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martes, 2 de diciembre de 2014

ESTADO MEXICANO

MÉXICO LINDO.
Por Hugo Latorre Fuenzalida.

Lo sucedido con los estudiantes en México es un signo del deterioro de un Estado que pasa a ser una guarida. No es que todo esté perdido ni que los gobiernos sean delincuenciales, pero los hechos van revelando una victoria contundente de los elementos al margen de la ley que operan al interior de ese Estado.
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Es sabido (o lo volvemos a sostener como teoría) que los estados capitalistas periféricos o de desarrollo precario viven en una situación de “CAOS ORGÁNICO”, es decir los elementos dispersos (desintegrados) y disolventes, los factores de descomposición operan de manera evidente en diferentes áreas, pero el Estado con su aparato central o descentralizado logra mantener relativamente organizada a la sociedad, sin llegar a un punto de cohesión, pero tampoco al nivel de disolución. Es decir, el aparato centrípeto sostiene todavía la centralidad funcional, aunque con disfunciones marcadas.
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Cuando los factores de centrifugación social comienzan a ganar espacio y el Estado se ve en dificultad para contenerlos, entonces estamos autorizados para pensar que lo que se está produciendo es un peregrinar hacia una sociedad que padece un “CAOS INORGÁNICO”.
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Así como un organismo que enferma y se daña puede sufrir parálisis de ciertos órganos importantes, y lo que comenzó como una infección trivial  puede terminar, poco apoco, vulnerando centros neurálgicos de su fisiología; de manera similar un actor social puede comenzar a ceder en su resistencia, luego de perder iniciativa creativa, lo que hace, desde la teoría de los imperios de Spengler (“La decadencia de Occidente”) y Toynbee (“Estudio sobre la historia”), autorizar la entronización en la fase decadente de cualquier sociedad.
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Los actores disolventes del orden social pueden estar en cualquier barricada, ya sea  la mafia  residente en el lumpen o la mafia residente en las élites. Nada  ni nadie  es incorruptible cuando los resortes morales que sostienen un orden se vencen y se descoyuntan. Las fronteras entre la marginalidad y los estamentos de poder se hacen porosas y transitables; así es que las garantías de una oligarquía dotada del sentido  de “nobleza que obliga” desaparecen y muchas veces ocurre que es justamente desde las élites del poder desde donde se gatilla el derrumbe del edificio moral e institucional. De forma que el lumpen sólo repite una conducta imitada a las élites, a lo cual se añade la brutalidad sanguinaria con la que operan los que no poseen los resortes aterciopelados de una jurisprudencia corrupta.
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Podemos señalar a Colombia como una de las sociedades que ha sufrido este proceso acelerado y ya crónico de paso de la barrera  del “CAOS ORGÁNICO” a la fase de “CAOS INORGÁNICO”. La cerrazón oligárquica y conservadora operó con abusiva impunidad justo en el tiempo en que la sociedad requería integración de nuevas clases ascendentes. La falta de oportunidades, de flexibilidad y de  alternativas pacíficas, llevó a la salida enguerrillada y a la defensa bélica de las contrapartes. Ha concluido esa decadencia en la división confrontacional del Estado, bajo la égida del narcotráfico y las milicias criminales.
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México, que conoció una temprana revolución  agraria y una impronta de dirección central de un Estado fuerte, ahora deriva en una pendiente peligrosa en extremo: va camino al “CAOS INORGÁNICO” en brazos de las mafias de narcos y criminales de todo tipo, incrustados, además, en cargos de gobierno.
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El poder económico de dichos delincuentes es tan enorme, que pueden financiar cuadros tan masivos y dañinos como los mismos sectores armados oficiales. Cada hombre tiene su precio, decía Napoleón y, al parecer, en México de los años 80 hasta acá, los mercaderes del templo han vendido sus servicios a buen precio y de forma prolífica.  Por otra parte la burocracia de cuello y corbata, que maneja contratos millonarios, ha hecho su agosto enriqueciendo a generaciones de los suyos a costa del patrimonio público. La “mordida” del cetáceo es diferente en volumen y consecuencia de la de una sardinita que opera en la periferia del poder oficial. Por eso es tan importante vigilar a los poderosos si se quiere controlar a un lumpen marginal, que puede intoxicar de manera extensa e irremediable al cuerpo social. 
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Bien sabemos que con las políticas neoliberales se han bajado no sólo las legislaciones de control sobre el capital, sino las barreras morales que les constreñían a operar con cierta ética básica. Ahora, los 225 más ricos del mundo son capaces de contener en ese empinado círculo de poder una riqueza superior a 2.500 millones de habitantes del Planeta. Esto sin que surjan preguntas  ni inquietudes; como si el sentido humano y humanizador de la propiedad se encontrara en una tierra de nadie, en un limbo moral. En un mundo donde la obscena riqueza es enrostrada a la menesterosa necesidad, sin cuestionarse, tiene que provocar el caos moral, el odio, la violencia y la descomposición de ambos frentes: el de los ricos y el de los pobres.
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Este orden inmoral, este mundo sin fronteras éticas, este poseer sin límites ni compromisos, nos está llevando, en América Latina, a pervertir lo que antes fue injusto, a degradar lo que antes fue malo, a descomponer lo que antes estuvo mal compuesto, a enguerrillar lo que antes estuvo dividido.

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