OPINIÓN-GUMUCIO RIVAS-POLÍTICA-KRADIARIO
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
MICHELLE, “…TODO EN TI FUE NAUFRAGIO”
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
Etimológicamente, el vocablo “naufragio viene del latín
“naufragio”, que significa ruptura del barco, hundimiento, destrucción…Al
menos, en el Titanic los errores del capitán estaban acompañados de la fe, de
la fuerza, de la constancia y del
profesionalismo de los integrantes de la orquesta quienes, a pesar del desastre
existente, seguían interpretando bellas melodías. No estoy muy seguro de que
los ministros Burgos y Valdés – del Interior y de Hacienda, respectivamente –
jueguen el papel de directores de orquesta en el entierro de las reformas
propuestas por el gobierno de la Nueva Mayoría.
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Es innegable que las reformas tributaria, educacional,
laboral, previsional y de salud, junto a la elaboración de una nueva Constitución,
eran y siguen siendo tareas fundamentales para terminar con el Chile clasista,
racista y desigual, razón primordial por la cual el cumplimiento del programa
del actual gobierno constituyera su
ethos y el sentido de la existencia de la Nueva Mayoría. Con una gran
dosis de voluntarismo, el gobierno de la Presidenta Bachelet intentó presentar
reformas estructurales que, durante los veinticinco años de gobierno de la
anterior coalición de gobierno – la Concertación – fueron pospuestas en razón de
un “realismo”, cuyo lema era “en la medida de lo posible”, inaugurado por el
primer Presidente en democracia, don Patricio Aylwin.
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Pocas veces, en la historia de Chile, un Presidente de la
república tuvo condiciones tan favorables, como el de la actual Presidenta,
para llevar a cabo un programa reformista: dueña de Ejecutivo – en este país
tiene poderes monárquicos – con mayoría en ambas Cámaras del Parlamento,
elegida con una votación del 61%, con una derecha destruida – sólo quedaban los
poderes fácticos, fundamentalmente la Banca y los grandes empresarios.
Cuesta
comprender cómo en tan poco tiempo – un año y una pizca más de mandato – estas
reformas, que expresaban el sentido y eran un verdadero imperativo categórico,
se hayan desvirtuado y, en un proceso devastador, estén llegando a su muerte.
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Hoy es muy gratuito culpar, en plena desgracia, a los
“mosqueteros” de la Presidenta, Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas, del
naufragio, tanto del gobierno, como de las reformas, incluida su coalición de
gobierno, la Nueva Mayoría. Se acusa que el programa de gobierno fue mal
construido y los respectivos proyectos de ley
adolecían de improvisación y, sobre todo, falta de conexión directa con
los movimientos sociales, hechos que lo llevaron al rechazo de gran parte de la
ciudadanía, fuera por deficiente en su definición del cambio o, especialmente
porque por primera vez tocaba los intereses de los poderosos, que estaban
acostumbrados a tener, como su brazo político, a los traidores de la centro
izquierda que, esta vez, al parecer, dirigidos por una nueva generación se
rebelaban contra quienes fueran los verdaderos amos de la Concertación, que no
podían permitir que sus antiguos suches los denostaran, sosteniendo que la
Nueva Mayoría iba a aniquilar su poder y construir un nuevo Chile.
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Mucho antes del derrumbe de los hijos de Bachelet –
naturales y políticos – las reformas no sólo habían sido desvirtuadas, sino
también transformadas radicalmente: la tributaria, pasó a la “cocina” del DC
Andrés Zaldívar – hoy el niega ser el gestor de tan monstruosa sopa
transaccional – pactada con la derecha y los grupos económicos y hoy se ha
convertido en un adefesio que, ni siquiera, alcanza para financiar la reforma
educacional y además, no cambia un ápice la injusticia de nuestro sistema
tributario – no sólo los empresarios no pagan impuestos, sino son poseedores de
una pérfida maquinaria para evadir sus obligaciones.
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Dejémonos de mentiras: ese realismo del cual habla Bachelet
no es más que el pactar del “transar sin parar”, que siempre ha caracterizado a
la centro izquierda después del gobierno de Pinochet. Por cierto, siempre dirán
– quienes dirigen el actual gobierno – que “las reformas sólo se postergan y
que se trata de priorizar las que creen son las más importantes y que la actual
coyuntura económica a la baja no permite avanzar y que las reformas carecen de
financiamiento.
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Todas estas excusas las conocemos de memoria: en tiempos de la
Concertación de Partidos por la Democracia la justificación para no avanzar y
“transar sin parar” era que tenía minoría en el Parlamento o que las reformas
podrían detener el crecimiento y desarrollo del país y que se hacía necesario
entenderse con los poderes fácticos para avanzar en forma minimalista, es
decir, “en la medida de lo posible”; hoy, los malos datos económicos , sumado
al derrumbe de los políticos debido a la corrupción, que actuaban como lacayos
de los poderes fácticos, se ha convertido en un perfecto alibi para permitir al
gobierno, “en nombre de lo razonable” detener las reformas y congeniar con la
reacción y el gran empresariado convirtiéndose el gobierno como don Quijote,
quien de loco e iluso, termina sus días
en la cordura.
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A la Presidenta, en pleno resquebrajamiento de su nave, con
sus “hijos” en los tribunales, con la casta política por los suelos y con unos
proyectos de reforma redactados entre gallos y media noche, no le que más que
administrar el Estado en el tiempo que resta de su mandato, y reconocer – como
nos tiene acostumbrados – que los tecnócratas y burócratas de la Concertación
han sido señalados con el dedo de Dios para ejercer el poder en el reinado de
la desigualdad y del clasismo. “El todo por Chile”, un eslogan bastante
ridículo y sin sentido, viene a esconder lo nuevo del segundo tiempo de
gobierno, que no es más que “transar sin parar” y “en la medida de lo posible”.
Tanta vuelta para terminar siempre en el naufragio de los sueños y esperanzas
de la mayoría de los chilenos. ¡Preparémonos para vivir tiempos de mierda!
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