14-3-2014-KRADIARIO- Nº888
Ensayo de política internacional
EL KAGANATO DE KÍEV Y OTRAS HISTORIAS
Ucrania se desliza hacia el caos
Por Rafael Poch
Hay tres países que son vistos como obstáculo para el dominio mundial en
Washington: China, Rusia e Irán. Estados Unidos salta de uno a otro, un día
rodeando y agobiando militarmente a China y anunciando que su potencia militar
se traslada hacia Oriente; otro rondando a Irán y pasando de la amenaza militar
a la negociación y otro desestabilizando Europa por la vía de azuzar al oso
ruso. La política exterior que provocó la muerte de varios centenares de miles
en Irak para colocar a un régimen pro iraní en Bagdad, y que ha propiciado con
dinero y armas del Golfo (los padrinos de Al Qaeda) la guerra civil en Siria,
ha instalado en Kíev (Ucrania) el actual “Kaganato”.
El concepto es del
analista brasileño Pepe Escobar, y se basa en el nombre de Robert Kagan un
quimérico ideólogo neocón, vinculado a las anteriores chapuzas. Kagan está
casado con Victoria Nuland, la vicesecretaria de Estado y “estratega” del
cambio de régimen de Kíev. Asistida por sus peones polacos y con la obtusa
aquiescencia alemana, Nuland ha puesto por fin a sus hombres en el gobierno de
Kíev, los mismos que mencionaba el 25 de enero en una conversación telefónica
grabada de la que trascendió aquel magnífico “¡Fuck the EU!”.
El deseo de
forzar el ingreso de Ucrania en la OTAN y de extender las bases americanas
hacia las mismas barbas de Rusia, han acabado con un zarpazo del oso moscovita.
El resultado; un claro peligro de guerra civil en Ucrania, la anexión de Crimea
con violación de la integridad territorial ucraniana, y una inusitada tensión
con Rusia. El Kaganato de Kíev es, hablando en plata, una gran cagada, dice
Escobar. Mientras tanto la prensa occidental continúa ignorando el asunto y
presentándolo como una mera maldad del “incendiario” Vladímir Putin.
Audrius Butkevicius
En 1990 un joven fisioterapeuta de 31 años llamado Audrius Butkévicius fue
nombrado por el gobierno lituano “Director del Departamento de Defensa del
país”, una especie de ministro de defensa. Butkévicius se graduó en la
“Institución Albert Einstein” dirigida por un gurú norteamericano llamado Gene
Sharp especializado en la “resistencia no violenta”. Los libros y enseñanzas
de Sharp fueron aplicados por Butkévicius en Lituania y más tarde por
organizaciones como Kmara (Georgia) Porá (Ucrania), KelKel (Kirguizia) o Zubr (Bielorrusia)
en diversas “revoluciones coloreadas”.
En 1991 Lituania mantenía un pulso muy serio para lograr su independencia
de la URSS. Se esperaban medidas de fuerza de parte de Moscú. Era la lucha
entre David y Goliat. “Decidí no crear un pequeño ejército, sino usar la guerra
sicológica”, explica Butkevicius años después. “Sabíamos bastante bien lo que
el adversario iba a hacer y les estropeamos todo el escenario”. ”Las ideas
tradicionales de defensa no iban a funcionar”, decía en otoño de 1990. “Vamos a
crear un grupo paramilitar de unos 500 hombres capaz de responder rápidamente a
las crisis y varias unidades entrenadas en la guerra sicológica”. (Boletin del
Instituto Einstein, Otoño 1990).
En Lituania había un genuino movimiento nacional popular. Moscú jugó
movilizando a la minoría rusa. Quería provocar enfrentamientos y a continuación
intervenir militarmente como “mediador”. Fue así como se llegó al “domingo
sangriento”, el 13 de enero de 1991. La tropa rusa llegó a la torre de la
televisión para desalojarla, pero la ciudadanía bloqueó el lugar. Entonces
actuaron francotiradores. Más de una docena de personas murieron por impactos
de armas de fuego y muchos más fueron heridos. Les tirotearon desde las azoteas
y los balcones de los edificios circundantes. ¿Quién tiroteó a la multitud?
