OPINIÓN
CORRUPCIÓN: SU NATURALEZA Y DAÑOS
Por Leonardo Boff
He sido atacado
ferozmente a través de los medios sociales por haber apoyado el proyecto
político del PT y de la Presidenta Dilma Rousseff, siempre con el mismo
argumento: ¿por qué no reconoce y escribe contra la corrupción? He escrito
varias veces sobre el tema en este mismo periódico (Jornal Brasil online).
Repaso algunas ideas como respuesta.
Según Transparencia Internacional, Brasil aparece como uno
de los países más corruptos del mundo. Entre 91 países analizados, ocupa el
puesto 69. La corrupción aquí es histórica, fue naturalizada, considerada como
algo natural. Se la ha atacado sólo posteriormente, cuando ya ocurrió y goza de
impunidad.
Este hecho solo denuncia la gravedad del crimen contra la
sociedad que la corrupción representa. Todos los días se denuncian más y más
hechos, como ahora la corrupción multitudinaria y milmillonaria en Petrobras,
involucrando a dirigentes, partidos y grandes empresas. ¿Cómo comprender este
perverso proceso criminal?
Comencemos con la palabra corrupción. Tiene su origen en la
teología. Antes de hablar del pecado original, la tradición cristiana decía que
el ser humano vive en una situación de corrupción. San Agustín explica la
etimología: corrupción es tener un corazón (cor) roto (ruptus) y pervertido.
Cita el Génesis: “la tendencia del corazón está desviada desde la más tierna
edad” (8,21). El filósofo Kant hacía la misma constatación al decir: «somos un
leño torcido del cual no se puede sacar tablas rectas». En otras palabras: hay
en nosotros una fuerza que nos incita al desvío y la corrupción es uno de
ellos.
¿Cómo se explica la corrupción en Brasil? Identifico tres
razones básicas entre otras: la histórica, la política y la cultural.
La histórica: somos herederos de una perversa herencia
colonial y esclavócrata que marcó nuestros hábitos. La colonización y la
esclavitud son instituciones objetivamente violentas e injustas. Entonces las
personas para sobrevivir y guardar una mínima libertad eran empujadas a
corromper. Es decir: a sobornar, conseguir favores mediante trueques, peculado
(apropiación ilícita del dinero público) o nepotismo. Esa práctica dio origen
al jeitinho o picaresca brasilera, una forma de navegación dentro de una
sociedad desigual.
La política: la base de la corrupción política reside en el
patrimonialismo y en el capitalismo sin reglas. En el patrimonialismo no se
distingue la esfera pública de la privada. Los que están en el poder tratan la
cosa pública como si fuese suya y organizan el Estado con estructuras y leyes
que sirvan a sus intereses sin pensar en el bien común. Hay un
neopatrimonialismo en la actual política que da ventajas (concesiones, medios
de comunicación) a paniguados políticos.
Debemos decir que el capitalismo aquí y en el mundo es, en
su lógica, corrupto, aunque sea socialmente aceptado. Él impone simplemente la
dominación del capital sobre el trabajo, creando riqueza con la explotación del
trabajador y con la devastación de la naturaleza. Genera desigualdades sociales
que éticamente son injusticias, lo que origina permanentes conflictos de clase.
Piketti tiene razón. La democracia pretendiendo ser representativa de todos,
representa en realidad los intereses de los grupos dominantes y no los
generales de la nación. Esta situación configura una corrupción ya estructurada
y hace que acciones corruptas campeen libre e impunemente.
Cultural: La cultura dicta reglas socialmente reconocidas.
Roberto Pompeu de Toledo escribió en 1994 en la Revista Vea: «Hoy sabemos que
la corrupción forma parte de nuestro sistema de poder tanto como el arroz y el
fríjol de nuestras comidas». A los corruptos se les considera hábiles y no los
criminales que en realidad son. Como regla general podemos decir: cuanto más
desigual e injusta es una sociedad y en especial un Estado, más se crea un
caldo cultural que permite y tolera la corrupción.
La tendencia a la corrupción se manifiesta especialmente en
los portadores de poder. Bien lo decía el católico Lord Acton (1843-1902): «el
poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». Y añadía:
«mi dogma es la maldad general de los hombres portadores de autoridad; son los
que más se corrompen».
¿Por qué eso? Hobbes en su Leviatán (1651) nos indica una
respuesta plausible: «la razón de eso reside en el hecho de que no se puede
garantizar el poder sino buscando más y más poder». Lamentablemente es lo que
ocurrió con sectores del PT (no con todo el partido) y de sus aliados.
Levantaron la bandera de la ética y de las transformaciones sociales, pero en
vez de apoyarse en el poder de la sociedad civil y de los movimientos para
crear una nueva hegemonía, prefirieron el camino corto de las alianzas y de los
acuerdos con el corrupto poder dominante. Garantizaron la gobernabilidad al
precio de mercantilizar las relaciones políticas y abandonar la bandera la
ética. El sueño de generaciones fue frustrado. Ojalá pueda ser rescatado
todavía.
¿Cómo combatir la corrupción? Por medio de la transparencia
total, por el aumento de auditores fiables que ataquen anticipadamente la
corrupción. Como nos informa el World Economic Forum, Dinamarca y Holanda tienen
100 auditores por cada 100.000 habitantes; Brasil solamente tiene 12.800 en
total, cuando necesitaríamos por lo menos 160.000. Y luchar por una democracia
más participativa, que se hace vigilante y exige entereza ética a sus
representantes.
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