EE UU busca dejar sin margen de maniobra a Maduro con el apoyo explícito a González; Petro, Lula y López Obrador quieren una salida negociada sin Machado
Estados Unidos y las potencias regionales de izquierdas (Brasil, Colombia y México, con el acompañamiento cercano de Chile) se preguntan qué hacer con Nicolás Maduro, al que se le ve irritado estos días. Apenas ha dormido. En sus apariciones públicas ha lanzado miradas de impaciencia y desagrado a asesores que tardaron en darle play a un vídeo o que no recordaban un nombre que él tenía en la punta de la lengua. Según un dirigente del PSUV, el partido oficialista, y analistas y diplomáticos, por su cabeza nunca pasó otro escenario que no fuese el de una victoria en las presidenciales del domingo pasado. La sospecha de que el aparato de su Gobierno cometió un fraude para arrogarse una victoria que en realidad le pertenecía a Edmundo González, el candidato opositor, ha paralizado un país de por sí convulso.
Una parte importante de la comunidad internacional se pregunta cuál es la mejor manera de solucionar un conflicto político que involucra a toda Latinoamérica, por los millones de venezolanos que se han repartido por todo el continente debido la crisis económica del país. Washington ha optado, esta primera semana, por arrinconar a Maduro y forzarle a tomar decisiones rápidas reconociendo a su rival como el vencedor. Los países vecinos con los que Venezuela comparte una cercanía ideológica, en cambio, apuestan por una negociación que permita hacer un recuento con las actas que todavía el ente electoral venezolano no ha mostrado y ofrecer una salida negociada al chavismo si realmente ha sido derrotado.
Nada ha salido según lo planeado. El chavismo se preparaba para una victoria contundente que mostrara al mundo que Maduro no es ningún usurpador. Las urnas lo iban a demostrar. El Consejo Nacional Electoral (CNE), en poder del chavismo, anunció el lunes, de madrugada, la victoria de Maduro después de un retraso de varias horas en el conteo. Sin embargo, solo ofreció un número total de votos y no los datos desglosados por centro electoral, por lo que no hay manera de confirmar su veracidad. La oposición, previniendo la posibilidad de un fraude, había pedido a todos sus testigos que fotografiaran esas actas, que han subido a la red para que cualquiera las pueda consultar.
El Gobierno de Maduro, la oposición y la Casa Blanca veían en estas elecciones la posibilidad de acabar con una crisis política que dura casi una década. Después del 28 de julio, sin embargo, lejos de resolverse, la crisis se ha profundizado y ha metido al país en un laberinto.
La mayoría de la comunidad internacional le pide a Maduro que enseñe las actas. Siete días después, el CNE no lo ha hecho y se remite al plazo de 30 días oficiales que tiene para publicarlas —históricamente han salido a la luz de inmediato—. Maduro no cede, por ahora. Washington aseguró que se le estaba agotando la paciencia y el jueves anunció a Edmundo González como el vencedor. El secretario de Estado, Antony Blinken, urgió a iniciar un periodo de transición entre presidentes. Esta petición fue respaldada por una serie de países que, en cascada, declararon vencedor al opositor. Por la vía de los hechos, estas naciones empiezan a desconocer a Maduro como presidente y lo anulan como interlocutor válido. El presidente venezolano se dice víctima de una conspiración internacional, un golpe de Estado “de extrema derecha” en el que involucra a los magnates Elon Musk y Jeff Bezos. Incluso dentro del chavismo algunos dudan de si habla en serio cuando los cita a ellos.
Los líderes de izquierdas de América Latina tienen la convicción de que ese es el camino equivocado, que no conduce a ninguna parte. Les ha sorprendido y molestado que Joe Biden se haya precipitado y haya anunciado a un vencedor, cuando las actas todavía pueden ser presentadas. Gustavo Petro, desde Colombia; Luiz Inácio Lula da Silva, desde Brasil, y Andrés Manuel López Obrador, desde México, le piden al chavismo que lo haga, cuanto antes mejor. Con eso dejarían claro que son los ganadores y de paso podrían detener las protestas en las calles, que se han saldado por el momento con más de una docena de muertos. Ante la negativa a entregar nada, muchos piensan que el chavismo gana tiempo para falsificar unos resultados por ciudades y municipios que coincidan con el dato final. Los expertos, de todos modos, explican que esas actas son difícilmente replicables y el engaño podría ser muy evidente.
En cualquier caso, lo que quieren los presidentes de las tres potencias regionales de izquierdas —de la operación se ha apartado al chileno Gabriel Boric por mantener una confrontación muy directa y pública con Maduro— es abrir una negociación de inmediato que parte de dos supuestos: que se muestren los resultados desglosados y que en una mesa se sienten a hablan Edmundo González y el presidente venezolano. Según reveló EL PAÍS el viernes, de esas conversaciones debería quedar excluida María Corina Machado, la líder indiscutible de la oposición, que después de ser vetada por las instituciones controladas por el chavismo designó a González para que participara en su nombre. El oficialismo pensaba que ese golpe de mano no funcionaría, pero en cuestión de días la oposición le convirtió en alguien muy popular y llegó al domingo con grandes números. La intención de los presidentes de excluirla resulta delicada. Ninguno de los tres siente admiración por ella; de hecho, a menudo han llegado a referirse a su supuesta radicalidad para justificar posiciones blandas con el chavismo. Machado viene de una derecha liberal, en alguna época de su vida escorada a posiciones extremas que ahora ha suavizado; ellos, de la izquierda latinoamericana de los setenta y ochenta, progresista en algunos puntos y conservadora en asuntos como el feminismo.
Sentarse a discutir
Pero esa, en el fondo, no es la barrera. Los presidentes saben de sobra que Machado monopoliza el voto antichavista, en dos años se ha erigido como un referente que nadie en la oposición le discute, ni los que no la quieren bien. El problema es que el chavismo no la quiere ver involucrada en ninguna negociación. Su nombre, en el círculo de Maduro, apenas se pronuncia. Petro, Lula y López Obrador saben que el chavismo no se sentará a discutir con ella, solo con Edmundo González. No les parece algo tan extraño que se haga así, puesto que él fue el candidato y el presidente en caso de que un recuento transparente le dé la razón. Ese diálogo entre las partes debe dejar por sentado que los dos aceptarán el resultado, siempre y cuando haya un escrutinio verificable por parte de entes independientes. Los presidentes prevén entrevistarse con Maduro en los próximos días y convencerle de que se atenga a esta negociación, un camino menos áspero que el de Estados Unidos, que exige una solución inmediata.
Los críticos del plan de los presidentes consideran que el chavismo vuelve a tratar de ganar tiempo y enfrascarse de nuevo en otro diálogo que se eternice, como los anteriores. A la vista, sin embargo, hay pocas más soluciones. Algunos defienden una repetición electoral con una verificación exhaustiva, otros un diálogo más directo en el que se le ofrezca una amnistía a Maduro y a su círculo —no más de 20 personas— con la condición de que acepten el resultado que parece haber salido de las urnas. Cualquier diálogo, sea el que sea, no resultará sencillo.
Aporte de la agencia europea Others News Por Juan Diego Quesada – El País
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