“Mis hombres no estaban estacionados allí”, “La tropa especial del KGB no
llevaba munición real en sus armas, solo en los bolsillos como reserva, nuestro
objetivo era entrar en la sede de la televisión”, explica el jefe del operativo
ruso, Mijail Golovatov (en Die Presse, 3 de septiembre de 2011). Inmediatamente
después de los hechos todo eso ya se dijo, pero ¿quién iba a creer que Goliat
no disparó contra David y que aquello no había sido una “masacre del KGB? Hubo
que esperar más de diez años para que el propio Butkevicius explicara que
fueron sus hombres, armados con fusiles de caza, quienes dispararon a la
muchedumbre desde las azoteas. Lo dijo en una entrevista con la revista “Obzor”
publicada en el 2000:
“No puedo justificar mi acción ante los familiares de las víctimas, pero sí
ante la historia, porque aquellos muertos infligieron un doble golpe violento
contra dos bastiones esenciales del poder soviético: el ejército y el KGB. Así
fue como los desacreditamos. Lo digo claramente: fui yo el que planeó todo lo
que ocurrió. Había trabajado bastante tiempo en la Institución Albert Einstein
con el profesor Gene Sharp, que entonces se ocupaba de lo que se definía como
“defensa civil”, en otras palabras la guerra sicológica. Sí, yo programé la
manera de poner en dificultades al ejército ruso, en una situación tan incómoda
que obligara a cada oficial ruso a avergonzarse. Fue guerra sicológica. En
aquel conflicto no habíamos podido vencer con el uso de la fuerza, eso lo
teníamos muy claro, por eso trasladé la batalla a otro plano, el del
enfrentamiento sicológico, y vencí”.
“De otra manera habría muerto mucha más gente, en esa situación solo
murieron los que murieron”, dice Butkevicius en el video de enero de 2013.
A la vista de lo que ha pasado en Kíev, con más de veinte muertos a manos
de francotiradores el día 20 de febrero, la jornada que precipitó el acceso al
poder del actual gobierno prooccidental, la pregunta sobre quién fue el
Butkevicius de Kíev no es ninguna tontería. Hay que observar quién no quiere
investigar aquellos hechos, además de reflexionar sobre a quién han
beneficiado.
Perspectiva de caza de brujas en el Este y de caos en Kíev
Portada de Der Spiegel, el semanario más impor- tante de Alemania. El titular: El incendiario ¿Quién detendrá a Putin? |
El nuevo régimen de Kíev ha empezado la caza de “separatistas” en el Este y
el Sur de Ucrania, donde su legitimidad es más discutida. En Járkov el martes
encarcelaron al ex gobernador Mijail Dubkin, un político con gancho que acababa
de anunciar que se presentaría a las presidenciales. Reinat Ajmetov, el hombre
más rico de Ucrania que ha estado intentando mantener el equilibrio entre los
dos bandos en esta crisis, ha dicho que el encarcelamiento de Dubkin
(entretanto sometido a arresto domiciliario) “desestabiliza la situación en el
Este del país”.
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Hay muchas más detenciones de opositores del nuevo gobierno
acusados de ser “agentes de Rusia”. Las detenciones corren a cargo de grupos
bastante inquietantes. Hay que recordar que tanto la Fiscalía General (su jefe
es Oleg Majnitski, de “Svoboda”), como el Consejo de Seguridad Nacional (su
jefe es Andri Parubi controlando los ministerios del Interior, Defensa y
servicios secretos) están en manos de ultraderechistas, lo que ofrece un pésimo
pronóstico.
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Parubi, que ha anunciado una movilización de reservistas que todo
el mundo ha ignorado, es señalado desde Moscú como el responsable de la matanza
con francotiradores realizada –dicen- desde la sede de la filarmónica y el
hotel “Ukraina”. Este nuevo hombre fuerte de los ministerios armados del
kaganato, fue fundador en los noventa de un partido nazi y quiere
integrar a los “grupos de autodefensa” del Maidán en las filas de una nueva
“guardia nacional”. Parubi también dice que “Rusia se ha gastado mucho dinero en
movilizar agitadores en las regiones de Lugansk, Donetsk, Odesa y Jerson”, lo
que es perfectamente plausible.
