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martes, 8 de noviembre de 2011

LA TORTURA DE VOLAR EN EL SIGLO XXI

Por Walter Krohne
Director-Editor de KRNA

El antiguo placer de viajar en avión se ha convertido en una tortura a 10.000 metros de altura. Ya no se goza como antes, cuando las líneas aéreas daban un trato amigable y hasta cariñoso a los pasajeros. Llegaba el momento del almuerzo o la cena y a cada viajero se le entregaba un menú con diferentes posibilidades de alimentos para degustar o bebidas, entre las cuales no faltaba un buen vino francés o un fino bajativo antes de una obligada siesta o larga noche.

Hoy el pasajero es tratado casi como una “carga humana” contra lo cual no es posible reclamar, porque mientras menos se interrumpa al personal de cabina, mucho mejor. Hay que comer o beber lo que a uno le den en un envoltorio plástico sin poderse hoy hablar de “degustación” ni menos de “degustar un buen trago” porque el sólo hecho de que se lo sirvan en una "copa" desechable, ya se pierde toda inspiración y agrado.

Pero esto no es todo. De partida, viajando desde Chile a Europa, las posibilidades de efectuar un vuelo sin escala son cada vez más remotas. Las líneas aéreas más importantes han dejado de volar a Chile, por el excesivo encarecimiento de los precios en este país y la disminución de los volúmenes de carga y número de pasajeros,  que ya no invitan a invertir o a hacer negocios a este tipo de empresas. Swiss cerro sus puertas en Chile el 29 de marzo de 2009.

¿Cuánto añoramos a  la KLM, la British Airways, Alitalia o a la Lufthansa?

En todo caso,  el mercado actual sigue ofreciendo algunas posibilidades, incluyendo a “compañías fantasmas” que son las que vuelan desde Santiago de Chile sin  tener allí oficinas ni aviones.  Un caso curioso es Swiss que vuela a Europa, pero lo hace desde Sao Paulo, Brasil. Es decir el pasajero debe arreglárselas para llegar primeramente a la ciudad brasileña y allí abordar la aeronave de la compañía suiza. Antes no sabe cuál va a ser su suerte, porque el pasajero de Swiss llega al aeropuerto de Santiago sin saber con que compañía viajará a Sao Paulo. Esto no depende de él.

“Miré señor, yo viajo en Lan, según este boleto, y no me puede usted cambiar a TAM así como así”, reclama un pasajero en el counter respectivo.

La respuesta se repite siempre: “Mire señor si usted quiere perder el vuelo de Swiss a Europa en Sao Paulo es cosa suya, pero el vuelo Lan que le correspondía viene con atraso y por esa razón lo vamos a embarcar en TAM”.

“Pero, a mi no me gusta volar en TAM", insiste infructuosamente el pasajero.

¿Es creíble lo que dice el empleado o son órdenes superiores para que compañías que están asociadas junten en un solo avión a los pasajeros de un mismo destino para ahorrar costos operacionales?

“Y respecto a la reserva de asientos desde Sao Paulo a Zürich -pregunta luego el pasajero- …¿Puede usted hacerla aquí en Santiago igual que las maletas que son despachadas directamente a Suiza?

“No, señor, debe hacerlas en Sao Paulo”, responde el empleado con una señal de incipiente molestia.

A pesar de la negativa del empleado, en la mayoría de los casos estas  reservas de asiento se hacen de todas maneras. Sin embargo, en  Santiago, al parecer,  sólo tienen la posibilidad de ofrecer los lugares del avión, calificados como los "más incómodos", que es lo que fuera de Brasil les da el sistema a la hora "peack" en que el vuelo está casi a punto de cerrarse.

Hay que dejar en claro también que en este tipo de vuelos no se puede hacer el "check in" por internet como se acostumbra ahora en el siglo XXI, lo que limita más todavía la selección de los asientos. Cada pasaje emitido electrónicamente tiene un código que es muy importante en los aeropuertos extranjeros, especialmente en Europa. Si no tiene este código el pasaje podría no ser aceptado. La firma Despegar me vendió un pasaje sin código, lo que en un momento del viaje me obligó a telefonear a Chile. Despegar se marginó del tema y me sugirió llamar a un teléfono que me proporcionó y que presumiblemente correspondía a una oficina regional de Swiss. Allí se me dijo que lo sentían mucho no poder ayudarme pero que lamentablemente estaban "sin sistema".

Para un matrimonio septuagenario el hecho de recibir malos asientos le significó un dolor de cabeza adicional en las 11 horas de vuelo hasta Zurich. La pareja quedó en el medio de una corrida de cuatro asientos ocupando los dos extremos, los de pasillo,  dos pasajeros con principios de obesidad. Esto le significó dificultades para comer, dormir o ir a los sanitarios. Sin embargo, ningún sobrecargo de la línea aérea se interesó en el tema.
Pero las penurias de las once horas de vuelo pueden ir olvidándose a medida que el avión avanza hacia Europa. Uno piensa en las bondades del viejo continente, su cultura, sus museos, sus restaurantes, su historia, los espectáculos, los familiares y los amigos, las hermosas ciudades, lagos y montañas, el orden y las buenas autopistas y se va olvidando de la mala atención de a bordo, en los aeropuertos o de todos los percances que se hayan podido vivir.

La llegada a Zurich fue espectacular. El avión aterrizó sin que los pasajeros lo notaran siquiera, demostrándose una vez más la pericia de los pilotos como también el desarrollo de la tecnología aeronáutica.

Sin embargo quedaba lo más amargo del viaje y nadie lo sabía: el paso por los detectores de metales en el aeropuerto de la ciudad suiza que son operados por funcionarios que carecen del más mínimo criterio cuando se trata de revisar a los pasajeros. Son verdaderas "bestias humanas" o "perros sabuesos" que parecen ver en cada viajero una bomba de tiempo o armas sofisticadas ultra peligrosas escondidas en sus ropas y equipajes de mano. Este miserable trato arrastra a los visitantes  hasta la más increíble humillación y desprecio humano.

El día del arribo ocurrió de todo en uno de estos puestos de control contra los terroristas o, mejor dicho, contra todos los pasajeros que llegan a Zurich: Hombres obligados a desnudarse y mujeres separadas e ingresadas a cabinas especiales para ser revisadas grotescamente por si portaban algún armamento entre sus ropas interiores, religiosos arrinconados y tratados con una brusquedad asombrosa, mujeres y niños que lloraban de frustración al no poder hacer nada en contra de este descriterio y bestialidad de los funcionarios mal preparados y sin poderse comunicar, por desconocimiento, ni en inglés ni en otro idioma extranjero.  Era un cuadro de gran desesperación y desamparo, que no cuadraba para nada con la amabilidad y el comportamiento que conocíamos de los suizos. No hemos visto en otros aeropuertos europeos algo similar y  por eso estamos impresionados.

Es para pensarlo dos veces antes de volver a entrar a Europa por Zurich.

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