OPINIÓN-ESCALONA-KRADIARIO
EL ANTI PARTIDISMO ANARQUIZANTE
EL ANTI PARTIDISMO ANARQUIZANTE
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Por Camilo Escalona
A medida que la alegría desbordante provocada por la
obtención de la Copa América, por primera vez en la historia del fútbol
profesional de Chile, va cediendo paso a los temas cotidianos de preocupación
ciudadana, retorna la mirada y el análisis a la situación que cruza al sistema
político del país y, de modo especial, a la severa tensión que afecta a los
Partidos políticos que forman parte del mismo.
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En efecto, en la situación que se ha creado las fuerzas
políticas aparecen o, intencionalmente se trata de hacerlas aparecer, como las
responsables fundamentales del enorme deterioro de la legitimidad y de la
credibilidad que, en la actualidad, afectan al sistema político en su conjunto.
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Este no es un fenómeno nuevo, ni en Chile ni en otras
naciones, que atraviesan por una etapa en que se debe revalidar el mandato de
los actores que están o, que aspiran a estar, en la conducción de los asuntos
del Estado en el país.
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Los Partidos políticos son una tarea y un producto histórico
determinado; no son ni perfectos ni inmutables, son el reflejo de las
capacidades de una época, con las limitaciones y defectos de una obra humana,
que debe actuar desde la voluntad, el talento, las convicciones, la potencia y
fuerza organizacional de los grupos humanos que los constituyen; de la
profundidad de sus ideas y la adecuada renovación de las mismas, en correspondencia
con los retos y desafíos no sólo de cada época sino que también respecto de
cada situación histórica concreta, que por su naturaleza es necesariamente
desigual de muchas otras que se le puedan asemejar.
La acción política de los Partidos contiene aspectos
objetivos, con fundamento científico, vinculados a la realidad social que
tratan de transformar, así como, arte, sutileza y esfuerzos mediáticos, que
desplieguen para acometer los desafíos que se proponen.
Requieren firmeza y rigor, pero también, perspicacia para
captar las modificaciones que alteran la realidad que buscan cambiar, la que a
su vez, influye y transforma a esos mismos Partidos, que remueven y son
removidos en cada ciclo o periodo histórico.
Con vistas a este gigantesco esfuerzo, las formaciones
políticas requieren una proyección estratégica que organice y oriente sus
acciones; asimismo, necesitan una táctica como expresión de los pasos concretos
que realizan su mirada estratégica, y deben dotarse o ir desarrollando en el tiempo,
la capacidad o arte organizacional y operacional para lograr hacer coherentes
entre sí sus previsiones estratégicas con sus tareas tácticas.
Sin embargo, lo esencial es que quienes abracen los ideales
de una fuerza partidista nunca olviden que los Partidos políticos son hijos de
una época; algunos de ellos, no todos, logran trascender en el tiempo,
convirtiéndose en fuerzas precursoras de las renovaciones societales que marcan
la historia; en otros casos no alcanzan tal condición y desaparecen sin que de
ellos permanezca una huella mayor.
Sea como sea la historia de cada uno de ellos por separado,
en una visión de largo plazo, la presencia y contribución de los Partidos
políticos a la construcción democrática es un aporte esencial, irremplazable e
insustituible. Sin ellos, no hay perspectiva de estabilidad institucional
posible. Los Partidos no se miden por las personas que los constituyen, se miden
por lo que son capaces de hacer por sus países y sus respectivas sociedades.
Para adquirir plena conciencia de lo que son los Partidos
políticos deben atesorar su experiencia en una memoria colectiva, capaz de
admirar sus aciertos y entrega a los ideales, como también contar con una
mirada crítica hacia sus insuficiencias y yerros históricos. Ese esfuerzo
obliga a que los suyos sean capaces de pensar en profundidad y no repetir
consignas o caer en una retórica sectaria, de exclusiva auto afirmación.
Hoy en Chile atraviesan por una situación difícil,
controvertida al máximo, en que el parlamentarismo se impone sobre ellos. Por
ejemplo, cuando es evidente que debe reducirse la dieta de los honorables, los
intereses de corto plazo de algunos no lo hace posible y cuando en las regiones
se impone lo que quieren las oficinas parlamentarias de tales figuras y se pasa
por encima de los militantes y adherentes de las fuerzas políticas. Al
imponerse la demanda local por sobre el interés nacional, se atomiza la organización
de las fuerzas políticas.
