Desde Lima, Perú
El diálogo sostenido el último fin de semana, en Lima, por el presidente electo Ollanta Humala Tasso con los presidentes regionales y con los alcaldes provinciales de todo el país, debe ser recibido como el anuncio de una nueva forma de gobierno. Sin embargo, es de esperar, que este inicio no quede allí. De convertirse en una práctica constante de hacer política, abre la posibilidad de institucionalizar una cultura de consulta, información y compromiso, que transite de arriba para abajo y de abajo para arriba. Sin atisbos de vanidades o de egos, donde cada quien cumpla con el deber que les ha encargado una ciudadanía, preocupada pero también esperanzada por lo que vendrá.
Sería uno de los mecanismos de participación en la gobernabilidad que se requiere, con urgencia, para contrarrestar repudiables actos de violencia, de rapiña, de abandono de responsabilidades, de criminalidad terrorista, como los ocurridos en Puno, Huancavelica y Huancayo, a pocas semanas del ocaso del actual gobierno. Fea despedida, claro está, para quien ha hecho esfuerzos inocultables para poner de pié a un país que, pese a todo, ve su cuerpo lacerado por las profundas heridas causadas por la pobreza, el abandono, la corrupción, la criminalidad, la inseguridad y la falta de empleo.
La jornada cumplida por quien recibirá el próximo 28 de julio la banda presidencial, donde se efectuó una epidérmica revisión de lo que se puede llevar adelante contra la corrupción, narcotráfico, extorsión, secuestro y sobre todo contra la desigualdad, si quienes tienen responsabilidades de gobierno nacional, regional y local, respectivamente, hacen del diálogo una concertación de fuerzas y voluntades, es posible, entonces, que se inaugure un nuevo sol para la democracia y ese sueño de integración y reconciliación tenga un mejor amanecer. Los peruanos esperamos con justa impaciencia que esa utopía sea realidad.
Por eso decimos que la cita entre el presidente electo y los presidentes regionales, sea como acierto previsor o coincidencia de circunstancias, debería ser interpretado en otra dimensión de la futura actuación política que exige el país. Téngase muy presente, que lo social será la clave central de las nuevas agendas de desarrollo en el Perú y marcará el destino de una democracia más solvente. No se trata de silenciar a nadie ni de imponer modelos autocráticos ni totalitarios, menos de asistencialismos que promuevan una sociedad parasitaria, pero sí de cumplir con una promesa de integración y reconciliación.
Por ese camino, desconocido aún, serán acalladas en gran medida las voces enfermizas que, prepotentemente, pontifican que la justicia social, la solidaridad, la integralidad, son términos pasados de moda y que quienes se obstinan en ello están fuera de la modernidad. Esas voces, que se niegan a abrir nuevas espacios para la cultura del diálogo, estamos seguros que serán víctimas de su propio egoísmo, de una fatiga indetenible, si la nueva administración del Estado le da valor a la palabra del pueblo, ese pueblo que subsiste desde ese lejano 28 de julio de 1821, en condiciones no muy distintas a la deshumanización de lo social y de degradación de lo humano de tiempos de la Colonia.
El señor Ollanta Humala Tasso hace bien en tomar las providencias del caso, pero aquí no estamos para darle consejos, ni asesoramientos espontáneos. Solo le decimos: cumpla con su deber. Y que ojalá, quienes le acompañen, más allá de ideologías y credos, hagan lo mismo, dejando de lado el individualismo y la soberbia de los políticos de viejo cuño. Que tengan la grandeza espiritual de ser capaces de sostener una posición inquebrantable y una convicción muy honda en los principios y valores fundados, muy profundamente, en la dignidad de la persona humana, de la libertad, de la paz social, fruto de la armonía del trabajo y del capital, secreto a voces de una justa redistribución de la riqueza creada por el hombre.
* Es director del diario Crónica Viva de Lima y Presidente de la Asociación Nacional de Periodistas del Perú (ANP).
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