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viernes, 20 de noviembre de 2015


A una semana de los atentados de París
DEMASIADO TARDE
Por José Pablo López (*)

Francia y Estados Unidos han comenzado a bombardear las posiciones del ISIS en Siria, en reacción a los mortales atentados del 13 de noviembre en París, con más de 130 muertos y 300 heridos. Precisamente 48 horas después de que 40 personas perecieran y 200 quedaran heridas por las bombas de dos yihadistas suicidas en Beirut, la capital libanesa. Pero la reacción de Occidente al conflicto llega demasiado tarde. Lanzar bombas contra las posiciones del ISIS en Siria  es como querer combatir un enjambre de avispas a disparos de pistola.
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yihadistas tuvieron cinco años para organizarse, armarse y conquistar más de la mitad del territorio sirio y gran parte del de Irak, para lanzar desde allí su guerra contra los que no creyeran en su modo de entender el Islam. Esta guerra absurda se desató hace cinco años, cuando Estados Unidos comenzó a dar armas y millones de dólares a la “oposición moderada” alzada en Siria contra el gobierno de Bachar al Assad y a aplaudir esa lucha armada “contra el régimen”. 
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La destrucción en cinco años
Pero esos “moderados” se embolsaron los dólares e, inexpertos en la guerra, acabaron abandonando sus armas a los yihadistas, que sí supieron usarlas para asentar su poderío, someter a la población, instaurar la ley islámica y asesinar a opositores y creyentes no musulmanes, al tiempo de lanzar hacia Europa a cientos de combatientes bien armados y entrenados, dispuestos a morir en su lucha de “conquista” de territorio infiel. 
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Hace cinco años, en lugar de prevenir el acceso yihadista, lo único que hizo Occidente fue desestabilizar al enemigo equivocado, el gobierno sirio, cuyo ejército era entonces la única fuerza capaz de poner cara al ISIS en el frente de batalla. El gobierno de Damasco no era perfecto, como no puede serlo ningún gobierno en una región plagada por el subdesarrollo, pero sí era al menos la única democracia laica en un Cercano Oriente sacudido por el fanatismo musulmán.
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El yihadista John, un británico
 muerto hace dos semanas en Raqqa, territorio
sirio ocupado por ISIS

rio
Siria era hasta ese momento un país amable, pacífico y estable donde convivían musulmantes y cristianos,  y turistas occidentales podían visitar sin miedo ciudades históricas como Alepo y Palmira, cunas de la civilización occidental. La ayuda occidental a esos supuestos “moderados” logró que Siria se desestabilizara, al tiempo que el ISIS se fortalecía y conquistaba terreno. Occidente pasó por alto el resurgimiento yihadista en Pakistán, Afganistán, norte de la India y Bangladesh, zonas sacudidas cada mes por ataques suicidas. Se ignoró decenas de años de incesante flujo migratorio de Africa a Europa,  principalmente Italia y España. Se olvidó de la fallida guerra en Irak, propulsada en 2004 en Estados Unidos por quienes juraban la existencia allí de armas de destrucción masiva, los mismos sectores que también negaban el cambio climático y, renegando de Darwin, promovían la enseñanza del creacionismo en las escuelas.
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Europa sólo comenzó a reaccionar cuando, hace dos años, sintió en carne propia las secuelas de su impasibilidad, al verse invadida por una interminable ola de refugiados que huían de la guerra desatada en Siria por la locura yihadista. Esta ola, que ha provocado 13,5 millones de desplazados desde el territorio en crisis,  se alzó rápidamente a los 4,5 millones de hombres, mujeres y niños que, exponiendo su vida, han abandonado en Siria sus aldeas y caminan miles de kilómetros hacia el norte de Europa, movidos por el sueño de vivir en paz. 
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Hasta ahora, sólo el ejército sirio, los independentistas kurdos y la aviación rusa -apoyada por Irán- han sido las únicas fuerzas que en territorio sirio se han enfrentado cuerpo a cuerpo a la locura yihadista. Occidente se ha limitado a criticar a diario al “régimen de Assad” y a lamentar quejosamente ignominias como los secuestros, la decapitación de prisioneros o el expolio del Patrimonio de la Humanidad en territorio sirio conquistado por el ISIS. 
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Tras los trágicos atentados del viernes 13 en París, la aviación francesa ha declarado la guerra al ISIS y bombardea las posiciones yihadistas, pero al parecer ignora que el ISIS no es un ejército convencional, sino que usa la táctica de las guerrillas, diseminando a sus combatientes por todo el territorio y utilizando la población civil como escudo, mientras sigue enviando militantes bien entrenados a Europa. Y no olvidemos: se trata de hombres dispuestos a morir, su mejor arma es su propia vida. 
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Los bombardeos no pasarán así de ser noticias de primer orden en los noticiarios de la televisión occidental, haciendo apenas mella en el poderío yihadista. Aunque la Unión Europea cierre sus fronteras, imponga el estado de emergencia, ponga sus servicios de inteligencia en estado de alerta y adopte estrictas medidas contra el terrorismo yihadista, proseguirá el trágico flujo hacia Europa de los miles que diariamente huyen de esta guerra sin sentido. Entretanto, como consecuencia indirecta, miles de musulmanes residentes pacíficamente en Francia y Alemania comienzan ya a ser víctimas de la islamofobia de la extrema derecha, situación que amenaza con empeorar -  para felicidad de los yihadistas, pues es precisamente lo que desea el terror fascislamista, tal como como lo titula Bernard Henry-Ley: desestabilizar a Europa.

Nadie puede saber aún, hoy en día, cuáles serán las consecuencias reales de esta locura. Tampoco sabemos si la guerra es la solución y, en último témino, si Estados Unidos y la vieja Europa aprenderán al fin la lección de estos cinco años de mortales errores y peligrosa pasividad.

(*) Periodista internacional de larga trayectoria. Vive actualmente en Europa 

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