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domingo, 5 de junio de 2011

LA POLÍTICA DE LA EDAD SOLAR.

Por Hugo Latorre Fuenzalida

¿Por qué llamar “SOLAR” al nuevo paradigma, que recién asoma, de la política y del ejercicio del poder?

En primer lugar porque se trata de que ya el planeta Tierra y sus habitantes más conscientes sienten que la política industriosa, fáustica y de consumo está llegando a su fin (Los límites del crecimiento, ahora se hace realidad).

Segundo concepto: porque lo que viene es una forma más “natural” y menos artificiosa de entender y ordenar la vida.

Tercero: porque la insatisfacción humana que ocasiona la sociedad de consumo infinito, va dejando sus marcas dolorosas en todos las dimensiones problemáticas que exhibe la sociedad contemporánea.

Se apellida “Solar”, porque ¿qué hay más originario, primario, prístino, transparente y total en el origen y destino de la vida si no es el SOL y su energía?

Serán las restricciones que impone la realidad ambiental y natural lo que obligue al cambio de paradigma. La profética advertencia del Club de Sabios de Roma (1974) se comienza a materializar cuarenta años más tarde y va quedando en evidencia tanto en la expansión de la demanda desde el ASIA, como en el cambio climático. La incorporación de Asia a los patrones de consumo occidental, deja en evidencia que los recursos del planeta no son suficientes para sostener un industrialismo universal. Inclusive la demanda de alimentos va provocando una inflación mundial de esos bienes y por mucho que avance la tecnología, la producción agrícola se verá en serios aprietos para alimentar a una masa que duplicará las demandas en pocos años.

La lógica del “humanismo” centrado en la despótica posición del ser humano como creatura privilegiada de Dios y de la creación, que se origina desde el mandato bíblico: “Id y dominad la Tierra; creced y multiplicaos”; hasta pasar por Hegel y su genealogía del espíritu, o sus discursos de Jena, donde pone a la “Astucia técnica” del hombre, como uno de los pilares en la construcción del espíritu en la historia. Esa “astucia” consiste justamente en doblegar a la naturaleza; pasar de ser una especie que sufre los rigores esclavizantes de lo natural hasta esclavizar a la naturaleza y someterla a sus designios. Es la visión fáustica (Goethe) de manejar incluso a las aguas de los océanos y replegarlas en su agresiva acción contra los territorios que los hombres añoran. También está Bolívar, el libertador, que proclama, ante el terremoto de Caracas, esa célebre frase, propia de su siglo: “Si la naturaleza se nos opone, combatiremos a la naturaleza hasta someterla”.

Abandonar la era de las chimeneas

Pero el hombre de la era industrial ha resultado ser el más prepotente y avaricioso. La “ciencia económica” ha venido a legitimar con su discurso de la “utilidad”, el pasotismo mefistofélico de los emprendimientos competitivos. Ganancia, acumulación, inversión, dividendos, crecimiento. Todas estas palabras conforman el paradigma del apetito voraz e ilimitado de una lógica cartesiana, pervertida hacia lo puramente material, técnico y utilitario, apoyado en las armas (la visión napoleónica del saber como instrumento al servicio del Estado) cuando la razón pura se hace insuficiente. De ahí mismo viene nuestro célebre enseña: “Por la razón o la fuerza”, que es la contradicción misma, si se le analiza incluso desde la simpleza pastoril del reflexionar.

Chile es un país que cree aún en esas ideas que provienen del siglo XVII y XVIII. Vivimos en la edad del hierro; ni siquiera asomamos la nariz a esta nueva “edad solar”, que es la que empieza a imponerse en los actores más futuristas que habitan en el siglo XXI. No sólo somos conservadores en las ideas, en las formas organizativas de la política, sino que somos ultramontanos integrales.

La “edad solar” no es “contratecnológica

Más bien es hipertecnológica. El hombre cuanto más avanza en el saber, más desentraña los secretos últimos de la naturaleza. La edad del hierro y del carbón, son todavía etapas del “aprendiz de brujo”, que va sacando de lo natural las excrecencias más groseras, torpes y rudimentarias. Las tecnologías ineficientes e ineficaces son necesariamente las más contaminantes, las que dañan, las que dejan huellas irreparables en el ambiente, en lo natural, en la salud y en la riqueza viva del Planeta. Incluso la energía atómica de fisión es primitiva, justamente porque sus desechos son altamente dañinos a la naturaleza, a la vida y son de riesgo máximo en caso de catástrofes. La energía atómica de fusión puede llegar a ser una tecnología de futuro, pues es limpia y económica en el uso de factores. Pero esa aún está en el horizonte lejano.

