VOTÓ UNA FRANCIA RADICALIZADA
Marine Le Pen admite la derrota ante Macron: "La batalla seguirá en las elecciones legislativas", que se celebran en un mes.
Tras el cierre de los locales de votación y la difusión de las primera proyecciones, el centrista proeuropeo de 39 años, Emmanuel Macron, fue elegido como el nuevo presidente de Francia.
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Con entre el 65,5 y 66,1% de los sufragios, este exbanquero reemplazará al socialista François Hollande que renunció a presentarse por falta de apoyo popular y del que fue ministro de Economía, según estimaciones de institutos independientes.
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El resultado se daría en medio de una elección marcada por la alta abstención, la mayor de los últimos años.
Por Rafael Poch
Un país radicalizado acude hoy a las
urnas. Dividido entre una oferta de continuismo y otra de ruptura destructiva,
el inquietante enredo es que la victoria de lo primero continúe profundizando
el avance de lo segundo.
La oferta del ultraderechista
Frente Nacional, que hace 15 años obtuvo alrededor de un veinte por
ciento del voto en las presidenciales, podría obtener hoy alrededor de un
cuarenta. Ese progreso plantea algo más que preguntas sobre cual será el avance
de esas fuerzas dentro de cinco años, en las presidenciales del 2022.
Nacido como típico partido de ultraderecha, con anclajes en el
neofascismo europeo de los años setenta, las herencias del régimen de Vichy y
las heridas de la Algérie française,
el Frente Nacional ha logrado en veinte años hacerse con el grueso del voto de
protesta de la Francia de los de abajo, sus sectores sociales y territoriales.
Más de la mitad de los franceses son críticos con la Unión Europea, con la quita de
soberanía y de democracia nacional que representa, sin querer por ello
abandonar el europeísmo. Votaron en el 2005 en ese sentido en un referéndum que
fue ignorado y hoy dos terceras partes de ellos son críticos con Alemania. Casi
un 70% apoyaron la pasada primavera la resistencia sindical, ciudadana y
estudiantil a la reforma laboral del presidente François Hollande.
Los dos nombres de la
cabina de voto
Ahora todos ellos se encuentran en la cabina de voto con dos nombres.
Uno, el del joven exministro de Economía, Emmanuel Macron, les propone continuar con un europeísmo sin
enmienda, el más disciplinado alineamiento con Alemania, y la profundización
por vía de decreto de la reforma laboral.
La otra, Marine Le Pen,
les tienta con una estudiada síntesis que ha añadido a la vieja oferta
xenófoba, fundamentalmente antimagrebí, la crítica a todo lo que les irrita: la
falta de soberanía nacional, el seguidismo y la falta de autonomía en política
exterior, el retroceso del Estado, así como la degradación de los servicios
públicos y el recorte de derechos sociales y laborales a consecuencia de las
políticas de austeridad.
Esta alternativa desagrada al 70% de los franceses. Por eso, de los 47
millones de ciudadanos llamados hoy a las urnas, se espera que alrededor del
25% no acuda, que otros tres millones voten en blanco o nulo, y que la mayoría
del resto acuda movido mucho más por un emitir un voto de rechazo hacia el
candidato al que quiere eliminar que de adhesión y simpatía hacia el que
favorece. Un cuadro sin precedentes en Francia.
El resultado será engañosamente tranquilizador
Es también el motivo de que, como se adelantaba ya el pasado 23 de
abril, el resultado de la elección de hoy sea engañosamente tranquilizador. La
esperada victoria de Macron, con alrededor del 60% del voto y la derrota de Le
Pen, con cerca del 40%, tal como indican los sondeos desde hace semanas, sólo
es satisfactoria abstrayéndose de la enorme ambigüedad que rodea a esta extraña
elección en uno de los países más importantes del continente, esa Europa sumida
en una profunda crisis de desintegración.
En la última semana mucho de todo esto ha sido obviado en Francia por los intentos de
reconstrucción de una unión sagrada, un frente republicano para formar una
barrera a Le Pen. Pero esa barrera ya no es tan fuerte. El invocado
antifascismo ha logrado in extremis obviar en la recta final de esta campaña
todo diagnóstico social de la enfermedad francesa. Ha vuelto a colocar por unos
días a la Unión Europea en un altar sacralizado fuera del alcance de la
crítica. Pero a lo largo de más de un mes esa no ha sido la situación. A menudo
criticada desde los puntos de vista más diversos, esta campaña electoral ha
sido, en medio del torbellino descrito, un ejercicio de madurez democrática.
