Por Walter Krohne
Director-Editor de Krohne Archiv
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El Estado es quizá el concepto de las ciencias sociales más estudiado en toda la historia de la humanidad. Desde Aristóteles y Platón la preocupación por el Estado ha sido casi permanente y su definición ha ido evolucionando a medida que la sociedad avanza o se vuelve cada vez más tecnológica, como es el caso actual. Es un debate que se ha extendido hasta nuestros días, en que las calles y plazas de algunas ciudades europeas se llenan de “indignados”, un movimiento de jóvenes aburridos de estar sometidos y obligados a acatar resoluciones aprobadas entre cuatro paredes por los mandamases del Estado, que se dan la gran vida frente a pueblos medios muertos de hambre y con graves problemas sociales. Es una movilización que se está extendiendo con una rapidez asombrosa también por América Latina y, especialmente en Chile, como lo hemos visto en estos días.
Es la postura masificada impuesta por los rebeldes de naciones árabes que por primera vez han dicho “basta de represión y mentiras” para iniciar campañas destinadas a derribar a los gobiernos dictatoriales y monárquicos. Es el mismo pensamiento hoy de los jóvenes europeos que se sienten ajenos a la actual estructura y al papel que para algunos debe cumplir el Estado, que se ha concentrado en buscar el bienestar de los consorcios financieros, responsables por su propia ambición de la crisis financiera mundial, a costa de miles y miles de jóvenes que están pagando con el desempleo y el abandono social los errores de los ricos y poderosos.
Cuando el ministro chileno de Educación, Joaquín Lavin, dice que nada le va a impedir llevar adelante su proyecto educacional, que mantiene el lucro en la educación con las correspondientes divisiones y competitividades sociales que involucra, los estudiantes tienen toda la razón en seguir protestando y radicalizando su movimiento.
Así como estamos ahora, que parece un país de descontentos y en pie de guerra, con un caos que no se veía en Chile desde hacía mucho tiempo, con huelgas, tomas de colegios, horrible violencia contra los mapuches y ataques policiales contra civiles en las grandes ciudades, con un presidente debilitado por la propia opinión público que rechaza su gestión en un 56 por ciento y una oposición que es inexistente... ¿qué se puede esperar?
¿Por qué la humanidad está intentando de encontrar nuevas formas de organizar a las naciones?
La actual estructura del Estado deja en manos de unos cuantos los asuntos de todos y por esta razón es una forma de organización humana que ya comienza a agotarse. Después que los Estados europeos alcanzaron su apogeo en los siglos XVIX y XX , han entrado en una fase de claro descenso. Los pueblos, especialmente los de origen latino, como España, Italia y Grecia, hacia los cuales se ha extendido el sentir de los "indignados", aspiran a destruir o modificar fuertemente ese poder que no sirve más que para cohibir el libre desenvolvimiento. Quieren la autonomía de las provincias, de los municipios, la asociación entre sí de los grupos obreros, supresión de poderes que les impongan, establecimiento de lazos de apoyo mutuo y libre acuerdo.
Esta es la fase histórica del pensamiento en la que nos encontramos y nada podría impedir su concreción, porque el descontento global es muy grande. El pueblo cada vez acepta menos que se le impongan cosas, que se le obligue a aceptar una hidroeléctrica que en el fondo nadie quiere, o que se acaten razones de la Iglesia para conducir ciertas políticas como “la vida en común” o el matrimonio homosexual, tras ser una institución que ha perdido ya credibilidad tras el lamentable caso Karadima y otros de abusos sexuales de sacerdotes o confesores.
El Estado se inmiscuye en todos los asuntos de la vida humana sin que siquiera lo alcancemos a notar. Es un poder que nos persigue desde la cuna hasta el ataúd y no nos damos casi cuentas. Legisla todo a su manera y sin consultarle a los usuarios, que es el pueblo. Los mandamases toman a este pueblo en serio sólo en épocas de elecciones. En ese momento éste es otra vez el pueblo con mayúsculas y tiene para los políticos un valor ilimitado. Pasadas las votaciones siguen todos haciendo lo mismo de antes. Suben las tarifas de los servicios básicos, como la electricidad, que los mandamases dicen que subirán entre 8 y 12 por ciento, cuando en la realidad suben un 26 por ciento como ocurrió en la comuna de Providencia de Santiago en el último año. Y sin apartarnos de Providencia nos parece que es la comuna más “sinvergüenza” entre muchas otras, ya que acaba de subir, sin consultarle a nadie, un cien por ciento el precio por estacionarse en la vía pública, espacio que les pertenece a todos los chilenos y de la cual el estado se ha apropiado indebidamente.
Así la lista es larga, larga… para que hablar de las contribuciones y de los seguros de casas con cobertura en caso de sismos que subieron un 31% con tarifas autorizadas por el Estado chileno a través de la Superintendencia de Valores y Seguros con el argumento que tras el terremoto hay que darles a estas compañías la oportunidad de que se recuperen económicamente ¿y por qué tienen que pagar también este incremento los usuarios que no sufrieron daños y no ocuparon el seguro? No pensemos siquiera en los costos que significa alimentar a las gigantescas plantillas de trabajadores municipales o de servicios públicos que no son plantillas, son ejércitos, como igualmente los elevados sueldos de los políticos y mandamases del Estado y los gastos de representación o “gastos reservados”, una bonita expresión que esconde millones y millones que nadie sabe en que se gastan. Pero por favor no entremos en el tema de la corrupción.
No es difícil entender entonces para qué puede servir el Estado como el que tenemos. Es como si fuera un club o una asociación de personas que no reciben nada de la institución misma pero que los socios deben desembolsar mes a mes mucho esfuerzo y dinero para seguir ligado a la institución de la cual les está prohibido retirarse.
¿Para qué sirve esta inmensa maquinaria llamado Estado? ¿Es para impedir la explotación del obrero por el capitalista? ¿Es para facilitar y asegurar el trabajo, para defendernos contra el usurero, para suministrarnos alimentos cuando tenemos hambre? ¿para defendernos de los bancos? ¿Para hallar justicia? ¿Para tener el derecho a un servicio de salud permanente y gratuito? ¿Para asegurarnos una buena educación gratuita?
Todo sabemos que la respuesta a todo esto es un NO rotundo.
Sirvan entonces estos argumentos para comprender hoy a “los indignados” que también se preguntan ¿para que nos sirve el Estado actual si no tenemos trabajo, estamos al borde de la miseria social y casi nos morimos de hambre?
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