CUBA-IGLESIA
IGLESIA Y REVOLUCIÓN EN CUBA (I)
Por Martín Poblete
En maniobra sin aparente racionalidad política, ni entonces
ni ahora en la perspectiva de la historia, el ex-Presidente Fulgencio Batista
encabezó un golpe de estado el 10 de marzo de 1952 con el apoyo de los altos
mandos de las Fuerzas Armadas, de personeros de extrema derecha, y de políticos
representativos de la oligarquía plantadora terrateniente; un ciclo de
gobernantes elegidos era cerrado precisamente por quien lo había iniciado,
Fulgencio Batista elegido para el período 1940-44, seguido por Ramón Grau San
Martín 1944-48, y Carlos Prío Socarraz 1948-52. El cuartelazo batistiano derrocó al Presidente
Prío Socarraz al comienzo de un año de elecciones presidenciales, para las
cuales se perfilaba con fuerza el candidato del Partido Ortodoxo Roberto
Agramonte.
Desde un comienzo, el régimen de Batista devino en
dictadura, nunca pudo ampliar su base de apoyo, algunas negociaciones
coyunturales con el líder sindical Eusebio Mujal y con el secretario general
del Partido Comunista, Blas Roca, fueron solo eso acuerdos coyunturales.
En la lucha revolucionaria contra la dictadura participaron
muchos católicos, integrantes de organizaciones de Iglesia, y sus líderes, en
las ciudades; les acompañaron miembros del clero diocesano y religiosos,
algunos de ellos se unieron en su capacidad de sacerdotes a las fuerzas
revolucionarias en los tres principales frentes, Sierra Maestra, Sierra del
Cristal, y el Escambray.
En La Habana, el anciano Cardenal Arteaga mantuvo silencio
ante los acontecimientos, mas adelante cuando la represión alcanzó a prominentes dirigentes de
movimientos católicos juveniles, sindicales y universitarios, hizo gestiones
para sacar de la cárcel a varios de esos dirigentes a cambio de salvoconducto
al exilio, fueron los casos del líder de
Acción Católica Amado Fiallo, del académico José Ignacio Lasaga, y del
sindicalista Reynol González secretario
general de la Juventud Obrera Católica JOC y miembro de la Dirección Nacional
Obrera del Movimiento 26 de Julio; en lugar del Arzobispo, dos personeros de la
principal arquidiócesis del país,
manteniendo perfil bajo y cuidadoso, estuvieron en contacto con disidentes y
opositores, fueron el Padre Raúl Del Valle y el Obispo Auxiliar Eduardo Boza Masvidal. Al otro extremo de la Jerarquía Eclesiástica,
el Arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serantes, alzó su voz en numerosas
homilías y cartas pastorales, denunciando y protestando los abusos y excesos
cometidos por el régimen batistiano.
Por su propia iniciativa, varios sacerdotes y
religiosos tomaron posición ya sea
denunciando al régimen de Batista, o marchando a unirse a las fuerzas
revolucionarias a servir de capellanes; entre los primeros destacaron el Padre
Julián Basterrica, y el Padre Ignacio Biaín director de la revista católica La
Quincena; entre los segundos, los Padres
Angel Rivas y Guillermo Sardiñas, capellanes de las fuerzas revolucionarias en
Sierra Maestra; el religioso franciscano Lucas Iruretagoyena en la Sierra del
Cristal; los jesuitas Cavero y Guzmán en el Escambray; el Padre Antonio Albizú
en su rol de contacto con Fidel Castro por intermedio de Celia Sánchez; y el
Padre Antonio Chabebe, de contacto con Raúl Castro en Santiago.
De aquellos tiempos, la mas significativa intervención de
una figura de la Jerarquía católica tuvo lugar en Santiago, luego del fracasado
asalto al cuartel Moncada por un grupo de revolucionarios el 26 de julio de
1953; los fugitivos, entre ellos Fidel Castro, habían sido acorralados por el
Ejército en un área conocida por La Gran Piedra con inminente riesgo de sus
vidas. Informado de la situación, el
Arzobispo Enrique Pérez Serantes dirigió carta al Coronel Alberto del Río
Chaviano, jefe militar de la Provincia de Oriente, el 30 de julio de 1953,
pidiéndole permitir su intervención a fin de lograr la entrega de los fugitivos
sin violencia garantizando sus vidas; aceptada la petición por el Coronel del
Río, el Arzobispo Pérez Serantes viajó al lugar indicado haciéndose acompañar por el laico Enrique
Canto, Presidente de Acción Católica en Santiago, en la clandestinidad tesorero
del Movimiento 26 de Julio en la Provincia de Oriente; una vez allí, el
Arzobispo logró la rendición de los fugitivos y la entrega de sus armas,
viajando con ellos de regreso a Santiago
hasta cerciorarse personalmente de su entrega a las autoridades
judiciales y policiales.