La sociedad francesa ha demostrado ser una de las más politizadas de
Europa. Una campaña que hace unos meses todos servían en dos grandes platos precocinados
–el tema del terrorismo yihadista y el debate sobre la identidad–, ha tenido un
menú mucho más variado. Transcurrida en medio de un estado de emergencia,
vigente en el país desde noviembre del 2015, y después de pavorosos atentados
que han dejado 240 muertos y centenares de heridos desde el funesto enero del
2015 ( Charlie Hebdo), la campaña supo abrirse y colocar en el centro los temas
económicos y sociales, Europa y la política exterior. Pero ni el mejor de los
debates logra paliar la gran fractura nacional dibujada.
Inicialmente prevista como una autopista para el candidato conservador,
François Fillon, esta campaña ha conocido inesperados escándalos y
eliminaciones, casuales carambolas y algunos excesos que han acabado dejando en
la cuneta a los dos partidos que dominaron el paisaje francés durante medio
siglo, conservadores y socialistas. El escándalo de los presuntos empleos
ficticios de su esposa restó diez puntos al favorito Fillon y lo eliminó.
Apabullado por su impopularidad, el presidente François Hollande (un
político que acaba su mandato sin mancha, hay que decirlo), renunció a
presentarse, algo sin precedentes.
Las primarias de la derecha eliminaron a Alain Juppé y Nicolas Sarkozy
en beneficio del mucho más radical y thatcherista Fillon. Una clara señal de
radicalización a la derecha.
Las primarias de la izquierda suspendieron a Manuel Valls, en beneficio
de un candidato gris a su izquierda, Benoît Hamon, que acabó cediendo el
espacio de la izquierda al altermundista Jean-Luc-Mélenchon. La radicalización
de la izquierda.
Como consecuencia de esta triple carambola se abrió la ventana para
Emmanuel Macron, confuso orador que se impuso en el centro del escenario con un
programa continuista y ecléctico. Por el camino se reventó el sistema
institucional de partidos en beneficio de un nuevo y frágil escenario que será
el encargado de gestionar la fractura.
El país está dividido entre lo que el geógrafo Christophe Guilluy llama
“la Francia periférica”, la Francia de los “sectores populares” y clases medias
en declive y la “Francia de los de arriba” que Macron representa.
“Se ve claramente que los partidarios de Macron y de Le Pen no viven en
el mismo país; diferencias geográficas, sin duda, pero también diferentes en
sus referencias culturales y sociales”, dice el economista Jacques Sapir. “Esta
secesión es de una gravedad extraordinaria. Cuando no hay palabras comunes, se
abre la puerta a la guerra civil”, dice.
“Desde la Revolución Francesa no conocíamos tal antagonismo de clase”,
observa Édouard Husson, historiador y vicepresidente de la Universidad de París
(PSL). En esta Francia que es resultado de décadas de desorden monetario,
desregularización financiera y abolición de fronteras, “va a resultar muy
difícil defender el radiante futuro del hiperindividualismo”, dice Husson. “Hillary
Clinton fue derrotada por no haber comprendido eso, Macron ganará, pero todo
indica que su efecto será de corta duración”, observa.
Advertencias para la derecha e izquierda
“Estoy inquieto por mi país, no tanto por este domingo, sino por lo que
vendrá en los próximos cinco años o mucho antes”, dice el popular
documentalista izquierdista François Ruffin. “Temo que la fractura degenere en
desgarro”, dice en una tribuna publicada por Le Monde y titulada Carta abierta a
un presidente ya odiado. “Lleva usted la guerra social, como la nube la
tormenta”, dice Ruffin.
“Macron deberá tener
en cuenta a esa casi mitad de Francia a la que tantos fracasos gubernamentales
ha hecho tan vindicativa”, señala la editorial de Le Figaro, que apoyó a Fillon
hasta el último momento. Prudente cautela ante una anunciada victoria.
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