ESTADO MEXICANO
MÉXICO LINDO.
Por Hugo Latorre Fuenzalida.
Lo sucedido con los estudiantes en México es un signo del
deterioro de un Estado que pasa a ser una guarida. No es que todo esté perdido
ni que los gobiernos sean delincuenciales, pero los hechos van revelando una
victoria contundente de los elementos al margen de la ley que operan al
interior de ese Estado.
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Es sabido (o lo volvemos a sostener como teoría) que los
estados capitalistas periféricos o de desarrollo precario viven en una
situación de “CAOS ORGÁNICO”, es decir los elementos dispersos (desintegrados)
y disolventes, los factores de descomposición operan de manera evidente en
diferentes áreas, pero el Estado con su aparato central o descentralizado logra
mantener relativamente organizada a la sociedad, sin llegar a un punto de
cohesión, pero tampoco al nivel de disolución. Es decir, el aparato centrípeto
sostiene todavía la centralidad funcional, aunque con disfunciones marcadas.
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Cuando los factores de centrifugación social comienzan a
ganar espacio y el Estado se ve en dificultad para contenerlos, entonces
estamos autorizados para pensar que lo que se está produciendo es un peregrinar
hacia una sociedad que padece un “CAOS INORGÁNICO”.
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Así como un organismo que enferma y se daña puede sufrir
parálisis de ciertos órganos importantes, y lo que comenzó como una infección
trivial puede terminar, poco apoco,
vulnerando centros neurálgicos de su fisiología; de manera similar un actor
social puede comenzar a ceder en su resistencia, luego de perder iniciativa
creativa, lo que hace, desde la teoría de los imperios de Spengler (“La
decadencia de Occidente”) y Toynbee (“Estudio sobre la historia”), autorizar la
entronización en la fase decadente de cualquier sociedad.
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Los actores disolventes del orden social pueden estar en
cualquier barricada, ya sea la
mafia residente en el lumpen o la mafia
residente en las élites. Nada ni
nadie es incorruptible cuando los resortes
morales que sostienen un orden se vencen y se descoyuntan. Las fronteras entre
la marginalidad y los estamentos de poder se hacen porosas y transitables; así
es que las garantías de una oligarquía dotada del sentido de “nobleza que obliga” desaparecen y muchas
veces ocurre que es justamente desde las élites del poder desde donde se
gatilla el derrumbe del edificio moral e institucional. De forma que el lumpen
sólo repite una conducta imitada a las élites, a lo cual se añade la brutalidad
sanguinaria con la que operan los que no poseen los resortes aterciopelados de
una jurisprudencia corrupta.
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Podemos señalar a Colombia como una de las sociedades que ha
sufrido este proceso acelerado y ya crónico de paso de la barrera del “CAOS ORGÁNICO” a la fase de “CAOS
INORGÁNICO”. La cerrazón oligárquica y conservadora operó con abusiva impunidad
justo en el tiempo en que la sociedad requería integración de nuevas clases
ascendentes. La falta de oportunidades, de flexibilidad y de alternativas pacíficas, llevó a la salida
enguerrillada y a la defensa bélica de las contrapartes. Ha concluido esa
decadencia en la división confrontacional del Estado, bajo la égida del
narcotráfico y las milicias criminales.
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México, que conoció una temprana revolución agraria y una impronta de dirección central
de un Estado fuerte, ahora deriva en una pendiente peligrosa en extremo: va
camino al “CAOS INORGÁNICO” en brazos de las mafias de narcos y criminales de
todo tipo, incrustados, además, en cargos de gobierno.
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El poder económico de dichos delincuentes es tan enorme, que
pueden financiar cuadros tan masivos y dañinos como los mismos sectores armados
oficiales. Cada hombre tiene su precio, decía Napoleón y, al parecer, en México
de los años 80 hasta acá, los mercaderes del templo han vendido sus servicios a
buen precio y de forma prolífica. Por
otra parte la burocracia de cuello y corbata, que maneja contratos millonarios,
ha hecho su agosto enriqueciendo a generaciones de los suyos a costa del
patrimonio público. La “mordida” del cetáceo es diferente en volumen y
consecuencia de la de una sardinita que opera en la periferia del poder
oficial. Por eso es tan importante vigilar a los poderosos si se quiere
controlar a un lumpen marginal, que puede intoxicar de manera extensa e irremediable
al cuerpo social.
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Bien sabemos que con las políticas neoliberales se han
bajado no sólo las legislaciones de control sobre el capital, sino las barreras
morales que les constreñían a operar con cierta ética básica. Ahora, los 225
más ricos del mundo son capaces de contener en ese empinado círculo de poder
una riqueza superior a 2.500 millones de habitantes del Planeta. Esto sin que
surjan preguntas ni inquietudes; como si
el sentido humano y humanizador de la propiedad se encontrara en una tierra de
nadie, en un limbo moral. En un mundo donde la obscena riqueza es enrostrada a
la menesterosa necesidad, sin cuestionarse, tiene que provocar el caos moral,
el odio, la violencia y la descomposición de ambos frentes: el de los ricos y
el de los pobres.
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Este orden inmoral, este mundo sin fronteras éticas, este
poseer sin límites ni compromisos, nos está llevando, en América Latina, a
pervertir lo que antes fue injusto, a degradar lo que antes fue malo, a
descomponer lo que antes estuvo mal compuesto, a enguerrillar lo que antes
estuvo dividido.
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