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Intentar de nuevo una dosis de Verdad y Justicia
Por René Saffirio
Cuando faltan pocos días para recordar los 40 años del golpe
militar y el inicio de una de las dictaduras latinoamericanas más feroces que
haya conocido nuestra historia, no quiero seguir escondiendo los recuerdos de una
vivencia que, al menos en lo personal, está tan llena de tristeza, dolor y
angustia como de sueños, esperanza y compromiso por la vida.
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Son relatos de víctimas, búsquedas incesantes, lugares, sonidos, imágenes, golpes de metal y secuencias que difícilmente podré olvidar al igual que mi pequeña oficina de abogado de la Vicaría de la Solidaridad en un modesto edificio que bautizamos como “El Arca de Noé”, en mi ciudad, Temuco , cuando apenas empinaba mis 23 años de edad allá por el 78.
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Son relatos de víctimas, búsquedas incesantes, lugares, sonidos, imágenes, golpes de metal y secuencias que difícilmente podré olvidar al igual que mi pequeña oficina de abogado de la Vicaría de la Solidaridad en un modesto edificio que bautizamos como “El Arca de Noé”, en mi ciudad, Temuco , cuando apenas empinaba mis 23 años de edad allá por el 78.
Es por eso que, ante semejante carga emotiva, impresiona la
frialdad con que civiles y uniformados que formaron parte y apoyaron la
dictadura intentan escudarse en inaceptables excusas para no asumir
responsabilidades y mucho menos para pedir perdón, y, con eufemismos ridículos,
se niegan a pronunciar la palabra dictadura, como si de esa forma se pudiera
eliminar, los detenidos desaparecidos y 17 años de la historia de Chile.
Hace unos días, escuchamos a la candidata presidencial de la
UDI, Evelyn Matthei decir que no tenía por qué pedir perdón. Una mujer que tuvo
información privilegiada y que si bien tenía 20 años al momento del golpe, fue
cumpliendo años a medida que avanzaba una dictadura que se prolongó por 17 años
y que bien pudo haber levantado la voz para defender los derechos humanos de
los detenidos, desaparecidos y ejecutados políticos. Y así, hay muchos otros.
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El perdón a tirones tiene un sabor amargo. La verdad es que
me cuesta creerles cuando reclaman inocencia, por acción u omisión, cuando
argumentan, con cara de sorprendidos, que jamás supieron lo que estaba
ocurriendo en Chile, que nunca escucharon de la represión desatada.
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Aún, en silencio o a gritos, después de 40 años, la palabra
dictadura resuena y representa para muchos un capítulo oscuro y tenebroso que
vivimos con miedo y horror. No hay libreto que pueda contener todo lo ocurrido,
no hay libro, película o canción que pueda narrarlo a cabalidad y logre
contener los sentimientos acumulados en el tiempo.
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Pero, sin duda, hoy podemos mirar hacia el futuro con
sensaciones distintas. Con esperanza y compromiso, para que, como han dicho
millones, nunca más en Chile vuelva a pasar por algo así.
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Porque no sólo hay lecciones aprendidas, sino un profundo
convencimiento de lo importante que es defender y perfeccionar nuestra
democracia y los derechos humanos desde la mejor de las trincheras: desde la
paz y el respeto.
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Los espacios de libertad deben defenderse siempre y
protegerlos como el aire.
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Ahora que, después de 40 años, el sonido de la metralla, de
motores de helicópteros nocturnos amenazantes, de golpes madrugadores de
puertas, de muros de tu casa rayados por el odio, de condolencias recibidas por
tu propia defunción, y el relato ahogado de víctimas aterradas han quedado en
el olvido.
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Ahora, como nos demanda Benedetti, tenemos que
recuperar la risa, ensayar un canto y extender las manos, desplegar las alas e
intentar de nuevo… una nueva dosis de Verdad y Justicia.
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