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miércoles, 6 de abril de 2016

COLUMNA DE OPINIÓN

OBJETIVOS DE SEGUNDA ETAPA DE BACHELET: REFORMAS, COHESIÓN, LEALTAD
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Por Marcel Garcés Muñoz (*)

El gobierno de la presidenta Michelle Bachelet inicia la segunda etapa política de su Administración buscando  proponer y desarrollar  un camino político que garantice  la gobernabilidad del país, y el cumplimiento de su programa,  abrir perspectivas para el progreso y beneficios para las mayorías,  profundizar las reformas prometidas al pueblo y en marcha.
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La razón de existir del gobierno y la condición planteada por las reformas  está en la perspectiva, un proceso que  va mucho mas allá de la acción de un gobierno, del liderazgo y conducción de la Presidenta Bachelet y de la Nueva Mayoría.
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Se necesita del protagonismo de los ciudadanos, de la acción del  tejido social, así  como de la cohesión política de la coalición de gobierno  Y como mucha gente se da cuenta, para tener certezas, de la lealtad y compromiso unitario de su coalición.
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Seguir avanzando en las reformas prometidas a los ciudadanos  – reforma de la Constitución como tarea presente- que los  mandataron para hacerlos realidad mediante su voluntad expresada en las urnas es la exigencia y disyuntiva para el segundo tiempo del presente periodo gubernamental, donde además debe enfrentarse la definición electoral municipal de octubre próximo y la campaña presidencial, es decir de proyectar la Nueva Mayoría  hacia el futuro, no solo en el tiempo, sino en la profundización de sus objetivos.
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Es un hecho objetivo de que, en dependencia de los resultados que obtengan los partidos de la coalición en los comicios municipales, considerado un barómetro del estado del ánimo electoral de los ciudadanos,  se abrirá un nuevo escenario político en el país.
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De una parte se desatarán, los afanes, pretensiones y ambiciones  electorales de los aspirantes a presidenciables, pero conviene no olvidar, que es muy probable que las definiciones políticas deberán asumir un grave deterioro del quehacer político, de la confianza en los liderazgos conocidos hasta hoy  y de desconocimiento de la propia legitimidad del acto electoral y sus resultados.
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Los temas propiamente electorales- candidaturas, campaña, escrutinios- pueden ser desplazados de la agenda por la desconfianza, el rechazo, el descrédito,  el repudio a la participación y la consiguiente  abstención y  erosionamiento  moral de los valores y fundamentos democráticos, tan duramente reconquistados tras la dictadura de Pinochet.
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Lo cierto es que todas las fuerzas políticas del país, las oficialistas y las de la oposición de derecha, a quienes se han unido con inusitado entusiasmo electoral, fuerzas y movimientos  de la izquierda no tradicional o “antisistémicas” buscan conquistar al esquivo electorado, que al parecer,  según encuestas y las preocupaciones de las cúpulas partidistas tradicionales,  darían la espalda al proselitismo  de la hora con una ausencia que mostrará su desconfianza y rechazo a candidatos y promesas,  en un escenario de rechazo generalizado a la corrupción.
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Ese es lo que ha explicitado La Moneda,  en la cita cumbre de partidos, ministros  y legisladores realizada este lunes  28, dónde se  puso el acento en la perspectiva, en la estrategia y la táctica, para mantener la iniciativa y  el compromiso con los objetivos, además de la lealtad  y la responsabilidad política necesaria para mantener  y enfrentar las siguientes  etapas de  la  tarea democrática.
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Es necesario decir que  la llamada de atención del Gobierno y de la presidenta- que no es la primera en segundo periodo presidencial, no es una sorpresa. Y esto sucede porque no se han cumplido con las indispensables coordinaciones entre legisladores y ministros, entre La Moneda y los partidos. Y sobre todo no se ha visto el vínculo entre la acción política y legislativa y “la calle”, es decir entre las estrategias oficiales y las acciones de masas que deben acompañarla.
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Y hay en ello responsabilidad principal de los partidos, que no se pueden quedar entre las cuatro paredes de La Moneda y del Congreso.
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La Nueva Mayoría es una construcción política cuya necesidad se hizo históricamente evidente  y cuya razón de existir  surge de un escenario político donde las reformas son una condición histórica del desarrollo y que,  aunque  su  avance sea  paulatino , a veces dificultuoso,  en medio de obstáculos  y contradicciones, es una necesidad objetiva del progreso, de la profundización   de la democracia.
