6-9-2013-KRADIARIO-EDICIÓN
N°869
DE FECHAS, CELEBRACIONES Y FRACASOS
Por Jorge Fernández
Es sabido que los triunfos se celebran y las derrotas se
conmemoran. Es lo que sucederá el próximo 11 de septiembre, fecha de tres
fracasos históricos: del régimen democrático en Chile, de la lucha contra el
terrorismo en Estados Unidos y la caída de Barcelona en manos del ejército
borbónico.
Pero esas no serán las únicas conmemoraciones que habrá este
próximo 11. Ese miércoles, una cadena humana cubrirá Cataluña en una gesta
masiva, una más en el largo camino hacia la independencia, reeditando así la
movilización que en 1977 repletó las calles de Barcelona.
Año a año los chilenos revivimos nuestras peores pesadillas
y el horror de episodios que nunca creímos posibles.
Porque en verdad nunca pensamos que ese choque de ideologías
antagónicas, ubicadas en las antípodas del pensamiento político y acicateadas
por los dos grandes bloques internacionales, nos llevaría a lo que llegamos.
Eso de la dictadura del proletariado solo convencía a los más afiebrados de
ambos extremos.
Aunque el menosprecio de muchos por el sistema democrático
provocaba innegables temores a la luz de otras experiencias internacionales, no
logramos dimensionar en toda su magnitud el odio que creció en ciertos grupos,
aquellos que perdieron privilegios económicos y venían siendo menoscabados
desde la reforma agraria.Tampoco la contribución que a ese ambiente crispado
hizo el infantilismo revolucionario de los que fanfarroneaban con la revolución
o los que intimidaban hablando de guerra civil.
Consignas como ” avanzar sin transar” y una cierta
frivolidad de muchos políticos en la conducción llevó al fracaso del diálogo
impulsado por quienes creían que había llegado la hora de una salida política
negociada. Pero esa incapacidad de los dirigentes de la época, incluso la
violencia que se apoderó de las calles, no justifica el uso del terrorismo de
Estado, especialmente cuando el país ya estaba controlado por las Fuerzas
Armadas
Característico de este país, entre la derecha y oficiales
golpistas subsistía una mirada clasista con profundo desprecio por la masa
popular. Dichos como “upelientos” para calificar a quienes apoyaban al régimen
fueron luego parte del discurso oficial, utilizando incluso calificaciones como
“humanoides”. Así, despojados de toda dignidad, se hacía más fácil el trato
inhumano.
La derrota ante el terrorismo le costó a los Estados Unidos
más de tres mil civiles inocentes muertos en los atentados del 2001. Nuevo
motivo de asombro en esta fecha ya marcada por la fatalidad. El ataque lo
vivimos minuto a minuto en la televisión. Una vez más la realidad superaba la
fantasía y el fanatismo religioso llegaba a extremos que remecen en lo más
profundo la fe en el ser humano. Los bárbaros con ropajes de creyentes
manipulando la fuente de su fe para adecuarla a sus oscuros objetivos.
En ambos casos fuimos testigos. En Chile, porque
pertenecimos a esa generación de jóvenes a los que la vida les cambió
completamente. Algunos fueron asesinados, otros tantos perseguidos, muchos
partieron al exilio y muchos otros, que no compartíamos el ideario de la Unidad
Popular pero sí creíamos en la necesidad de avanzar hacia una sociedad más
justa y solidaria, con unidad social y política del pueblo, quedamos
desplazados y pronto también fuimos considerados peligrosos.
La dictadura nos cortó las alas, la esperanza y la fe.
Supimos lo que era el miedo, la cesantía, la lucha diaria por sobrevivir. Al
frente otros jóvenes, muchos de los cuales decían profesar la fe católica, eran
los fanáticos del régimen que no dudaban en catalogar de “cura rojo” al
Cardenal Silva, su pastor, cuando hacía un llamado a respetar los derechos
humanos y buscaba la reconciliación.
Tanto en Chile como en los Estados Unidos, a medida que
pasan los años, crece la tensión entre las familias que no pudieron dar
sepultura a las víctimas. En Nueva York se han debido conformar con saber que
quedaron en un “lugar sagrado”. Acá, la red de silencios cómplices aún no
permite saber dónde están los cuerpos.
No hay olvido. Los hombres mantienen viva la llama de la historia
y encuentran el sentido que une y permite proyectarse hacia el futuro. Así nos
lo afirmaron hace pocos días amigos catalanes al relatarnos lo que ocurrirá el
próximo 11 en Cataluña, para el Día Nacional. Millones de personas formarán la
más grande cadena humana jamás realizada para cubrir todo el territorio,
reivindicando así su deseo de independencia. Será la Diada.
La historia de la Diada empezó hace casi trescientos años,
el 11 de Septiembre de 1714, cuando tras varios meses de resistencia Barcelona
cayó ante las tropas borbónicas durante la guerra de Sucesión Española.
Entonces Cataluña perdió sus libertades nacionales, se le prohibió cualquier
manifestación de su lengua y cultura y se abolieron todas las instituciones
catalanas.
Durante el corto período de la Segunda República (1936-1939)
Cataluña estableció un Estatuto de Autonomía y recuperó parte de sus
libertades. En 1980, cuando se establece el Parlamento de Cataluña, se proclamó
este día Fiesta Nacional. Desde entonces cada 11 de septiembre se conmemora una
derrota histórica y la pérdida de instituciones y libertades civiles con
conciertos, ofrendas y con el objetivo de reivindicar la libertad y la
identidad de Cataluña.
Estas tres derrotas han dejado profundas heridas que ya
forman parte de la memoria colectiva y deberemos aprender a convivir con ellas.
Los pedidos de perdón ayudan a transitar el largo camino que falta por
recorrer. Es un punto de partida para construir un nuevo futuro, pero a nadie
podemos pedirle olvido.
Debemos cautelar que estas brutalidades no se repitan. Debe
haber castigo para los que usaron al Estado para perseguir, torturar,
desaparecer y también para enriquecerse.
Porque con la fuerza de las armas hubo quienes se
beneficiaron y que desde entonces profitan de lo mal habido. Son los mismos que
justificaron la represión contra la mayoría que jamás había empuñado un arma ni
sabía cómo hacerlo, los civiles que no dudaron en tomarse venganza.
Hoy hay una minoría que mantiene un sistema político que
impide hacer los cambios que las grandes mayorías anhelan. Ojalá que no
tengamos que esperar tanto como los catalanes para que esos cambios se
produzcan.
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