Las "externualidades del industrialismo"

La “edad de hierro” y del carbón, que es la que nos obligan a vivir aún, impone en su lógica economicista las “externalidades”, que no es otra cosa que privatizar las utilidades o ganancias y socializar los costos asociados al ambiente y lo natural. Esta lógica engañosa, pero letal, permite apropiar grandes utilidades nominales en el ejercicio económico de las empresas, pero carga a las espaldas de la sociedad todo el malestar y los daños que generan esos emprendimientos, daños y costos reales que deberán pagar las generaciones presentes en salud, y las futuras en restablecer lo que se ha destruido.

No está lejos el ejemplo de Europa, que ha debido invertir hasta el 11% de su PIB en recuperar los daños naturales causados por su lógica industrial pasotista y externalizadora del pasado, cuando las industrias de chimenea contaminaban aguas, talaban bosques y destruían paisajes por doquier.

América Latina debe ser más ágil en su aprendizaje y respuesta ante estas arremetidas de un prurito fáustico tardío, como el que sufren nuestras élites políticas. No hay otra fuerza que la sociedad civil organizada capaz de dar un giro a esta especie de molicie mental y anímica. Es el único poder emergente capaz de frenar la destrucción irracional, de parar las fuentes tóxicas del progreso privado, de ahuyentar las ideas utilitarias de un provecho espurio de pocos, que cargan impunemente en la salud de las mayorías los costos de sus groseras ganancias.

¿Verdad técnica?

La verdad técnica siempre resulta ser una verdad a medias. Puede que Chile necesite más energía de aquí a la próxima generación; pero no es cierto que se deba destruir la naturaleza para conseguirla. Porque lo que está detrás de esa apropiación de la energía hidráulica, es la licenciosa concesión de aguas que da la legislación chilena. Y, además, porque los precios que cobran las empresas eléctricas en Chile son precios de monopolio, lo que les tienta a un segundo gran negocio, que por cierto no se refleja en un beneficio a las cuentas que se cobran a los chilenos en electricidad hogareña ni industrial.

En la discusión técnica está la alternativa de centrales más amigables y con sistemas de conexión menos destructivos. También está el tema, por ejemplo, de la energía solar entre la gran variedad de energías alternativas. Es discutible que instalar centrales solares sea más caro y menos eficiente que las centrales térmicas a carbón. Las nuevas plantas en Arizona, son de ciclo solar completo mediante el uso de sal fundida, lo que les iguala en eficiencia, y los costos de instalación no son tanto más que las termoeléctricas, pues con una inversión igual a la planta termoeléctrica que se estaba autorizando en Concón, es decir de 1.200. millones de dólares, se puede abastecer a una ciudad de 150.000 habitantes.

Una prisa sospechosa

La prisa por aprobar estos megaproyectos destructivos, lleva a sospechar la existencia de connivencia y cruce de intereses en las esferas del poder. Porque cuando Chile era más pobre y menos dotado de recursos humanos calificados, cuando los procesos de instalar empresas eran enormemente costosos, nuestras autoridades se atrevieron a iniciar grandes proyectos. Esto quiere decir que somos un país que cuando nos proponemos grandes desafíos somos capaces de sacarlos adelante con nuestros propios medios. Pero de un tiempo a esta parte, pareciera que una ineptitud pasmosa nos inhibe la iniciativa, hasta para lo más elemental. Todo lo queremos dejar en manos del extranjero, como si los chilenos sufriésemos de un mal intelectual, moral y anímico que nos incapacita de manera total y permanente.

Por eso es incomprensible que las últimas generaciones de gobernantes se sumen de manera ligera a los cantos de sirena de tecnócratas y empresarios ganados al inmediatismo de los negocios y a la utilidad frívola y displicente.

Chile tiene tiempo de aplicar modelos alternativos a su matriz energética. No estamos desesperados por las exigencias de energía, y de aquí a una década, los avances tecnológicos habrán hecho muy superiores las opciones limpias ante las contaminantes, tanto en costos de instalación como en los de funcionamiento.

Si las mineras del norte requieren más electricidad, pues que las financien, pues en nada benefician al resto de los chilenos; pero que financien energías no contaminantes. Es inaceptable e irracional que además de no contribuir al sostenimiento de la sociedad chilena, las mineras vengan a imponer una exigencia energética deletérea, dañina, destructiva y degradante para nuestro suelo, nuestras aguas, nuestros paisajes y nuestros habitantes.

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