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Es la definición, la adecuada lectura del escenario, de sus fuerzas motrices, de sus contradicciones, de la maduración de las condiciones  sociales, económicos, ideológicas, la clave de  las líneas políticas, que `ponen en movimiento a las fuerzas del progreso y de la historia en un escenario  complejo, pero dinámico.
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Los partidos de la coalición gobernante, que por estos días, debaten y definen sus líneas, objetivos  y perspectivas políticas, tienen una responsabilidad mas allá de sus fronteras  partidarias o de sus definiciones programáticas.
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Lo tienen, de una manera determinante con los objetivos programáticos del gobierno, su estrategia y  un signo de madurez política es que, precisamente, coincidan  ambos vectores, se retroalimenten, se potencien.
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Y lo cierto es que por lo que se conoce a través de los medios, o por opiniones de algunos de sus personeros o tendencias, incluso a nivel ministerial o de legisladores,  se generan por lo menos  incertidumbres  al  respecto. No siempre se imponen criterios y hasta conductas propias de una coalición de gobierno, sino  intereses, proyectos  y objetivos parciales y muchas veces contradictorios. Parecen primar las diferencias, los egoísmos de corto alcance, las zancadillas, las pretensiones hegemónicas  o de superioridad moral, por sobre la prioritaria consideración de la necesidad de la unidad, coherencia, el respeto mutuo, el  entendimiento que impone la magnitud de las tareas políticas en perspectiva.
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Si unos – incluido un ministro que busca ser protagónico, con sus desplantes y lenguaje amenazante o clanes familiares o grupos de poder-  se distancian de la posición del Gobierno  respecto de legislación aprobada con el voto mayoritario de la Nueva Mayoría, sobre el aborto terapéutico, de  otra trinchera  ideológica una  diputada, vuelve a darse el gustito de vetar un eventual candidato presidencial de la coalición de gobierno (antes lo hizo con Michelle Bachelet) o se plantea  como tema crucial la permanencia de su Partido en el gobierno  o en la coalición.
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Y el problema, la prioridad de la situación política y de mañana- y quizás de pasado mañana- no es la tentación excluyente  de algunos líderes o personeros de la DC respecto del Partido Comunista, o de pretensión purista de algunos personeros comunistas, respecto del pasado  o los prejuicios  respecto de  épocas o de personeros DC.
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La visita de Obama a Cuba, el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, y el llamado  a tender puentes  que superen la enemistad política y las secuelas de la Guerra  Fría, es una lección política contundente, que conviene tener en cuenta como aprendizaje político práctico.
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Como es obvio, en democracia, no puede sorprender a nadie la expresión de las opiniones, e incluso la decisión de suscribir tal o cual posición  ideológica, o  la de pertenecer o no a un determinado partido. Pero por lo menos se puede esperar, en quienes han asumido la responsabilidad de gobierno,  la  fortaleza y lealtad política de no caer en las trampas mediáticas,  los voladores de luces o espejismos  políticos y no perderse de lo que son los problemas reales, estratégicos  o principales, tanto en la coyuntura  como  en la etapa histórica.
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Esto tiene que ver también  con la perspectiva histórica post Bachelet, donde se ven  afanes –orquestados por la Derecha, pero con ecos  en partidos de la Nueva Mayoría y en sectores de la ultraizquierda, y  con diversos argumentos o justificaciones, de instalar una estrategia de dividir, desmoronar, desmembrar a la coalición, con lo cual se facilitaría,  y este es el objetivo primordial de la derecha,  el desmoronamiento del proyecto reformista, la derrota del gobierno, el congelamiento de  los avances democráticos y la restauración  política, y sobre todo, de la derecha económica  y golpista  que instaló en el poder a Pinochet en 1973.
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Hoy, en Chile la contradicción principal  sigue siendo entre las fuerzas del progreso y las reformas,  la perspectiva democrática y patriótica  y los enemigos, nuevos y  antiguos  de la democracia, entre los nostálgicos de la dictadura, los “cómplices pasivos”, los sectarios  de derecha, centro o izquierda, o entre los herederos ideológicos de quienes sostuvieron con frenesí fascista, que “el único comunista bueno es el comunista muerto” y quienes aún asumen la históricamente derrotada conducta aventurera de “avanzar sin transar”.

(*) - El autor es director de Crónica Digital.

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