OPINIÓN POLÍTICA
HAY MUCHO QUE CORREGIR TODAVÍA
Por Camilo Escalona
El tema que ha impactado tanto en el país, el del financiamiento ilegal
de la política, tiene el mismo punto de inicio y de final, la intervención del
dinero de intereses privados en las decisiones del Estado, por la vía del
soborno o del cohecho, u otras técnicas o variantes parientes de las
anteriores, con el propósito de someter al interés privado la función de la
autoridad pública.
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Ante la repercusión que estos hechos han generado en la
institucionalidad democrática, la lección es clara: las empresas no deben participar en el
financiamiento de la política, ni de manera secreta, ni reservada, tampoco de
forma abierta ni de otra cualquiera, directa o indirecta.
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Esta conclusión también es válida en la actividad empresarial de
carácter individual, cuando los inversionistas cuya iniciativa genera
conflictos de interés no deben interferir en la toma de decisiones en el
Estado. Tomar otra opción socava o lesiona las bases del régimen democrático.
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No cabe la
doble y simultánea condición de político y empresario. Al respecto el ex
Presidente Piñera no debe buscar subterfugios, como lo hiciera en declaraciones
sostenidas en Buenos Aires, tampoco puede presentar como normal una conducta
promiscua en problema tan sensible.
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De modo especial ahora, la política para restablecer su plena
legitimidad, debe garantizar el bien común y cada empresario actúa y ópera en
su propia esfera individual. La tarea pública tiene que cumplir su rol y el
esfuerzo privado el suyo; ambos deben confluir, desde su espacio, sin mezclarse
confusamente, en el interés general del país.
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Se demostró negativa la autorización, en ley que ya dejó de estar
vigente, de aportes en dinero desde empresas a candidaturas en etapas
electorales, reservados en cuanto se depositaban sin conocimiento público en
una cuenta del servicio electoral. Estos depósitos en periodos de campañas
políticas por parte de intereses corporativos, que pretendían intervenir o
manipular decisiones estatales, como el manejo de las concesiones de la minería
no metálica, provocó a la postre un efecto perverso sobre la legitimidad del
sistema político en su conjunto.
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Así también, esa autorización a las empresas, ahora derogada, sirvió
como una palanca que propició vías ilegales de intervención electoral, como la
emisión de boletas fraudulentas para eludir impuestos, lo que devino en un
grave tumor que ha afectado severamente la ascendencia y autoridad del régimen
democrático.
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Pero, por
mucho que existiesen factores legales que favorecieren las malas prácticas,
ello no excusa ni el soborno ni el cohecho, es decir, el pago en dinero por
prestaciones favorables a intereses económicos corporativos, como facilitar la
redacción de indicaciones en una ley, o de disposiciones de potestad
reglamentaria, realizadas durante el trámite de aprobación de una de ellas, o
durante el ejercicio de sus atribuciones en el cargo, en el caso de una
autoridad determinada.
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Hay que ser categóricos, el pago en dinero a particulares por acciones
legales tendientes a favorecer, en forma directa intereses privados, resulta
obvio que no puede ser considerado un aporte de campaña.
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Al Estado, y a los ciudadanos individualmente, es a quienes corresponde
aportar a las campañas y a los Partidos, dentro de los límites que la ley
señale y cada cual en su área de competencia. No puede ser de otra manera, pues
de lo contrario, se abre la puerta para la injerencia indebida y corruptora del
dinero en las decisiones del sector público, con el riesgo evidente de permear
toda la institucionalidad democrática.
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Ante esta situación, el curso sin interferencias de las investigaciones
judiciales es lo fundamental; además resulta clave que no haya ningún tipo de defensa
corporativa del mundo político y que cada persona o autoridad, sepa que ante la
justicia, hay que asumir las responsabilidades que le competen a cada cual. Lo
contrario, eludir esa obligación, haría crecer la desafección y la nociva idea
que en política, todos roban y se cuidan las espaldas entre sí.
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En esa relación que anuda o articula perversamente intereses
divergentes, en que se borra la frontera que separa lo público de lo privado,
radica el yerro esencial en la actitud de algún ministro o parlamentario al
recibir, traspasar y circular informes legales reservados, incluyendo las
indicaciones de la contraparte privada, parte monetariamente interesada de modo
directo, en momentos en que se redactaban los textos a resolver en las
respectivas comisiones legislativas.
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En tal
caso, los representantes de la voluntad popular debiesen ser por su naturaleza,
representantes del interés público y no reflejo de gestiones de carácter
pecuniario de ejecutivos anónimos. Menos aún su trabajo puede transformarse en
un canal para el enriquecimiento indebido e ilegal de sus miembros.
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Además de favorecerse las utilidades de uno u otro grupo corporativo
involucrado, con ello se burlaba expresamente la reserva y sigilo que se
jura mantener, ante Dios y la patria, precisamente en el trámite legislativo,
como primer compromiso solemne al inicio de cada periodo parlamentario.
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Al entregar tales Informes secretos o reservados, al comprometer y/o
someter reservadamente el trámite legislativo al interés privado, es decir, al
poner en riesgo el sentido mismo de la institucionalidad democrática, ese rol
no era normal ni legítimo, ni el que corresponde a lo que se define como una
conducta de Estado.
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En suma, si el régimen democrático vive una etapa de duras críticas,
ello obedece a que han fallado conductas y controles en los Partidos políticos
que, por el contrario, están llamados a hacer cuanto de ellos dependa para
robustecer la democracia y no debilitarla.
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Tan menoscabados en el discurso populista de muchos actores, los partidos
son esenciales para que se vitalice y fortalezca la democracia. De modo que hay mucho que corregir todavía. Esa es la tarea a
concretar en el periodo próximo.
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