No se puede imaginar
peor castigo para un militar que ser degradado públicamente. Hay muchos casos
en la historia, pero el más emblemático (y dolorosamente injusto) es el del
capitán francés Alfred Dreyfus, degradado antes de ser enviado al penal de la
isla del Diablo.
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Recreado en el cine y
la TV, el ritual se cumplió con religiosa solemnidad. Alguien lo describió como
un moderno “auto de fe”. En el patio de honor de la Escuela Militar en
París (cerca de donde está hoy la sede de la Unesco), ante las tropas formadas,
un oficial arrancó las charreteras y los botones del uniforme del capitán. La
humillación culminó cuando le quitaron el sable y el verdugo lo rompió en una
rodilla.
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El resto de la
historia ya se sabe: el éxito de la falsa acusación de espionaje se explica en
gran parte por el sentimiento antijudío de buena parte de la sociedad francesa.
Solo la tenacidad de su familia y el decisivo apoyo de Emil Zolá, el autor del
“Yo acuso”, permitieron la rehabilitación de Dreyfus. Recibió su sable
de vuelta, pero no hubo una ceremonia equivalente a la degradación pública.
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Más de un siglo
después, la pregunta que nos hacemos muchos chilenos es por qué quienes han sido acusados y condenados por atroces
crímenes de lesa humanidad no han sufrido parecido castigo. Dreyfus fue
víctima de un atroz encadenamiento de odios y temores. Lo condenó un tribunal
militar prejuiciado y solo un gran movimiento social logró su absolución. El
Ejército francés tardó un siglo en reconocer su error, lo que demuestra la
universal debilidad de la justicia castrense.
En Chile los militares
que han sido condenados eludieron por largo tiempo su responsabilidad. Hasta el
año pasado, un grupo destacado de ellos no sólo pudo desafiar reiteradamente a
la mayoría de los chilenos sino que gozó de inaceptables privilegios en una
cárcel especialísima.
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No están en libertad.
Pero no han perdido significativos privilegios. Uno de ellos es que nunca
fueron degradados, con todos los beneficios que ello implica.
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Este año, por primera
vez, se ha abierto una débil fisura en la coraza que los protege. Según el
ministro Jorge Burgos, el gobierno no descarta "analizar la viabilidad
jurídica" para degradar a los militares condenados por violaciones a
los derechos humanos durante la dictadura.
¿Cuánto más habrá que
seguir esperando?
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