Columnas de opinión del fin de semana (*)
LA VENGANZA DE NOVOA
Por Carlos Peña
La condena a Jovino Novoa (reconoció su
culpabilidad en delitos tributarios, para financiar la política) dio origen a
algunas exageraciones.
Una de ellas fue la del fiscal Gajardo:
"Se ha condenado por primera vez en esta investigación
-declaró- y se (...) ha sentado una verdad judicial, de que ha habido
financiamiento político irregular".
¿¿ ??
Hasta donde se sabe, el financiamiento irregular de la
política -dar o recibir dinero por vías distintas a las formales en una
campaña- no es un elemento del tipo delictual por el que se condena a Novoa. La
verdad judicial es que Novoa cometió delito tributario; el resto es, como dicen
los abogados, un obiter dictum , una consideración accesoria. Y es que Novoa
fue condenado no por el fin que perseguía (financiar irregularmente campañas de
miembros de la UDI), sino por el medio que empleó (en concomitancia con los
donantes, emitir y solicitar boletas ideológicamente falsas). Se le condenará,
pues, por un delito tributario. Y esto es lo que hace el derecho: no rechazar
los fines que persigue la gente, sino detenerse en los medios. Lo que Novoa
reconoció (y el tribunal castigará) fue que había empleado medios delictivos.
Pero si el derecho acepta todos, o casi todos, los fines, y
solo rechaza los medios empleados para alcanzarlos, ¿qué decir acerca de los
primeros? ¿Sale bien o mal parado Jovino Novoa cuando se atiende a los fines
que tuvo a la vista?
No sale del todo mal parado. El caso Soquimich es peor que
el caso Penta.
Políticamente hablando, el caso Penta casi equivale a la
captura de un partido, la UDI, por parte de un grupo empresarial. Nadie podía
dudar, sin embargo, que entre ambos había convergencia ideológica. Penta
financiaba a aquellos cuyas ideas coincidían con las suyas. Y los receptores de
su generosidad creían en las ideas que Penta les ayudaba a promover. Penta y la
UDI, en otras palabras, estaban del mismo lado y ningún observador podría
equivocarse en eso. El caso Soquimich es exactamente lo contrario. El
controlador, Julio Ponce Lerou, financiaba a quienes tenían ideas opuestas a la
suya. Los receptores de su generosidad eran severamente críticos de su
trayectoria y del origen de su fortuna. Cada uno, donante y mendicante, estaban
en un lado distinto. ¿Qué explica que alguien done a sus rivales y estos
acepten la donación? Bastante obvio: uno lograba callar la crítica y el otro se
dejaba callar.
En otras palabras, desde el punto de vista de la integridad
política -y mal que pese- el caso Soquimich es peor que el caso Penta. El
juicio político debe ser más drástico para los involucrados en el caso
Soquimich que para Novoa. ¿Alguien imaginaba que Julio Ponce Lerou, mediante
Soquimich, era el financista de la centroizquierda, quien ayudaba a preparar la
campaña y financiar sus cuadros intelectuales? Si el juicio político consiste
en decidir quién traicionó de modo más flagrante las expectativas que sembró en
el electorado, entonces no cabe duda: fueron los mendicantes de la Nueva
Mayoría beneficiados por Soquimich.
Pero -ya se dijo- los fines últimos no son objeto del
reproche legal en este caso, sino los medios empleados para alcanzarlos. ¿Y qué
ocurre ahora cuando, atendiendo a los medios usados, se compara el caso Penta
con el caso Soquimich?
Tanto el caso Penta, por el que Novoa ha sido condenado,
como el caso Soquimich, son estrictamente análogos. En ambos hay emisión de
boletas ideológicamente falsas, en consonancia con el donante, a fin de
respaldar la obtención de recursos con fines políticos. En ambos casos hay un
sujeto que conviene con el donante irregular la entrega de ciertos montos de
dinero y emite boletas, o solicita a terceros que las emitan, simulando haber
prestado un servicio. Los casos son dos gotas de agua.
Lo correcto, entonces, será tratarlos con el mismo rigor.
Y aquí el caso Novoa mostrará su principal resultado: su
condena por delitos tributarios pone la vara a una altura incómoda. La igualdad
exigirá someter a todos los involucrados en el caso Soquimich (desde Peñailillo
a Marco Enriquez-Ominami) a la misma sospecha y tratamiento de los involucrados
en el caso Penta. Y si eso no se hace, quedará a la vista el uso de la
persecución penal como arma de maltrato político.
No cabe duda: al confesar su delito y condenarse, Novoa
también condenó políticamente a todos los demás.
Es algo así como la venganza perfecta.
.
(*) El Mercurio
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