UNA DERECHA INTRÍNSECAMENTE PERVERSA
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Es arriesgado hacer juicios morales generales sobre las
personas y los políticos, igualmente hacerlo sobre las religiones. Pero hay
personajes de la historia y movimientos que se ganan con creces un juicio
lapidario, porque repiten sus conductas reprochables de manera pertinaz, sin
mostrar ni un esguince que aliente a pensar que esta gente desea reivindicarse
de sus errores u horrores pasados y presentes.
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Estas personas lo
llevan a uno a acreditar la presencia del mal como hecho objetivo; ya no como
posibilidad teórica o como especulación metafísica. Lo cierto es que se encarna
en la vida diaria como voluntad, como poder y como acción y coacción.
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Como dijo Jean Nabert en su “Ensayo sobre el mal”: ”No
comprendemos el mal, pero entendemos que es posible cada vez que una libertad
desvía en el sólo provecho de su yo propio las condiciones sin las cuales no
hay justificación real para la conciencia”.
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Los hombres con poder son capaces de las peores acciones en
favor de su yo propio; el poder mata al hombre, decía don Jaime Castillo, y lo
cierto es que en Chile quienes han manejado el poder desde siempre y de manera casi permanente, han sido los de la
derecha y, ésta, ha cometido actos de criminalidad vergonzante y de abusos tan
enormes y permanentes que son difíciles de asimilar como aceptables en el tiempo presente y, tal vez en ningún tiempo.
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Los agentes de la derecha se sientes signados a manejar el
poder y la riqueza como por mandato divino; tan así es que no conciben ser
sustituidos por otras fuerzas y otros poderes. Las pocas veces que ha
acontecido, que sean desplazados de una de las muchas instancias en que lo
ejercen, inmediatamente comienzan su
ejercicio conspirativo para desplazar al intruso advenedizo.
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Es por eso que la derecha también se ha unido tan firmemente
a la religión, pues ésta le otorga la justificación doctrinaria sobre el orden
divino, que debe ser acatado como designio de la voluntad superior traducida y
normada por ellos.
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La derecha no sufre temblores de mano cuando se debe
disciplinar a la chusma, toda vez que
se sale de sus límites y reclama
derechos que nadie les ha concedido, por
gracia o por desgracia.
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Es por eso que la derecha se aproxima tanto a los ideales y
las formas de los militares, que, sabemos, profesan una adhesión a las posturas
fascistas y reaccionarias, copiadas del prusiano y luego entrenadas por las
Escuelas de las Américas para fastidiar
a todo movimiento o persona que ose alterar el orden instaurado desde la
Hacienda y desde el Púlpito.
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El sagrado derecho de propiedad que tanto defienden los
derechistas, se borra con el codo cuando ese mismo sagrado derecho pertenece a
todos los chilenos, de tal modo que no se les mueve ni un músculo para echarle
el guante a las cosas que pertenecen al
Estado y embolsicarlas como patrimonio heredado por derecho originario de sucesión.
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Por eso conspiraron contra el presidente Balmaceda cuando
trató de equilibrar las cosas entre la riqueza apropiada por los extranjeros y
lo que le correspondía a los chilenos en relación a la riqueza del salitre; por
lo mismo desataron una guerra contra Bolivia; por eso mismo conspiraron contra el presidente Frei Montalva cuando
liberó al peón agrario de su condición de semiesclavitud; contra el presidente
Allende cuando pretendió dar vuelta la tortilla del poder, y contra la
trastabillante y naciente democracia recuperada, cada vez que pretendió
procesar las fechorías de Pinochet y su entorno civil y militar.
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Por eso los de la derecha apoyaron el golpe de Pinochet y
sus crímenes; por eso delataban a chilenos y los llevaron a la tortura y a la muerte; por eso se apropiaron de riqueza
perteneciente a todos los chilenos, dando nacimiento a una ola de corrupción
como Chile difícilmente conoció en otros tiempos.
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Por eso persiguieron la libertad de información y de prensa;
persiguieron la vida universitaria y hasta a la Iglesia por defender lo que debía ser defendido de
manera ineludible: la justicia y la vida.
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Luego de haberse apropiado, en dictadura, de todo lo que las
generaciones pretéritas de chilenos acumularon como riqueza del Estado, se
dedicaron -con la complicidad programática de la Concertación- a desfalcar y
exprimir al Estado con toda clase de licencias, favores, exenciones y
asignaciones económicas, pero también por la compra en dinero a los políticos
tanto del aparato central como del Parlamento.
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Los dineros que el Fisco les concedía para inversión
nacional (FUT), se desviaron, en buena parte, hacia los paraísos de inversión
especulativa; cosa parecida ha acontecido con los fondos de pensión, que siendo
ahorro de los trabajadores se transfieren a la banca a tasas de 2% a 3%, para
que estas empresas especulen en créditos cobrándole a los mismos trabajadores
tasas que llegan hasta el 45%, que con multas y gastos de cobranzas, superan
largamente hasta el 500%; pero también se transan de manera obscura en los
mercados especulativos internacionales en vez de servir al fomento de la
inversión chilena, creando un círculo vicioso perverso en que se invierte poco
en producción, por tanto no hay gran demanda
de trabajo productivo y los salarios permanecen bajos y la productividad
más baja aún, con el corolario de unas pensiones para jubilar que se sabe son
impresentables.
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Pero además, esos fondos invertidos para que otros los usen
y se enriquezcan, han debido sufrir pérdidas enormes, dado que ese tipo de
inversión es la más riesgosa por la gran inestabilidad que ha creado la
economía especulativa en el mundo globalizado.
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Ahora, luego de muchos años de oscurantismo, los chilenos
comienzan a destapar la olla y asoma la podredumbre que se esconde detrás de
los grandes monumentos de cristal: desde los “pinocheques”, la “venta de
armas”, las “comisiones por compra de armas”, “Inverlynk”, el jarrón”, “las
inversiones espejo”, “Mop Gate”, los hermanos Elgueta y su “Eurolatina”, la
colusión de las farmacias, La Polar, de los pollos, del papel, la compra
electoral de los parlamentarios y de tantas otras actividades que de seguro
permanecen coludidas y de las cuales el
sistema de regulación aún no percibe las emanaciones malolientes de la
corrupción.
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La Iglesia que fue un día progresista, especialista en
humanidad y atenta al sufrimiento de los pobres, ahora se ha volcado a los
vicios del dinero y la carne, con lo cual se alejó de la pobreza y sus
demandas. Esto ha llevado a que la Iglesia
fundada por el pobre de Nazaret y revitalizada por el pobre de Asís, se
convirtiera en la dueña de una banca mafiosa, de un clero corrompido y de una
ideología idólatra del becerro de oro. La Iglesia se derechizó y con ello se ha
hecho intrínsecamente perversa.
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La derecha chilena pretendió contraponer a la
revolución socialista de Allende una revolución liberal, con el instrumento
eficaz que fueron las fuerzas armadas pinochetistas y la ideología de los
chicago boys, pero se olvidaron de la sentencia del filósofo y humanista
Charles Péguy, que señala que “La revolución será moral o no será nada”. Y esta
revolución liberal, que se inaugura asaltando el “Palacio de Invierno” del
Estado, termina su descomposición asaltando el bolsillo de los ciudadanos, como
una cuadrilla de cuatreros, seguros y protegido por una ley que crearon para su
impunidad y que violenta y humilla a los hijos de esta tierra de manera
alevosa, negando incluso la reivindicación básica para la sobrevivencia de toda
sociedad humana, cual es la justicia.
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