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“Svoboda”, el partido ultra que tiene más de media docena de puestos
importantes en el gobierno, fue condenado por el Parlamento Europeo en una
resolución del 13 de diciembre de 2012 que denunciaba sus, “presupuestos
racistas, antisemitas y xenófobos contrarios a los valores fundamentales de la
Unión Europea”. Ahora que están en el gobierno, han dejado de ser objeto de
preocupación en Bruselas.
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En Kíev bandas paramilitares han asaltado la última semana por lo menos una
fiscalía de barrio (la de Kiv-Sviatoshinski), atracado un banco y atacado
un autobús de adversarios del Maidán. El martes, en el Maidán, hubo tiroteos
nocturnos, con uso de pistolas “makarov” y subfusiles, entre diversas
“centurias” que siguen guardando la plaza, incluida el “Pravy Sektor”. Los
medios de comunicación ucranianos no han informado. Le pregunto a un
intelectual local no nacionalista si se siente amenazado y su respuesta es
“todavía no”. Todo indica que el descontrol de esos grupos, liberados para el
ajuste de cuentas, secuestros, incendios de casas de adversarios (todo eso ya
ha ocurrido en Kíev), puede ir a más.
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El peligro de la extrema derecha no se reduce al gobierno de Kíev. El líder
prorruso de la autonomía de Crimea es lo más parecido a un bandido y las bandas
acorazadas (porra, casco y escudo) adversas al gobierno de Kíev que se han
visto en Odesa, Jarkov o Donetsk, no se diferencian gran cosa de las de Kíev.
El reclamo electoral que se agita en Crimea –y desde la propaganda rusa- del
pulso entre la esvástica y la tricolor rusa, es manifiestamente grotesco: entre
quienes gritan “el fascismo no pasará” hay mucha gente que merece una
caracterización muy parecida.
El peligro ruso y el nacionalismo ucraniano
Los nacionalismos se forjan en el
contraste con lo exterior, en reacción ante peligros y amenazas exteriores.
Invadiendo Crimea, Putin ha ofrecido a la nación ucraniana –que es una obra en
construcción- una de esas situaciones formativas para la conciencia nacional.
Eso afecta sobre todo a las regiones de Ucrania más favorables a Rusia, donde
mi impresión es que la anexión de Crimea se observa con desagrado. Esa paradoja
tiene una explicación muy sencilla: la ideología con la que Rusia ha entrado en
Crimea es el nacionalismo ruso y con eso no se conquista el corazón de los
ucranianos, sino más bien al contrario se fortalece su reacción y su conciencia
nacional.
Y el nacionalismo ruso es la única ideología del actual régimen ruso.
No hay otra. Con esa ideología, Moscú nunca podrá consolidar su entorno ni
siquiera entre sus aliados más próximos. No ya en Ucrania, sino en Bielorrusia
y en Kazajstán, se asiste con extrema preocupación a la anexión de Crimea. Como
los crimeanos, los bielorrusos son “casi rusos” y alrededor de la mitad de la
población de Kazajstán es rusa. ¿Quién les garantiza que Moscú no invoque algún
día la fuerza mayor para justificar otras anexiones?
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Este es el plan que el vicealmirante Igor Kabanenko, ex representante y
consejero de la misión ucraniana ante la OTAN y actual vicejefe del Estado
Mayor del Ejército de Ucrania ha atribuido a Rusia esta semana: “Tras la rápida anexión de Crimea, avance del vigésimo ejército ruso hacia
Donetsk, el tercer ejército hacia Lugansk y la división 106 hacia Kíev. Desde
Crimea incursión hacia Odesa, con uso de las fuerzas de Pridniestrovia por el
otro lado. En cinco o seis días se crea un pasillo
Lugansk-Donetsk-Odesa-Tiraspol”. Es decir, para quienes no estén familiarizados
con el mapa: tomar todo el sur y el Este de Ucrania, privando a ese país de
toda su salida al mar y convirtiéndola en una nación continental desprovista de
toda significancia geopolítica.
