LOS FRUTOS DICTATORIALES PERMANECEN A 40 AÑOS DEL GOLPE
Por Felipe Portales
Para vergüenza nuestra, a 23 años del fin de la dictadura
debemos constatar que sus frutos institucionales permanecen vigentes. En
efecto, el conjunto de “modernizaciones” impuestas por el régimen pinochetista
en la década de los 80 y que configuraron un nuevo Chile neoliberal, no solo han
resistido el paso del tiempo sino que se han consolidado como producto de
nuestra “democracia”. Lo que se impuso a sangre y fuego durante 17 años fue
luego legitimado pacíficamente por los 20 años de gobiernos de la Concertación.
Para vergüenza nuestra, con pequeños ajustes que
consolidaron su esencia, seguimos sufriendo las mismas estructuras que se nos
impuso con extrema violencia: El Plan Laboral; las AFP; las ISAPRE; la
LOCE-LGE; la Ley de concesiones mineras; la Ley de universidades; sistemas
financieros y tributarios hechos a la medida de los grandes grupos económicos;
servicios públicos privatizados; leyes que neutralizan las juntas de vecinos,
los colegios profesionales y el movimiento cooperativo; etc.
Y parecemos no darnos cuenta que aquello nos configura
como una sociedad extremadamente injusta y, en último término, violenta.
Precisamente el objetivo de la violencia represiva y del terror institucional
desarrollado por la dictadura fue “acondicionar” a la sociedad chilena para
imponerle un modelo económico, social y cultural que era naturalmente imposible
de ser aceptado democráticamante.
Esto lo ha reconocido crudamente Andrés Allamand en su
libro La travesía del desierto: “El gobierno militar chileno realizó una
transformación económico-social de alcances fenomenales (…) ¿Qué hubo tras la
decisión de Pinochet? (…) Para mí, una gran demostración de liderazgo y coraje
político para mantener firme el timón cuando el mal tiempo arreciaba (…) El
modelo (económico) le aportaba una propuesta coherente y de paso le brindaba
una coartada para el ejercicio prolongado del poder: si el gobierno chileno no
se hubiera embarcado temprano en un proyecto de transformación de gran
envergadura, jamás habría podido sostener aquello de las ‘metas y no plazos’.
Una revolución de esa magnitud –eso es lo que era- necesitaba tiempo. Desde el
otro lado, Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aun más
valioso: el ejercicio sin restricciones del poder político necesario para
materializar las transformaciones. Más de alguna vez en el frío penetrante de
Chicago los laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile
deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿ganará alguna vez la
presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenían ese problema”
(Edit. Aguilar, 1999. pp. 155-6).
Por cierto, el “ejercicio sin restricciones del poder
político necesario para materializar las transformaciones” constituye un
elegante eufemismo para referirse a las desapariciones forzadas, las
ejecuciones extrajudiciales, las torturas, las detenciones arbitrarias, los
campos de concentración, el exilio, etc. Pero lo notable es el virtual
reconocimiento de Allamand de que las violaciones a los derechos humanos
constituían un medio necesario para implantar en Chile la nueva sociedad a que
aspiraba la derecha.
Conscientes de que en un escenario efectivamente
democrático dicha imposición sería sustituida, se entiende que la derecha y
Pinochet impusieran igualmente una Constitución falsamente democrática y que
contenía disposiciones que hicieran prácticamente imposible su transformación
sin el acuerdo de la derecha minoritaria. Lo que sí estuvo más allá de sus
previsiones fue el giro copernicano experimentado por el liderazgo de la
Concertación a fines de los 80 y que lo llevó –en palabras de Edgardo
Boeninger, su eminencia gris- a una “convergencia” con el pensamiento económico
de la derecha; y “convergencia que políticamente el conglomerado opositor (la
Concertación) no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile.
Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997, p. 369).
Esto último explica el comportamiento concesivo solapado
llevado a cabo por los sucesivos gobiernos de la Concertación y que se tradujo
en la consolidación del modelo económico-social impuesto por la dictadura.
