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lunes, 7 de marzo de 2016

LOS DISCURSOS DISRUPTIVOS EN EE UU

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Quien ha visto a los Americanos a lo largo de su historia, podrá darse cuenta que algo anormal sucede en los discursos electorales del presente; lo de Donald Trump por el lado de los republicanos y de Bernie Sanders, por el lado de los demócratas, puede representar una sorpresa que merece explicaciones. Por primera vez los norteamericanos sienten que su crisis es decadente y eso cambia la perspectiva electoral.

Bien sabemos que el norteamericano medio es un elector con poco aliento ideológico y mucho fuelle pasional o pragmático; dicho de otra manera, el bolsillo afecta pasionalmente su voluntad ciudadana y pocas consideraciones  utópicas permanecen presentes, más allá de las recordadas palabras de su declaración de “derechos del hombre” y los idealismos proclamados como Nación que asume un rol propio de “pueblo elegido”, expuesto brillantemente en su texto constitucional; más allá de eso lo de los americanos es el efectismo pugnaz y belicoso, una sociedad fáustica, la sociedad del “Faust”, es decir del “Puño”, como gustaba traducir el gran García Bacca.
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Como país que sufre grandes desigualdades y diversidades, ha tenido y tiene que resolver tremendos conflictos de interés, conflictos que cuando el “maná” es abundante tienden a resolverse de forma razonable (automatismo funcionalista), pero cuando el pan de la legitimación diaria se hace precario, entonces la razón tiende a descalibrarse, a descentrarse, a salir de su quicio (disfuncionalidad sistémica).
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Es verdad también que esa nación ha tenido que lidiar con conflictos secesionistas, raciales, bélicos, terrorismo, etc., pero siempre se  han dado dentro de un esquema de Nación preeminente, de cabeza de león, de potencia emergente o dominante; pero ahora, en cambio, y ya desde hace un tiempo, viene dándose un proceso similar, en repercusiones, a lo que aconteció con la gran crisis de los año 30 del pasado siglo.
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Esta nación, profundamente militante del liberalismo universal, debió enfrentar la aceptación de un actor que hasta entonces había permanecido en segundo plano: el Gobierno Federal o Central.
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El Estado hubo de ascender del sótano a los niveles ejecutivos del poder, debido a que la magnitud de los desafíos a enfrentar por esa sociedad, cada vez más diversificada y moderna, superaba las capacidades del sector privado por sí solo. Esto aconteció desde inicio del siglo XX y se profundiza con la gran crisis del capitalismo liberal en los 30.
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De hecho, desde los inicios del siglo XX, el gobierno central debe hacerse cargo de una serie de emprendimientos en infraestructura que el sector privado no fue capaz de abordar, dada la gran inversión de capital que demandaban y las dimensiones de la organización requerida a través de un extenso territorio, además que el retorno de este tipo era a largo plazo, cosa que a la inversión privada no entusiasma mucho (represas, carreteras, sistemas de embalses, regadíos, investigación, etc.)
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Luego, con la participación en grandes conflictos mundiales y regionales, el Gobierno Central debe asumir emprendimientos industriales desde su organización hasta su implementación de manera y en volúmenes nunca antes experimentados.
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Finalmente, cuando surge el nuevo paradigma capitalista como estrategia para salir de la crisis estructural- esto de mano de la teoría keynesiana- este país expande su proyecto de manera acelerada y de forma exitosa, reposicionando a EE.UU. en la cima de la dominación industrial y comercial, amén de alcanzar una capacidad bélica incontrarrestable, como demostró durante la Segunda Guerra Mundial.  Esta etapa industriosa  y de gran integración social, es conocida como la etapa de oro del desarrollo económico de Estados Unidos de Norteamérica.  F. Delano Roosevelt pudo impulsar esa transición (“NEW DEAL”) con su inmensa capacidad y seriedad de estadista trascendente. Podemos decir, entonces, que incluso en las crisis la voluntad y ánimo que forjó los cambios de los norteamericanos estuvo siempre coronado por una positiva visión de su jerarquía mundial y de sus posibilidades futuras.
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Cuando la segunda gran crisis del capitalismo industrial se desata en las postrimerías de los 60 y comienzo de los años 70, una nueva mano – la de  Ronald Reagan y Milton Friedman- pretende reformular los paradigmas y cambiar el modelo integrador-keynesiano por otro que postula la desvinculación máxima posible del Estado y la emergencia del interés privado y corporativo como centro y motor del crecimiento (“EMPRESOCENTRISMO NEOLIBERAL”).
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Pero luego de 40 años de vigencia del modelo “EMPRESOCÉNTRICO”, lo que se visualiza como resultado es que en el gigante industrial desarrollado del norte lo que se ha fortalecido no es la industria y la capacidad productiva real, sino la capacidad de consumo y  de la especulación financiera, dentro de la cual se incubó la crisis inmobiliaria.
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Así es que lo particular del  discurso disruptivo actual es que EE.UU. se encuentra ahora en grave riesgo de perder su hegemonía económica mundial  a mano de los países emergentes del Asia; para peor, sus soportes corporativos están emigrando, por décadas y con absoluta indiferencia, hacia los nuevos mercados mundiales, perjudicando la sustentabilidad laboral y productiva, de consumo y de desarrollo humano y social que tan generosamente acompañó a ese país por más de un siglo.
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La derrota en Vietnam fue un golpe duro a su preeminencia bélica, que sólo se recuperó luego de vencer en la competencia económica y estratégica-tecnológica  al enemigo del Este, concretado en la caída del Muro de Berlín junto al derrumbe total de la propuesta del enemigo socialista.  Ahora, la emergencia tecnológica de Japón, Alemania y China, vienen a amenazar otra gloria del desarrollo norteamericano: su hegemonía en ID (Investigación y Desarrollo); la “gran brecha” social y el crecimiento del malestar por desempleo y reducción de salarios, junto a la aparición de supermillonarios, viene a poner en entredicho el mito de ser “tierra de las oportunidades”, ya que los pobres crecen y decaen más en las estadísticas más fiables, mientras que la clase media permanece estancada hace 30 años. (Ver “La gran brecha”, de J. Stiglitz).
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Todas estas razones hicieron que Obama triunfara con un discurso disruptivo, centrado en las grandes reformas sociales y económicas que debía abordar la sociedad norteamericana luego del desastre del 2008, pero ahora que Obama fue anulado en sus propósitos reformistas, el discurso de Sanders va por fueros más ideológicos y totalista, aunque dentro de las formas democráticas propias de los norteamericanos. Trump, por su parte, exalta la frustración de la sociedad potente y prepotente que siempre predicó como ideal el segmento más derechista del poder en Estados Unidos, pero al mismo tiempo desafía algunos de los postulados del establishment conservador.
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Ambas posiciones representan la herida sangrante de un gigante efectado gravemente en su autoestima y en su capacidad de respuesta “normalizada”. Es posible que se imponga finalmente el discurso medio y acomodaticio que busca consensos sin fricción, dejando los estándares de acción operativa empresarial tal cual han sido, pero con mayores precauciones para gatillar las alertas ante situaciones  de dislocación y de riesgo.

En consecuencia, lo que veremos en el futuro, serán propuestas electorales cada vez más marcadas por un ánimo de pugna, de confrontación agonal y de ascensos a un discurso más elaborado desde las ideas olísticas, o desde las fácticas arremetidas de la pasión reivindicativa de una grandeza de la que ya muchos dudan. 

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