El país sede de la Unión Europea está hace un año sin gobierno
Por Iñigo Castro y Krohne Archiv
Un año después de que se celebraran las elecciones, los partidos belgas continúan enfrascados en unas interminables negociaciones que no acaban de alumbrar un nuevo Gobierno. Las históricas divisiones entre flamencos y francófonos complican cualquier tipo de aproximación, pero de momento nadie ha perdido los nervios. Ni en la calle ni en los despachos se respira un clima de excesiva ansiedad. Según una encuesta difundida la última semana, la mayoría de la población pide que se siga dialogando hasta lograr un acuerdo.
Una televisión francófona retrataba estos días a Elio di Rupo (foto izquierda), presidente del Partido Socialista y último mediador nombrado por el rey Alberto II, como Tom Cruise en 'Misión imposible' (en mayo pasado). Este político de origen italiano es el octavo emisario real que se hace cargo de las negociaciones desde que se celebraron elecciones anticipadas en junio del año pasado. Incluso repite por segunda vez, aunque en esta ocasión muchos creen que tiene verdaderas posibilidades de forjar un acuerdo. Eso sí, nadie habla de que pueda lograrse un pacto antes del verano.
El diario ABC de Madrid lo describe en pocas palabras: Hijo de inmigrantes italianos, socialista, no habla flamenco, homosexual, con 59 años que cumple el 18 de julio, es un dirigente típicamente valón, con una carrera política salpicada de escándalos y que ahora se perfila como el nuevo primer ministro belga. Hasta ahora, el puesto más relevante que ha ocupado es el de presidente de la Región Valona y lo hizo entre 2005 y 2007 en medio de un gigantesco escándalo de corrupción que implicaba la gestión del sistema de viviendas sociales en Charleroi. Para salvar la situación tuvo que dejar el gobierno regional para hacerse cargo, desde la presidencia del Partido Socialista, de la limpieza de los gobernantes de la ciudad, lo que logró calmar las aguas y hacer que hoy Valonia vuelva a ser una región apacible y casi próspera.
Bruselas |
El monarca belga, que coloca una etiqueta complementaria a todos los mediadores, corroboró las opciones de Di Rupo al designarle «formador». Esta denominación indica que las negociaciones ya han alcanzado el punto de madurez necesario para que los partidos se repartan las carteras y rompan definitivamente el bloqueo político. El rey supervisa personalmente las conversaciones y mantiene constantes encuentros con las formaciones para conocer la situación al detalle. A lo largo de este año de agonía, Alberto II ha tenido que tirar de ingenio y ha nombrado informadores, preformadores, clarificadores y hasta conciliadores.
Di Rupo lleva un mes en el cargo y ya se ha topado con la maldición que parece perseguir las negociaciones. El líder socialista tuvo que suspender durante una semana sus tareas porque fue operado de un angioma en las cuerdas vocales. Situaciones surrealistas como que el mediador no pueda hablar han contribuido a relajar el tono de la crisis. Hace apenas unos meses, el miedo a la fractura de Bélgica estaba mucho más presente. El vértigo de ver cómo el país batía el récord mundial de días sin gobierno fue un mazazo que empieza a digerirse.
Con el paso del tiempo, además, los partidos han empezado a flexibilizar sus posiciones y el acuerdo parece más cercano. La situación es verdaderamente complicada porque no solo se debate la formación del Ejecutivo, sino que también se estudia una nueva reforma del Estado. En este segundo apartado se encuentran los auténticos problemas de un país con dos fuerzas contrapuestas. La Nueva Alianza Flamenca (N-VA), un partido independentista creado hace apenas una década, ganó por primera vez las elecciones y exige avanzar en las descentralización. En el lado opuesto se encuentran los francófonos de Bruselas y de la sureña región de Valonia. Elio di Rupo se impuso claramente en estas comunidades y apuesta por garantizar la supervivencia de Bélgica.
En Bélgica no ha habido un primer ministro socialista ni francófono desde 1974; después de Edmond Leburton el ejecutivo federal ha sido gestionado por socialcristianos flamencos con el interregno del liberal (flamenco) Guy Verhofstadt.
Di Rupo es de los que creen en la unidad de Bélgica, pero también de los que tienen dicho que en caso de que Flandes terminase alcanzando la independencia, «no me interesaría fundar una república del Mosa», es decir, que preferiría la anexión de Valonia a Francia. Y precisamente le va a tocar formar una coalición con alguien como Bart de Wever que tiene gran interés en llevar a Bélgica a esa situación y a quien el actual primer ministro en funciones, el democristiano Yves Leterme, ha definido como «un cáctus que llevas en el bolsillo».
Terapia de choque
El líder socialista no se opone a los cambios, pero entiende que no se debe continuar erosionado los poderes del Gobierno federal hasta que este caiga en la irrelevancia, lo que podría abrir la puerta a una escisión del país. En este contexto se debaten temas tan sensibles como la eliminación del uso del francés en la Administración en varias localidades flamencas de las afueras de Bruselas.
Al tradicional conflicto lingüístico se une el impacto de la crisis económica. Bélgica se encuentra en una situación envidiable si se compara con otros países europeos, e incluso el PIB ya ha alcanzado el nivel previo a la recesión. La tasa de paro es del 7,7%, pero las finanzas públicas tendrán que someterse a terapia de choque. Di Rupo ha centrado buena parte de sus esfuerzos en este aspecto porque se necesitan unos 22.000 millones para equilibrar las cuentas. El líder socialista deberá presentar una propuesta tanto sobre la reforma del Estado como sobre sus planes de gobierno. Si tiene éxito, podría convertirse en el primer mandatario federal francófono desde 1974.
La semana pasada la agencia cubana Prensa Latina dijo que el diputado socialista francófono Elio Di Rupo había vislumbrado ya una posible solución para la profunda crisis política belga, al aceptar una reforma a fondo del Estado como reclaman los independentistas del N-VA. Esta colectividad, la más votada en la próspera Flandes (norte), es partidaria de que el territorio sureño se separe, aunque sin desmantelar el país.
Di Rupo subrayó que, pese a la difícil situación, está convencido de poder encontrar una solución si los siete partidos políticos inmersos en el diálogo tienen el valor de avanzar hacia un compromiso equilibrado considerando la postura de los independentistas.
Tras la dimisión del actual primer ministro Leterme (hoy en funciones), en la nación sede de las principales instituciones de la Unión Europea, comenzó una crisis política forzada por las diferencias entre las dos principales comunidades, Flande y Valonia.
Bélgica, además de esas regiones, está dividida en tres comunidades lingüísticas (neerlandófona, francófona y germanófona), cuyos conflictos han puesto al país en más de una oportunidad al borde de la desintegración. Una de las grandes trabas en las negociaciones radica en la propuesta para modificar la región de Valonia que incluye a la capital Bruselas.
La principal polémica consiste en que el territorio capitalino es oficialmente bilingüe, lo cual se convierte entre los puntos más delicados para lograr su organización administrativa.
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