OPINIÓN-CARLOS PEÑA-KRADIARIO
LA MEDIDA DE LO POSIBLE
Por Carlos Peña
Este viernes, en la reunión sostenida en el
Estadio San Jorge, la presidenta reconoció los errores y llamó a un
"realismo sin renuncia".
Cuando pase el tiempo, esta reunión será recordada como uno
de los acontecimientos de su segundo gobierno.
¿Qué significa el realismo al que llama la Presidenta? El
realismo es, por supuesto, el apego a la realidad. Pero,¿qué es la realidad?
¿Se trata de algo indócil a los deseos y propósitos humanos,
al, en suma, que tiene un núcleo inconmovible al que es necesario adaptarse
para así, paradójicamente, cambiarla? ¿O se trata en cambio de algo que los
mismos seres humanos definen socialmente mediante una compleja trama de
interpretaciones culturales y de luchas?
Ambos puntos de vista han inspirado a la política.
Durante décadas la élite concertacionista y de derecha creyó
la primera alternativa. La realidad estaba allí enfrente, y se quería
modificarla, era imprescindible conocerla y , paradójicamente, someterse a
ella. Entonces los técnicos y los expertos fueron fundamentales. Estos años
(desde la dictadura hasta Piñera, nada menos) imperaron los economistas,
quienes dictaminaron cuáles eran los límites de lo posible. El resultado de esa
hegemonía fue el deterioro de la política, la sustitución del debate por las
comisiones de expertos, del político por el técnico, y, sin embargo, una
aburrida y lenta prosperidad.
Con la llegada de la Presidenta Bachelet ganó influencia una
nueva élite intelectual. Y la balanza se comenzó a inclinar a favor de la
segunda alternativa. Los límites de lo posible, se creyó ahora, se definían
socialmente. La sociedad (como diagnosticó un reciente informe del PNUD) se
politizó y lo que antes parecía límite, desde la Constitución de supuestos del
mercado, ahora fue invitación al cambio. Los ciudadanos, se pensó, por fin
recuperaron su sitio, y los expertos y los técnicos dejaron de tener la última
palabra. La realidad podía definirse socialmente. Los años de la Concertación
se miraron con cierto desdén, como si, por mano de los expertos, se hubiera
ejecutado en ellos una traición cotidiana.
Ese cambio de concepción explica al gobierno de la
Presidenta Bachelet.
Explica, desde luego, que en vez de contener las
expectativas se las alentara; que se viera en las movilizaciones sociales un
fracaso subterráneo de la modernización y no un signo de su éxito; que los
expertos, en vez de crítica racional tuvieran simple rechazo; que las dos
últimas décadas se vieran, incluso por los mismos que la construyeron, como un
engaño del que era necesario despertar; que la retórica (¿alguien duda a estas
alturas que fue sólo retórica?) del cambio estructural y paradigmático lo
anegara todo; que el futuro pareciera, por momentos, un sueño sin orillas; que
los límites de lo posible parecieran plásticos; que se viera en los anhelos de
la calle el motor de la historia.
Es innegable -salta a la vista- que el gobierno de la
Presidenta Bachelet creyó que se vivían tiempos en lo que la realidad podía
redefinirse a partir de una nueva hegemonía cultural. Pero ocurre que la
realidad, incluso para quienes piensan que está envuelta (desde Rosa Luxemburgo
y Gramsci y Althusser y Lacan) tiene un núcleo inalterable: se trata de lo que
Marx (a quien hoy ni siquiera la izquierda parece leer) llamaba las bases
materiales de la existencia. Cuando se les olvida y descuida, hay desorden y
entropía. Se trata de un aspecto indócil de la realidad que ninguna definición
social de ella, ningún entusiasmo, ninguna hegemonía, podría, desgraciadamente,
modificar.
Eso es mas menos lo que acaba de reconocer la Presidenta.
Que se gobierna en la medida de lo posible. O como decía
Marx, que toda época solo se planteaba con los objetivos que es capaz de
alcanzar.
Solo queda que quienes convencieron a la Presidenta que la
politización era igual al idealismo vulgar- que la influencia de la cultura en
la realidad equivalía a la sustitución de la realidad por los deseos- comiencen
a dar explicaciones o pidan excusas.
(*) El autor es columnista permanente de El Mercurio
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