Comportamiento cuyos principales elementos han sido el regalo de la mayoría
parlamentaria a la futura oposición de derecha efectuado con las reformas
constitucionales de 1989; el cambio del concepto de democracia que culminó en
2005 con la asunción de la Constitución del 80 como propia; la autodestrucción
de todos los medios de comunicación escritos que laboriosamente se habían
forjado en dictadura; la neutralización o privatización de los canales de
televisión (TVN y el canal de la Universidad de Chile) que pudieron haber
aportado a una real democratización del país; y la mantención de la atomización
social impuesta por Pinochet. Con el tiempo, los gobiernos de la Concertación
han demostrado abiertamente su subordinación a la derecha económica, lo que se
ha reflejado en el notable aumento de las privatizaciones o concesiones de los
servicios públicos; en el gigantesco desarrollo de la gran minería del cobre
privada; en el incremento del poder de los grandes grupos económicos y en la
desigualdad en los ingresos; y en la omisión del gobierno de Michelle Bachelet
en utilizar su mayoría parlamentaria de quórum calificado para cumplir con los
compromisos de profundos cambios del sistema económico proclamados por la
Concertación en 1989. Mayoría que solo no le alcanzaba para sustituir la LOCE y
la Ley de Concesiones Mineras.
Y pese a que, en general, se ha conservado el discurso
centroizquierdista engañoso del liderazgo concertacionista; no han faltado
deslices en que han incurrido algunos connotados dirigentes, los que por cierto
no han tenido consecuencias negativas para las carreras políticas de sus
autores. Entre estos se destacan los de Alejandro Foxley: “Pinochet (…) realizó
una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha
habido en este siglo (…) Hay que reconocer su capacidad visionaria (…) de que
había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es
una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que ha
pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el
modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo
creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar” (Cosas
5-5-2000). Y los de Eugenio Tironi: “La sociedad de individuos, donde las
personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la
maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las
conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas
las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún
gobierno, líder o partido (…) Las transformaciones que han tenido lugar en la
sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte
liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no
podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de
las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes
lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las
masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo; Edit. Grijalbo,
1999, pp. 36, 60 y 162).
Asimismo, todo lo anterior se ve ratificado desde la otra
vereda por los panegíricos hechos al liderazgo de la Concertación por
destacados empresarios, economistas e intelectuales de derecha, tanto
nacionales y extranjeros. Entre muchos otros, el del entonces presidente de la
Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, quien señaló
respecto de Ricardo Lagos: “Mis empresarios todos lo aman, tanto en APEC (Foro
de Cooperación de Asia Pacífico) como acá (Chile), porque realmente le tienen
una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve
ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La
Segunda; 14-10-2005). O el del connotado empresario y economista, César Barros,
quien calificó a Lagos en su último día de gobierno como “el mejor Presidente
de derecha de todos los tiempos” (La Tercera; 11-3-2006). O el del destacado
cientista político, Oscar Godoy, quien consultado en 2006 si observaba un
desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de
apropiarse del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un
motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente
cuando consigue la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la
Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como
liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica
liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).
Pero quizá el más elocuente de todos es el testimonio del
segundo economista -después de Milton Friedman- más importante de la escuela de
Chicago, Arnold Harberger: “Yo asistí en Cartagena a una reunión de la
Asociación de Bancos de Colombia, y cuando llegué estaba hablando Ricardo
Lagos, ex presidente de Chile. Y él estaba dando las lecciones de economía, de
regulación bancaria, y no pude encontrar ni una frase que no hubiera sido
pronunciada por un profesor de Chicago en mi tiempo ahí, pura economía, no más.
Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas
difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros… yo creo que ha habido
una gran evolución de la política económica en Chile durante el período del
gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin con
Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo que los gobiernos
anteriores, y eso ha seguido hasta hoy día que yo sepa” (El Mercurio;
19-12-2010).
Tampoco, al día de hoy, hay indicadores sólidos de una
efectiva reversión del derechismo del liderazgo concertacionista. Michelle
Bachelet, ¡incluso como candidata!, ha descartado el único camino idóneo para
establecer una Constitución democrática en nuestro país en el contexto ya
indicado de la inflexibilidad de la Constitución del 80: una Asamblea
Constituyente. Y el conjunto de dicho liderazgo, luego de casi cuatro años de
que todos los diarios y canales de televisión han sido controlados por la
derecha económica, ¡no se ha quejado en lo más mínimo respecto de esa
situación! Es claro, sus principales líderes son casi diariamente entrevistados
por los medios del duopolio y por los diversos canales…
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