Director del diario Crónica Viva del Perú
Estamos en las vísperas de cumplir con un deber ciudadano de la mayor trascendencia. En nuestras manos, como nación organizada, se encuentra el futuro inmediato del país. O damos un paso hacia adelante con Ollanta Humala concertador, para abrir nuevos espacios a la democracia o damos un paso atrás, para que retorne la autocracia con Keiko Fujimori como mascarón de proa de un grupo político de pésimos antecedentes.
De por medio se encuentra el anhelo de todo un pueblo, ansioso de encontrar el camino más adecuado para alcanzar una convivencia sin exclusiones ni marginaciones, donde cada quien, cualquiera sea su origen, su raza o su credo, sea tratado como ser humano. Se trata, en consecuencia, de sacar al país de un enclaustramiento impuesto por una agenda gubernamental, cargada de borrones y omisiones, con una temática exclusiva y excluyente que no ha sido capaz de darle respuesta a la globalidad de la realidad social.
En estas dramáticas circunstancias es imposible, por eso, ponerse de lado o guardar silencio, cuando hay necesidad de intervenir en el debate de ideas y no de simples palabras. Animados de ese propósito, hay que reconocer que Ollanta Humala ha surgido como el líder de una nueva generación de políticos. No lleva en sus espaldas el penoso antecedente de obedecer los dictados de sus antecesores ni tampoco las consignas de un entorno manipulador. Allí su ejemplo moral. No se ha doblegado ante el agravio o la calumnia prepotente de quienes se han convertido en defensores de una gobernabilidad que ha fracasado y que deja heridas en carne viva por el abandono a millones de peruanos, quienes por vivir en los arenales costeros, las alturas andinas o las profundidades montañosas, son vistos como ciudadanos de última clase.
El reciente debate ha hecho ver cuál es la visión que tiene del Perú, del conocimiento de sus más graves dolencias, de las posibilidades de redistribución de la misma, sin que ello afecte en modo alguno el respeto a la ley y el derecho de todos, absolutamente todos los peruanos, de usufructuar del bien común. En su mensaje sobresale el espíritu de la concertación y de la reconciliación con una propuesta de Estado defensor de los derechos de la persona humana y de una sociedad armoniosa donde la justicia social sea mucho más que un enunciado de circunstancias.
Si hubiera que hacer un análisis a fondo de lo expresado en el reciente debate, se puede afimar que estamos ante una ciudadano que a lo largo de este último lustro, se ha esmerado en la reflexión y en el estudio de la realidad nacional. Evidentemente hay un ascenso claro en ese sentido.
En el contexto de esas dos grandes coordenadas, de la realidad y del pensamiento, Ollanta ubica al pueblo como conjunto, donde no hay lugar para la discriminación. Y más en general, alienta la acción de una nación dotada de los altos valores y principios de una democracia humanista en sus múltiples expresiones.
Esto como un factor importante mas no único, jugando un rol central dinamizador en asociación con otros pensamientos sociales y políticos, pero sin caer en el mesianismo que caracteriza a su eventual contrincante, quien solo trae como tarjeta de presentación un entorno familiar, económico y político poco recomendable para afrontar los problemas del Perú de hoy.
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