Luego, agravando el menoscabo de los Partidos actúan las
redes subterráneas de poder, los “grupos informales”, el caso reciente más
conocido es el llamado G 90, que desde una cápsula hermética y sectaria
pretendió controlar el proceso político-institucional, con una tesis
“refundacional” de la realidad nacional que no obedecía más que a su exclusivo
saber y entender.
La práctica del grupo indica que se pensaba que lo realizado
no servía, que había que dejarlo atrás, olvidar un ciclo histórico y no
reflexionar y analizar lo valedero de aquel periodo, lo que de el era posible
aprender para tener una acción más fecunda, con sentido de país y no de grupo.
Se ha demostrado que los pueblos y las naciones avanzan
desde su propia experiencia histórica, lo que en Chile significa contar con las
mayorías sociales que permitan el cambio político e institucional del país, a
través de reformas sucesivas y graduales que no son simultáneas.
Se decía que llegaba una nueva época, cuyos contenidos
esenciales, sus orientaciones estratégicas, acciones articuladoras y pasos
prácticos se desconocían y se auto atribuían y radicaban exclusivamente en el
mismo grupo que se arrogaba tal pretensión. Una acción de corte conspirativo de
tal entidad no podía sino fracasar, como de hecho ocurrió.
Pero el daño ha sido profundo, gracias a la audacia
mesiánica de algunos, se ha provocado una reacción anti partidaria, con efectos
enormemente anarquizantes sobre el sistema político del país. Al desconocer el
papel de los Partidos en democracia y debilitarse sus orgánicas, los grupos
amicales y subterráneos de poder, han traído consigo el fenómeno de la
corrupción y otras malas prácticas.
Ahora bien, hay que hacer un esfuerzo de grandes dimensiones
para reinstalar Partidos que estén a la altura del desafío que se presenta ante
la democracia chilena. En tal sentido, la propuesta hecha desde el gobierno de
reinscripción de sus miembros es una buena opción, de modo que quienes formen
parte de los Partidos sean personas que, de verdad, estén de acuerdo con sus
postulados y perspectivas. Revisar los padrones colaboraría a reducir el
clientelismo que ahoga los Partidos.
Junto a ello, decisiones que aporten más transparencia a sus
actos y decisiones, como la elección directa de sus liderazgos, mesas
directivas y bancadas parlamentarias, son ideas que se perfilan como pasos
inaplazables de una voluntad de hacerse cargo y resolver los más graves
cuestionamientos que les afectan. En el mismo sentido, se requiere que sus
finanzas sean entera y totalmente públicas, tanto en su origen como en el
gasto, de forma que no haya zonas opacas o de dudas, acerca de las fuentes de
financiamiento.
Sin embargo, lo más importante es el cambio cultural en sus
prácticas; en particular, se ha transformado en esencial el reclamo para
controlar el canibalismo político que corroe y/o desgasta sus estructuras.Si se
toma como tarea principal la destrucción de aquellos que piensan distinto
dentro de un mismo Partido, ello está señalando que se ha trastocado, muy
hondamente, el sentido de la acción política de quienes así actúan.
Pensar en una idea programática, derrotar la desigualdad
como un gran objetivo-país no es compatible con un reiterado discurso público,
en que lo que se intenta no es más que la descalificación humana de quienes
piensan distinto. Hay que restablecer una ética de acción conjunta y servicio a
la comunidad como valores fundamentales de la pertenencia a una fuerza
política.
Se ha extendido un disvalor perverso: la idea que ingresar a
un Partido es para medrar y enriquecerse, esta pretensión mezquina, propia de
un clientelismo primitivo los está destruyendo y debe ser erradicada. La
militancia es para servir y no para ser servido.
Retomar los ideales constitutivos de las fuerzas políticas,
fusionar tales valores con las nuevas y grandes demandas de la hora actual, en
permanente interacción con la ciudadanía, ese es el reto decisivo de la
política en Chile.
Frente a ello la conclusión es simple, hay que detener el
antipartidismo anarquizante que está afectando tan decisivamente la propia
legitimidad del sistema político del país.
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