MÁS ALLÁ DE LA IMAGEN, EL IDEARIO MERKEL
Por Rafael Poch
Desde Berlín |
A Merkel se le reconoce su arte por hacerse pasar por una
persona corriente y sin la menor ínfula de poder. Por si quedaran dudas, de vez
en cuando se pasea por los supermercados de la estación de Friedrichstrasse o
de la Wilhelmstrasse, comprando naranjas y limones -nunca papel higiénico- en
una estudiada espontaneidad que vende muy bien.
Cuando se le pregunta por su trabajo de jefa de gobierno
responde simplemente: "Me gusta, me divierte". Al pedir el voto dice:
"Les invito a votar por la CDU porque me gustaría seguir siendo su
canciller". Un discurso tranquilo y casi despolitizado.
Merkel es una especie de estrella pop de la política, señala
la revista Cicero. "Convierte el poder en un asunto poco espectacular y
esto gusta a muchos alemanes", observa el comentarista Heribert Prantl.
Para un político, un diez en imagen. Pero, más allá de la imagen, ¿qué hay?
Esa canciller aparentemente mansa oculta una inequívoca
habilidad de animal político demostrada tanto en la escalada hacia el poder,
dejando en la cuneta a jefes, barones y rivales de su propio partido como
Helmut Kohl, Wolfgang Schäuble, Friedrich Merz, Roland Koch, Norbert Röttgen y
Christian Wulff, como sobreviviendo sin mojarse a la caída de sus ministros más
queridos salpicados por diversos escándalos y derrotas: Franz Josef Jung,
Karl-Theodor zu Guttenberg, Rainer Brüderle, Norbert Röttgen y Annette Schavan.
El resultado de esa discreta pero feroz habilidad es que en su partido ya no
queda una sola figura de reserva capaz para poder competir con ella. Bajo esa amable estrella
pop, late una fiera. ¿Y su línea política?
En Alemania se ha cultivado el mito de una Merkel casi
socialdemócrata, que tiende a lo social. La realidad es más bien que el trabajo
sucio en materia de recortes sociolaborales e involuciones se lo hicieron sus
adversarios del SPD y los Verdes cuando estuvieron en el gobierno entre 1998 y
el 2005. En ese ámbito Merkel ha vivido de rentas. Como, además, es una
política perspicaz que conoce el estado de ánimo de la sociedad, su desagrado
hacia la creciente desigualdad, el belicismo y la energía nuclear, se adapta de
forma hábil y pragmática a ese sentir.
Bajo los dos mandatos de Merkel apenas se han apretado los
tornillos de recortes e involuciones -al revés, se ha propiciado la imagen de
una mayor orientación social, especialmente desde el Ministerio de Trabajo que
dirige Úrsula von der Layen-. Se ha dado un giro de 180 grados en materia de
energía nuclear, suscribiendo el apagón nuclear definitivo para el año 2022,
que antes se anuló.
El motivo no fue una paulatina caída del caballo por
Fukushima que le iluminó repentinamente el rostro. Lo que el accidente japonés
reveló a Merkel fue otra cosa: que no podría volver a ser canciller de Alemania
si no rectificaba. Y en cuanto a Libia o Siria, lo mismo: se hace lo mínimo
para no irritar el antibelicismo y pacifismo de los alemanes. Si de ella
dependiera, la actitud sería otra, como dejó claro con motivo de la guerra de
Iraq, cuando, desde la oposición, apoyó a George W. Bush, a quien el entonces
gobierno de socialdemócratas y verdes dejó en la estacada al negarse a
participar abiertamente en aquel mortífero desastre.
El ex Canciller "Willy Brandt arriesgó su posición de
poder con la Ostpolitik, Schröder arriesgó la suya con la Agenda 2010, con
Merkel es impensable algo así", dice el veterano político socialdemócrata
Erhard Eppler.
Así pues, tanto en materia de imagen como de táctica, hay
pocas dudas con Merkel: es muy hábil y pragmática. Pero, ¿cuál es su ideario? Una
observación detenida de la canciller revela cuatro o cinco ideas centrales
bastante primitivas.
En primer lugar, una obsesión por el tema demográfico, tanto
con respecto al mundo, donde su mensaje sería en Alemania, y en Europa, somos
muy pocos, cada vez menos, y nos van a comer los chinos y los indios, como
respecto a la política social: al ser menos y más viejos hay que recortar y
jubilarse antes.
La demografía de Merkel, cuyas proyecciones son discutibles
(en el 2012 la población alemana no decreció, sino que aumentó en 196.000
personas), se utiliza como argumento para introducir políticas neoliberales de
desmonte social. Lo mismo ocurre con su observación, repetida una y otra vez,
en materia de 7/25/50: "En Europa somos el 7% de la población mundial,
producimos el 25% del PIB mundial y gastamos el 50% del coste social
planetario". Evidentemente, eso no es sostenible en un mundo que es visto
como mercado y reducido a la competencia de unos países y bloques contra otros
y en el que la propia prosperidad solamente puede alcanzarse o mantenerse a
costa de la ruina o desgracia de los competidores.
"Piensa más en términos nacionales que europeos y más
como fundamentalista del mercado que en términos solidarios", dice Stephan
Hebel, autor de un libro crítico sobre la canciller.
El mundo de Angela Merkel refleja una considerable simpleza,
cuando no ignorancia. "Los cristianos son la comunidad confesional más
perseguida en el mundo", dijo en noviembre, en el congreso anual de la
Iglesia evangélica. El problema palestino tiende a reducirlo a "los
cohetes de Hamas", como dijo en una conferencia de prensa en diciembre. La
situación de la mujer le deja manifiestamente indiferente. La desigualdad es
relativizada: confrontada ante el hecho de que uno de cada seis alemanes esté
ante el riesgo de exclusión social y pobreza, responde que "la idea de
pobreza es muy elástica" y que el sistema de ayuda social Hartz IV, que
desde la reforma del 2003, por primera vez ya no garantiza la cobertura de
necesidades vitales básicas, "es excelente".
La idea central del pensamiento merkeliano es la
competitividad. La democracia debe adaptarse a ella. Es la idea que contiene su
concepto estrella, "Democracia acorde con el mercado" (Marktkonforme
Demokratie), que desde que fue declarado "palabrota del año" por un
gremio de filólogos, ha dejado de utilizar, sin dejar de aplicarlo
intensivamente en Europa. "En lugar de rodear y limitar democráticamente
el mercado, la democracia debe ser recortada de acuerdo con el mercado",
exclama el comentarista Götz Eisenberg. Una maestra de la imagen, una hábil
política en tácticas de poder, pero también otra rutinaria figura europea,
enemiga del riesgo, sin imaginación ni proyecto, cuyo pensamiento político
inequívocamente conservador no está muy alejado del de aquella Dama de Hierro
británica de insigne memoria.
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