CERONI - PENDEJA INQUISICIÓN
Por Jorge Navarrete
Esta semana fueron publicadas las
fotografías del celular de un diputado de la República, donde se deja
constancia del intercambio de mensajes de contenido sexual mientras se discutía
un proyecto de Ley en el hemiciclo. El medio electrónico en cuestión, me
refiero al Dínamo, emitió una declaración posterior pidiendo disculpas, que
sólo contribuyó a enredar más el asunto.
.
Lo anterior trajo consigo esa
eterna discusión sobre los límites de la vida privada y la función pública. Se
trata de un debate extenso, el que me es imposible de abordar en tan pocas
líneas e, incluso reconozco, me da hasta algo de tedio reproducir cuando se
trata de cuestiones más ligadas al sentido común que a la libertad de
expresión. En efecto, resulta difícil entender como alguien podría suponer que
un intercambio de mensajes eróticos, pese a desarrollarse en el propio
hemiciclo, pudiera ser una materia de interés público, menos todavía cuando
nada de ello interfería o obstaculizaba las obligaciones que el diputado Ceroni
tenía en ese momento y que, por lo demás, cumplía de manera regular.
.
El primero y más importante de
los equívocos, supone pensar que todas las actuaciones desarrolladas en un
lugar público son susceptibles de ser vigiladas y escrutadas por los medios de
comunicación y sus respectivas audiencias. Para ahorrarme palabras y argumentaciones
estériles, ¿a quién podría resultarle razonable instalar grabadoras o cámaras
en los baños del Congreso -lugares también públicos- para obtener imágenes o el
contenido de conversaciones de todos quienes ahí transitan, salvo que
estuviéramos en presencia de la comisión de un delito o pendientes de una
información cuyo conocimiento fuera significativamente relevante para los
ciudadanos? No es el lugar, sino la naturaleza y contenido de lo que se
comunica o dice, lo que finalmente dirime qué cuestiones eventualmente ameritan
una intromisión en la vida privada de las personas en general y de los
funcionarios públicos en particular.
.
De hecho, el último párrafo de
las explicaciones que da el diario en cuestión son todavía más perturbadoras.
Dice textualmente, “el interés del medio fue difundir el hecho discutible de un
parlamentario realizando una actividad personal distinta a su trabajo en el
hemiciclo”. Bajo esa premisa, asistir al baño, llamar a la casa para avisar que
no se llegará a una comida familiar, mandarle un mensaje de felicitaciones a un
hijo por un buen desempeño académico o simplemente cancelar la pichanga a la
cual se estaba comprometido con los amigos, caería exactamente en la misma
categoría.
.
El problema de fondo, y que el
medio en cuestión no tiene el coraje de reconocer, es que detrás de este
“error” hay un profundo sesgo reaccionario hacia el moralismo. ¿Se habrían
publicado esos mensajes, incluso con un explicitico contenido sexual, si
hubieran tenido como destinataria a la esposa del diputado? En este caso no
sólo se violentó la privacidad, sino que también se intentó humillar
públicamente a una persona por la vía de divulgar una información que sólo
concierne a él.
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