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Finalmente se debe decir que al interior de la “Nueva
Mayoría” se comienza a ver el movimiento, producto de los animalitos que
comparten el saco: perros y gatos; ambos carnívoros pero cazadores de presas de distinto tamaño. La DC
defiende el alimento del que se ha venido nutriendo desde que abandono la
decencia, esa que impone la separación
entre los interese privados y públicos; el PC, que se alimenta de sobras,
mantiene la defensa de glorias testimoniales pasadas, que le obligan a maullar
y sacar garras, pero que todos saben que en el mundo ya tienen las uñas y los
dientes limados y que sus aspavientos
sólo sirven para mantenerse dentro del saco y no se les lance al foso.
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