Mientras tanto, la dinámica militar cambiaba en favor de las
fuerzas revolucionarias. Hacia fines de
diciembre de 1958, varias columnas de combatientes al mando de Camilo
Cienfuegos y Ernesto Guevara derrotaron
la guarnición local tomando control de la ciudad de Santa Clara, dejando La
Habana efectivamente separada de Santiago, precipitando la caída del régimen de
Batista; el día de Año Nuevo, 1º de enero de 1959, Cienfuegos y Guevara
entraban en La Habana, luego lo haría Fidel Castro en Santiago, una nueva
realidad se cernía sobre Cuba y la Iglesia.
Al comienzo todo fue concordia. Nuevamente, quien mejor reflejó las
esperanzas de la Iglesia fue el Arzobispo de Santiago Enrique Pérez Serantes,
en su Carta Vida Nueva del 3 de enero de 1959, en cuyos párrafos claves se
dice: " Un régimen acaba de ser derribado; ha sido demolido un edificio que se estimaba caduco, roído en sus entrañas .... Sobre las cenizas
del régimen desaparecido otro se va a
levantar, pero este no debe ser igual al primero .... Queremos y esperamos una
República netamente democrática en la que todos los ciudadanos puedan disfrutar
a plenitud la riqueza de los derechos humanos, en la que sin nivelar a todos
los hombres totalmente, porque esto es imposible, todos se sientan tratados con
dignidad propia del ser humano".
Al correr de las semanas y meses, los obispos acogieron
favorablemente la reforma agraria y el debate suscitado en torno a esa
iniciativa, actitud bien expresada en la Carta Pastoral del Obispo de Matanzas
Alberto Martín Villaverde del 5 de julio de 1959; para la noche del 25 de julio de 1959, los
obispos dispusieron repique de campanas
en todas las diócesis, a la misa en la Catedral de La Habana el día siguiente
asistió Fidel Castro, mientras el Padre Guillermo Sardiñas celebraba misa en
las escalinatas del Congreso. En enero
de 1960, en la Cena Martiana en la todavía Plaza Cívica para conmemorar el
natalicio de José Martí, el Arzobispo Coadjutor Evelio Díaz y Fidel Castro se
saludaron sonrientes, sería el último gesto público de cordialidad entre las
partes.
Las primeras dificultades surgieron en torno a las
ejecuciones sumarias de personas denunciadas por haber cometidos variadas
atrocidades durante la dictadura de Batista, o por haber sido cómplices, el
llamado "paredón"; en cartas públicas
el Arzobispo de Santiago Enrique Pérez Serantes, el Coadjutor de La
Habana Evelio Díaz, y el Obispo de Matanzas Alberto Martín Villaverde,
reclamaron por los abusos cometidos en
esa práctica, un caso de violación a los derechos humanos y delito de lesa
humanidad.
El punto de quiebre se produjo sobre las políticas
educacionales del régimen revolucionario, y la percepción de su control por
personeros comunistas impulsando modelos educacionales marxistas. Se sucedieron numerosas cartas pastorales y
declaraciones de los obispos colectivamente así como también en sus respectivas
diócesis. El Congreso Nacional
Católico, último evento de semejante naturaleza en Cuba, convocado y celebrado
en noviembre de 1959, culminó con una masiva manifestación en la Plaza Cívica
el 28 de noviembre de 1959 con asistencia de Fidel Castro invitado por los
organizadores; en las deliberaciones del Congreso la cuestión educacional
dominó sobre otros temas, era un
conflicto inevitable que de alguna manera se fue escapando del control de las
autoridades eclesiásticas.
