18-3-2014-KRADIARIO-Nº889
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¿PODRÁ SOBREVIVIR EL CHAVISMO?
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Venezuela vive una crisis severa: su
economía no es capaz de solventar los gastos de su población.
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Fuera de esta dimensión económica, presenta
otra de carácter agregado al problema económico: la delincuencia. 28.000
crímenes por año, es una cifra que produce espanto. Equivale a una guerra
interna. Si sacamos la cuenta que la guerra civil de 1891 en Chile costó unas
10.000 muertes y que la dictadura de Pinochet se llevó otras 3.800 almas, y la
dictadura argentina costó 30.000 vidas, se podrá comprender que lo que acontece
en Venezuela es una verdadera guerra interna no declarada.
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Chávez, indudablemente no abordó el tema de
la delincuencia….simplemente lo dejó fluir, pensando tal vez que al resolver el
problema económico de las grandes masas empobrecidas se iría mitigando el
problema delincuencial. Sin embargo no se daba cuenta que la gran mayoría de
estas muertes se producen por enfrentamiento entre pandillas de
narcotraficantes, tal como acontece en algunos estados de México. Esa
delincuencia organizada no se resta por un salario, pues funciona sobre miles
de dólares y un mercado cautivo que hay que ganárselo a punta de metralla.
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Venezuela es una sociedad monoproductora,
aunque tiene otros recursos agregados al petróleo: acero, aluminio, oro y
diamantes. Pero Venezuela deja que el oro y los diamantes los exploten los
“garimpeiros” de la frontera con Brasil y las inversiones iniciales en la
siderurgia y el aluminio han quedado paralizadas entre procesos de
privatización y renacionalización. La producción agrícola y ganadera podría ser
otra fuente de ingresos productivos muy interesantes, pero Venezuela es un importador neto de alimentos
y carnes, pudiendo ser un gran exportador.
La industria manufacturera urbana, que fue
de las más modernas por los años 60 y 70, ha desaparecido, arrastrada por las
crisis y devaluaciones de los años 80 y 90. Nadie más ha pensado en invertir ni
los gobiernos han pactado un incentivo para la inversión en el área industrial,
con lo cual la economía se hace dependiente de los dólares del petróleo y por
otra parte deja de generar los empleos calificados que toda industria demanda.
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Como ya hemos recordado en otros artículos,
Venezuela ha sido muy generosa con el petróleo, estableciendo acuerdos
comerciales con Cuba, Bolivia, Argentina, Nicaragua, etc. en los que se
intercambia petróleo a precio preferencial (500.000 barriles diarios), por
importaciones hacia Venezuela de artículos y servicios que ellos mismos podrían
producir. Por otra parte, se consumen a precios menores al costo, el petróleo
interno por más de 900.000 barriles diarios, en una nación donde el agua
potable resulta más cara que el oro negro.
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Los problemas de desabastecimiento, tan
propio de las sociedades socialistas con control central, en fase decadente,
vienen a agregar uno de los factores más
deslegitimantes y desgastantes para cualquier régimen. Inseguridad pública,
inseguridad alimentaria, son los factores más incidente en la pérdida del
poder. La corrupción es otro elemento, pero Venezuela es un país que asumió la
corrupción como una norma, desde toda su historia republicana, con contados
paréntesis.
Lo complicado del caso venezolano, es que
ya la intolerancia ideológica se ha tomado las mentes de su pueblo, y como reza
el dicho popular, “la ideología es la más luciferina de las tentaciones”, pues
hace creer que la verdad es patrimonio exclusivo, por tanto la verdad del otro
es falacia demoniaca. Frente a esta cerrazón de las mentes no hay disolvente ni
discurso que valga: la pasión es la dueña de las acciones y la guadaña preside
el cortejo.
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Cuando el país se divide mitad y mitad, en
sus partidarios, y cuando en el campo de batalla los escuadrones rivales son
ubicados sin separación, no hay cabida para los elementos dialogantes. La fricción es inmediata, el
cuerpo llama al cuerpo y la violencia inunda el ambiente con carga tempestuosa,
pronta a desatar sus furias.
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De un lado, se piensa al chavismo como una
aventura destructiva del ser venezolano, corruptora, por ineptitud maligna, de
un país que fue todo bondad, alegría, paz y amistad. El odio de clases, ha sido
introducido como una pócima envenenada, que ya penetra todos los rincones de la
sociedad. La economía ha sido arrojada al estado de mendicidad y el hambre es
la resultante de esta desgraciada experiencia totalista, sectaria y corrupta.
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Del otro lado se sostiene que se está
construyendo una sociedad donde por primera vez los pobres de siempre adquieren
poder y establecen sus prioridades. Que al no privilegiar los intereses
capitalistas de los ricos de siempre, estos resienten de régimen y lo combaten
con armas antipatriotas, como el golpismo y el sabotaje nacional e
internacional.
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Bien se puede comprender que la salida
dialogada, en un ambiente como éste, se convierte en una verdadera utopía.
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De no darse un milagro de altura muy
celestial, con una caída en razón, de parte y parte, lo predecible es que
espera a Venezuela un futuro muy complicado: puede colapsar por la economía,
con lo cual quedan derrotados ambos bandos y se deben, por fuerza, sentar en
una mesa de diálogo a ver cómo salen de hoyo (caso acontecido dos veces en
Argentina, con los presidente Alfonsín y De La Rúa); o se produce un golpe de
facto de una de las partes, estableciendo una dictadura dirimida por el
elemento militar, que de quebrase por una división interna de las FF.AA., se
corre el riesgo de caer en una guerra civil, donde las consecuencias serían muy
tremendas y de muy largo plazo.
Como podemos apreciar, nada está dicho en
el “caso Venezuela”; pero ningún país responsable de esta América puede dejar
de hacer todos sus esfuerzos por hacer entrar en razón a las partes en
conflicto, pues nuestros pueblos no deben derramar su sangre por tentaciones
luciferinas tan nefandas y además extemporáneas.
En nuestro suelo debe abrirse el espacio para que todos tengan derecho a la
vida, al progreso, a la libertad y a la felicidad.
La estupidez humana es muy perseverante, pero más
persistente debe ser ahora la mano extendida de todos los pueblos hermanos, aun
cuando sea acusada de intromisión. Si no
demostramos a estas alturas, una mínima capacidad de entender la política como
espacios de diálogo, significa que nuestra historia republicana de 200 años no
ha servido más que para corrompernos el alma.
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