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lunes, 1 de diciembre de 2014

OPINIÓN

LA DESMESURA DE ROBERTO AMPUERO

Por Carlos Peña

"Roberto Ampuero se dedicó, en su intervención en la Enade, a exacerbar los temores irracionales y torpes de algunos empresarios que lo aplaudían de pie: la vuelta de la UP, el retorno de los sueños del estatismo, la dominación cultural..."

Esta semana la Enade fue el escenario de la desmesura, de la exageración. Y como en la mayor parte de los seres humanos el miedo juega un papel más importante que la esperanza, el resultado fueron unos aplausos igualmente desmesurados.

¿Qué ocurrió?

Roberto Ampuero hizo un discurso en el que, con calculada tensión dramática, confesó el temor, que hoy lo invadía, de repetir en sus sesenta años de edad lo que ya había vivido a los veinte. Ampuero fue miembro de las Juventudes Comunistas, participó de la experiencia de la Unidad Popular y debió exiliarse en la RDA, la entonces Alemania comunista, y en Cuba. Hoy le inquieta, confesó ante los empresarios, quienes le oían con paciencia psiquiátrica, el "incipiente clima de odios que comienza a envolver a Chile"; las reformas estructurales que se han anunciado por el Gobierno le producen, dijo, un déjà vu de lo que vivió a los dieciocho años, cuando la Unidad Popular lo estremecía de entusiasmo, solo que ahora no es entusiasmo sino miedo lo que siente; las utopías que hoy animarían al Gobierno, concluyó, serían similares a las que inspiraron países, como la RDA o la URSS, que hoy no existen.

En suma, Roberto Ampuero tiembla de temor ante el Chile de hoy. El fantasma de la polarizacion y el odio, el estatismo, y la influencia cultural de la izquierda alimentan su temor de que Chile esté hoy al borde del abismo.

¿Es razonable ese diagnóstico? ¿Tiene sentido de realidad?

Por supuesto no hay ningún motivo para dudar de la sinceridad de Roberto Ampuero. Es probable que su extrema sensibilidad de buen escritor (rasgo este que, por desgracia, en sus últimas obras disimula con rara perfección) le haga sentir de veras lo que confesó ante ese auditorio estremecido.

Pero, como es obvio, hacer de la propia subjetividad un diagnóstico político respecto del Gobierno, de este o de cualquier otro, es sencillamente un error que daña la esfera pública y aleja el diálogo que el mismo Ampuero dice añorar. Roberto Ampuero incurre así en los mismos defectos que él constata y que le causan el deplorable estado de ánimo que mostró ante los empresarios: erigir la propia subjetividad en la guía del análisis político y social, transformar el diván, o la imitación de él, en un sucedáneo de la esfera pública y de la arena política. Porque el problema de hoy parece, en efecto, consistir en que todos los actores quieren vengar en el día de hoy, en el presente, los recuerdos de una memoria frustrada o desgraciada.

Ese es el defecto del discurso de Roberto Ampuero ante la Enade: haber sido escrito desde una memoria cuya principal pulsión parece ser la de arrepentirse de sí misma. Al revés de Graham Greene, quien recordaba su vida tal como la vivió, "es decir, sin ninguna ironía", Roberto Ampuero parece estar deslizándose hacia el peligro de convertir su memoria en un guión estereotipado para el análisis histórico y político, es decir, en una ideología al revés.

Los empresarios -tal como Roberto Ampuero sin duda lo soñó, revelando a sí mismo sus más ocultos anhelos- aplaudieron de pie que hiciera suyos los temores irracionales y absurdos que algunos de ellos, los más conservadores y toscos, alimentan cotidianamente en sus conversaciones durante el almuerzo del domingo. Pero lo que es tolerable en un empresario que almuerza, a quien no cabría pedirle pericia ni tranquilidad en el análisis, no es admisible en un escritor como Roberto Ampuero, que debiera ser capaz de tomar distancia de su propia subjetividad, recordar que la mera subjetividad fuera del sujeto que la vive se extravía y pierde sentido, y que cuando no se convierte en simple anécdota, como desgraciadamente le ocurre en su última novela, se transforma nada más que en una desmesura, como le ocurrió, sin ninguna duda, con su discurso de la Enade.

Uno de los momentos más aplaudidos de su intervención se produjo cuando reclamó por el hecho de que la Presidenta Bachelet no condenó "la dictadura alemana bajo la que también vivió". Lo que Roberto Ampuero no advierte es que la Presidenta Bachelet posee algo que él arriesga perder: pudor cuando se trata de la propia memoria.

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