El año 1960 estuvo marcado por la escalada de cartas y
declaraciones de los obispos, contestadas con duras descalificaciones por
personeros de gobierno y los medios de comunicación oficiales y oficiosos; la Circular Colectiva del Episcopado Cubano
del 7 de agosto de 1960 fue recibida con particular agresividad por el régimen
revolucionario, a partir de esa fecha las relaciones Iglesia-Estado siguieron un curso de creciente
deterioro. La culminación fue la
expulsión en el carguero español Covadonga en la bahía de La Habana de 131
sacerdotes y religiosos el 17 de septiembre de 1961, incluyendo al Obispo Auxiliar de La Habana Eduardo Boza
Masvidal, y a quien fuera uno de los capellanes en Sierra Maestra el Padre
Angel Rivas. A la expulsión de
sacerdotes sucedió la clausura de la Universidad Católica San Agustín de
Villanueva y la confiscación de sus bienes, asimismo el régimen procedió a
clausurar y confiscar los colegios católicos sin excepciones; en todos esos
procedimientos hubo agresiones a sacerdotes y obispos, organizadas y ejecutadas por funcionarios de gobierno al mando de turbamultas dirigidas.
La clausura y confiscación de los colegios fue reforzada con
la prohibición de la enseñanza religiosa
en las escuelas, la supresión de instituciones católicas activas en la
sociedad, y prohibición a obispos y sacerdotes de acceder a los medios de
comunicación. A partir de septiembre de
1961, la Iglesia subsiste sumamente
empobrecida, desprovista de los medios tradicionales para cumplir su misión,
reducida al mínimo imaginable en su
capacidad de ejercer influencia cultural, política y social; muchos sacerdotes
fueron castigados con sentencias a campos de trabajos forzados, entre ellos
quien con el correr del tiempo sería Arzobispo de La Habana Jaime Ortega
Alamino, y el Obispo Alfredo Petit.
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Fueron años de un cierto desprecio, estimulado desde altas esferas de gobierno, por toda forma de religiosidad católica, discriminación y hostilidad a quienes confesaban su fe, silencio y hasta formas de extrañamiento cultural y social respecto a las instituciones de la iglesia, dificultades para permitir el ingreso al país de sacerdotes y religiosos, y prohibición de construir templos en nuevos barrios y en nuevos pueblos. En este marco de referencia, los obispos cubanos y con ellos la feligresía, optaron por un trabajo pastoral paciente, tenaz en medio de la adversidad, conscientes de la difícil relación, o falta de ella, con el régimen imperante; si bien tenían claras las severas limitaciones del medio circundante, también sabían de sus cualidades, en la Cuba de entonces, y en la de hoy, la única institución no gubernamental presente en toda la geografía de la isla era, y sigue siendo, la Iglesia Católica.
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Fueron años de un cierto desprecio, estimulado desde altas esferas de gobierno, por toda forma de religiosidad católica, discriminación y hostilidad a quienes confesaban su fe, silencio y hasta formas de extrañamiento cultural y social respecto a las instituciones de la iglesia, dificultades para permitir el ingreso al país de sacerdotes y religiosos, y prohibición de construir templos en nuevos barrios y en nuevos pueblos. En este marco de referencia, los obispos cubanos y con ellos la feligresía, optaron por un trabajo pastoral paciente, tenaz en medio de la adversidad, conscientes de la difícil relación, o falta de ella, con el régimen imperante; si bien tenían claras las severas limitaciones del medio circundante, también sabían de sus cualidades, en la Cuba de entonces, y en la de hoy, la única institución no gubernamental presente en toda la geografía de la isla era, y sigue siendo, la Iglesia Católica.
Desde la Santa Sede, la molestia inicial ante el grave
deterioro de la situación en Cuba, dio paso a la decisión de mantener los contactos oficiales buscando evitar la
ruptura de relaciones; en este sentido,
se optó por dejar la Nunciatura en manos de un joven diplomático
Monseñor Cesare Zacchi con rango de Encargado de Negocios / Chargè d`Affaires, algo muy resentido por el régimen pues su
representante en el Vaticano tenía rango de embajador, Luis Amado Blanco. En el plano interno se desarrolló una
situación bastante anómala, todos los contactos de la Iglesia cubana con el
gobierno considerados necesarios y/o pertinentes, se hacían por intermedio
de Monseñor Zacchi quien obtuvo permiso
de viaje para que tres obispos cubanos
pudieran asistir a las deliberaciones del Concilio Vaticano II.
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Pero en lo fundamental, el cambio en las relaciones y en el trato llegó en 1974, a lo cual nos referiremos en el próximo artículo.
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Pero en lo fundamental, el cambio en las relaciones y en el trato llegó en 1974, a lo cual nos referiremos en el próximo artículo.
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