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Este escenario es, naturalmente propagandístico. El Kremlin no está loco.
Kabanenko lo baraja. Pero a largo plazo es otra
cuestión.
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Hay pocas dudas de que en condiciones normales una invasión en toda regla
de Ucrania por tropas rusas cuya ideología ya no es la que acabó triunfando a
principios del siglo XX sobre este mismo terreno (la “druzhba narodov”, la
amistad entre los pueblos, el internacionalismo y la revolución social), sino
un nacionalismo ruso prepotente y dominante, fortalecería una genuina lucha de
liberación nacional ucraniana, pero mucho depende del nivel de caos que se cree
en la región en los próximos meses.
¿Un Maidán social en el Este de Ucrania?
Se puede discutir si la economía ucraniana ya está en quiebra o al borde de
la quiebra. En cualquier caso, su estado es ruinoso. El nuevo gobierno quiere
aplicar medidas económicas drásticas en línea con las recetas occidentales. Si
es así, eso destruirá la industria ucraniana, concentrada en el Este del país y
con enorme vínculo con Rusia (esa fue la principal razón del rechazo de
Yanukovich al acuerdo “Asociación Oriental” que le proponía Bruselas).
¿Cuánto
tiempo podrá mantenerse un gobierno que aumente drásticamente los gastos de
vivienda, corte las subvenciones energéticas y recorte salarios y pensiones que
ya hoy no alcanzan apenas para sobrevivir?
El nivel de caos generado en los
próximos meses por el kaganato de Kiev, con su ideología nacionalista y sus
padrinos occidentales –que si no han realizado un “plan Marshall” para el sur
de Europa, aun menos lo harán para Ucrania- puede ser considerable. Es ahí
donde hay que volver a escuchar la conferencia de prensa de Putin el pasado 4
de marzo, en la que se dijo que Rusia no quiere anexionarse nada si no es
necesario: “Rusia”, dijo Putin, “no se quedará al margen si se comienza a
perseguir a la población rusoparlante”. Pero si esta arriesgada jugada le sale
mal a Putin, entonces habrá que pensar en un Maidán moscovita y en el escenario
1905 ya evocado desde estas páginas. La intervención, el pasado domingo, del
magnate ruso Mijail Jodorkovski -el hombre que Occidente quiere para Rusia,
explicando a la multitud en Kíev que “hay otra Rusia”, es muy sintomática.
Smuta
Ucrania se desliza hacia lo que en esa parte del mundo se conoce como
“Smuta”. Es un concepto de la historia rusa que designa la “turbulenta época”
(“smutnoye vremia”) de finales del XVI y principios del XVII, pero muchos
autores hacen un uso más amplio del concepto y caracterizan como “smuta” el
principio del siglo XX y la Revolución de 1917 seguida de guerra civil (la
“Krásnaya Smuta” de Vladimir Buldakov, por ejemplo), e incluso se refieren
periodísticamente a la disolución de la URSS (1991), como una “smuta” de fin de
siglo.
Antídotos: un gobierno representativo de todas las regiones del país, una
declaración de neutralidad de Ucrania (estatuto finlandés) y un reconocimiento
de la soberanía e integridad territorial ucraniana a todos los efectos por
parte de Euroatlántida y de Rusia. Por desgracia es poco probable que el
kaganato occidental de Kíev y sus irresponsables padrinos que han llevado las
cosas hasta este punto, abran vía a eso.
Hasta personajes tan
peculiares como Henry Kissinger advierten de que, “cualquier intento de una
parte de Ucrania por dominar a la otra conduce a largo plazo a una guerra civil
o a una división. Tratar a Ucrania como un capítulo de la confrontación
Este/Oeste destruirá para décadas cualquier posibilidad de integrar a Rusia y
Occidente, sobre todo a Rusia y a Europa, en un sistema internacional
cooperativo”.
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