12-3-2014-KRADIARIO-Nº888
LA PERSECUCIÓN PENAL DE LEOPOLDO LÓPEZ
El Gobierno de Venezuela no ha
presentado una sola prueba válida contra el dirigente opositor, al que mantiene
en una prisión militar
Por José Miguel Vivanco (*)
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Mientras cancilleres latinoamericanos se reúnen en Chile para
tratar la situación en Venezuela, Leopoldo López, uno de los líderes más
prominentes de la oposición política venezolana, se encuentra detenido en una
prisión militar esperando a que una jueza provisoria (sin inamovilidad en el
cargo) decida si será sometido a juicio, sin que hasta ahora se haya exhibido
ninguna evidencia válida en su contra.
La violencia desatada a raíz de las manifestaciones de estudiantes y
opositores que comenzaron el 12 de febrero en Venezuela ha dejado como saldo
más de 20 muertos, decenas de heridos, cientos de detenidos y serias denuncias
de brutalidad, torturas y vejámenes cometidos por las fuerzas de seguridad. El
Estado, además, ha tolerado y colaborado con grupos armados civiles que apoyan
al gobierno. La Fiscalía, a regañadientes –y gracias a los vídeos y la presión
de la opinión pública–, ha dado algunos pasos para investigar las verdaderas
responsabilidades en estos hechos. Sin embargo, sigue avanzando con una
velocidad notable para atribuirle responsabilidad penal por la violencia a la
oposición política.
Altas autoridades del Gobierno venezolano sostuvieron que López, dirigente
de Voluntad Popular, era el “autor intelectual” de la violencia, y la Fiscalía
solicitó su detención, acusándolo de todo: disturbios, muertes y lesiones.
Luego acusó también a Carlos Vecchio, quien le sigue a López en la directiva de
Voluntad Popular, y a otros dos miembros de la oposición por hechos similares,
invocando teorías conspirativas en vez de presentar pruebas que los incriminen.
Al Gobierno venezolano le resulta relativamente fácil utilizar el sistema
judicial como un instrumento político desde que, en 2004, el chavismo depuró al
Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y nombró a jueces afines en el más alto
tribunal. Desde entonces, el poder judicial ha dejado de actuar efectivamente
como un poder independiente del gobierno. A través de la Comisión Judicial del
TSJ, que cuenta con facultades para nombrar y remover jueces inferiores
provisorios y temporales –que hoy son la mayoría de los jueces en el país– esta
politización de la justicia se propagó al resto del poder judicial.
El 18 de febrero, López se entregó a las autoridades y desde entonces se
encuentra detenido en Ramo Verde, una prisión militar, en la cual solo tiene
contacto con su familia cercana y sus abogados, y solamente sale de su celda
cuando es posible que tome aire sin tener contacto con otros presos.
Ante la contundente evidencia que hizo pública el periódico venezolano Últimas Noticias, que sugería que uniformados junto con civiles armados eran los autores de
una de las muertes ocurridas el 12 de febrero, la propia Fiscalía debió dar
marcha atrás y eliminar los cargos por homicidio imputados inicialmente a
López. Sin embargo, López sigue sujeto a investigación por varios delitos,
incluido el de asociación para delinquir, que tiene una pena de hasta 10 años.
Es muy improbable que López sea liberado próximamente. Legalmente, podría
permanecer detenido preventivamente hasta 45 días, cuando la Fiscalía debería
acusarlo, archivar el caso, o sobreseerlo, pero en la práctica estos plazos
rutinariamente no se respetan en Venezuela.
En un Estado de derecho, la libertad de López debería estar garantizada si
las autoridades no presentaran pruebas creíbles de que él podría ser
responsable de la comisión de un delito. Sin embargo, en Venezuela es muy
difícil para un juez adoptar una decisión conforme a derecho si esta va contra
intereses del Gobierno.
Por ejemplo, en 2009, la justicia venezolana detuvo arbitrariamente a la
jueza María Lourdes Afiuni por cumplir con una recomendación de Naciones Unidas
y dejar en libertad condicional a un opositor del Gobierno chavista. Afiuni,
que era jueza titular con estabilidad en el cargo, estuvo un año en prisión,
dos en arresto domiciliario y continúa sujeta a proceso penal por delitos que
no cometió. Antes del caso Afiuni,los jueces temían perder
su empleo si adoptaban decisiones contrarias a los intereses del gobierno.
Ahora, también temen ir presos.
En un país donde el poder judicial carece de independencia, el futuro de
Leopoldo López está en manos de una jueza que podría ser removida por un
telegrama sin mediar ninguna explicación, como ha ocurrido rutinariamente en el
pasado. La decisión sobre el futuro de la jueza, a su vez, está en manos de
magistrados del TSJ, un órgano que habitualmente avala políticas del Gobierno.
La reunión de la OEA de la semana pasada, celebrada a puerta cerrada,
terminó con una declaración que parece describir la situación en Venezuela como
si fuera una catástrofe natural, en vez de responsabilizar al Gobierno
venezolano por violaciones de derechos humanos como la censura y la brutalidad
de las fuerzas de seguridad. ¿Habrá alguna posibilidad de que la reunión en
Santiago lleve a un resultado distinto, exigiendo que Venezuela asuma sus
obligaciones jurídicas internacionales de respetar los derechos humanos?
Específicamente, ¿se exigirá esta vez que cesen los abusos contra manifestantes
y la liberación y el respeto de las garantías del debido proceso de quienes fueron
detenidos arbitrariamente, como Leopoldo López?
(*) Diario El País de España. El autor es director de la División de las Américas de Human Rights Watch.
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