TRANSFORMAR EN SUFRIMIENTO PERSONAL LO QUE SUCEDE EN EL
MUNDO
Por Leonardo Boff
Actualmente hay una
fructífera discusión filosófica, también entre nosotros con Muniz Sodré (Las
estrategias sensibles, 2006) y FJ Duarte (El sentido de los sentidos, 2004),
para rescatar la razón sensible como un enriquecimiento imprescindible de la
razón intelectual. Esto es necesario, ya que es a través de ella como nos
comprometemos afectiva y efectivamente a salvaguardar la vida en el planeta y a
la humanización de las relaciones sociales. De modo coincidente el Papa
Francisco en este punto de su encíclica sobre el cuidado de la Casa Común
(2015) nos aporta una valiosa contribución.
Él analiza con espíritu científico y crítico de lo que está
pasando con nuestra Casa (nºs 17-61). Luego advierte que, en una perspectiva de
la ecología integral que es el tema fundamental de su texto, estas categorías
son insuficientes (nº 11). Tenemos que abrirnos «a la admiración y al
encanto... y hablar el idioma de la fraternidad y de la belleza en nuestra
relación con el mundo» (nº 11). Por lo tanto, no podemos restringir la ecología
ambiental, ya que esta atiende solo a la relación del hombre con la naturaleza,
olvidando que es parte ella. Esta relación unilateral es el vicio de
antropocentrismo, criticado en su texto (nºs 115-121).
Sucede que el ser humano tiene dimensiones sociales,
políticas, culturales y espirituales sobre las que hay poca preocupación y
reflexión débil, lo que hace que sea difícil encontrar una solución consistente
a la grave crisis que azota a la Casa Común.
Considerando la amplitud de estas dimensiones, debemos ir
más allá de un análisis puramente técnico y científico. Debemos, más bien,
utilizar la investigación científica indispensable, pero «dejarnos interpelar
por ella en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y
espiritual derivados» (nº 15). Además «debemos atrevernos a convertir en
sufrimiento personal lo que le pasa al mundo» (nº 19).
Muniz Sodré |
Pero el Papa no se siente intimidado por este escenario. Da
un voto de confianza al ser humano, en su creatividad y su capacidad de regenerarse
y de regenerar la Tierra (nº 205) y mucho más confía en el Dios que, en
palabras de la tradición judeocristiana “es el soberano amante de la vida” (Sb
11, 24 y 26: nºs 77, 89). Él no permitirá que nos hundamos totalmente (nº 163).
Aún vamos a hacer una «conversión ecológica» (nº 217) e introduciremos la
«cultura del cuidado que impregnará toda la sociedad» (nº 231).
De esto nacerá un nuevo estilo de vida (alternativa repetida
35 veces en la encíclica), basado en la cooperación, la solidaridad, la sencillez
voluntaria y la sobriedad compartida que implicará una nueva forma de producir
y consumir, y en última instancia, nos dará la «conciencia amorosa de no estar
separados de las demás criaturas, de formar con otros seres del universo una
estupenda comunión universal» (nº 220).
Como se puede ver, aquí ya no se habla solamente de
inteligencia intelectual, de inteligencia técnica y científica, sino de
inteligencia emocional y cordial, como lo he detallado en mis dos libros Saber
Cuidar y El cuidado necesario. El Papa en sus palabras de afecto y cariño hacia
todos, especialmente hacia los pobres y los más vulnerables, da un claro
ejemplo de este tipo de inteligencia tan urgente y necesaria para superar la
profunda crisis que abarca todos los ámbitos de la vida.
En razón de esta inteligencia emocional nos pide «escuchar
tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (nº 49). Las
agresiones sistemáticas, realizadas en los dos últimos siglos, «provocan el
gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo»
(nº 53). Por eso es importante «cuidar de la creación... y tratar con cuidado a
los demás seres vivos» (nº 211) porque cada uno tiene un valor intrínseco,
independiente del uso humano (nº 69) y, a su manera, alaban al Creador (nº 33).
Llega a decir que debemos «alimentar una pasión por el cuidado» de todo lo que
existe y vive.
Hace hincapié en el hecho de que «nosotros estamos unidos a
todos los seres del universo por lazos invisibles y formamos una especie de
familia universal, una comunión sublime que nos mueve a un respeto sagrado,
cariñoso y humilde» (nº 89).
Sólo quien ha desarrollado en alto grado la inteligencia
sensible o cordial podría escribir: «Todo está relacionado, y todos los seres
humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa
peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus
criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano Sol, a la
hermana Luna, al hermano río y a la Madre Tierra» (nº 92).
Tales sentimientos y actitudes son una petición general hoy
en día, para evitar las tragedias ecológicas y sociales que ya se anuncian en
el horizonte de nuestro tiempo.
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