IZQUIERDA LATINOAMERICANA
AMÉRICA LATINA:
IMPASSES DE LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS
Por Carlos Alberto
Libânio Christo (Frei Betto)
Predominan en América Latina, hoy a mediados de la segunda década de este siglo
XXI, los gobiernos democráticos
populares. La mayoría fue electa por fuerzas de izquierda. De los jefes de Estado, cinco actuaron como
guerrilleros bajo dictaduras: Dilma Rousseff, de Brasil; Raúl Castro,
de Cuba; José Mujica, de Uruguay; Daniel Ortega, de Nicaragua; y
Salvador Sánchez, de El Salvador.
Ahora, ser de izquierda no es un problema emocional o una
mera adhesión a los conceptos formulados por Marx, Lenin o
Trotsky. Es una opción ética, con
fundamento racional. Opción que tiene como objetivo favorecer, en
primer lugar, a los marginados y excluidos. Así que nadie es de
izquierda por declararse como tal o por llenarse la boca
de clichés
ideológicos, sino por la praxis que ejercen en relación con los segmentos más
pobres de la población.
En América Latina,
los llamados gobiernos democrático-populares reflejan varias
concepciones, y persiguen, en teoría, proyectos de sociedades
alternativas al capitalismo. Transitan contradictoriamente entre políticas
públicas dirigidas a segmentos de bajos ingresos y el sistema
capitalista global, regido por la "mano invisible" del mercado.
Los gobiernos
democrático-populares han provocado, de hecho, importantes
cambios para mejorar la calidad de vida de amplios sectores sociales.
Hoy en día, el 54% de la población latinoamericana vive en países
regidos por gobiernos progresistas. Es un hecho inédito en la
historia del continente. El otro 46%, unos 259 millones de personas, vive
bajo gobiernos de derecha aliados a Estados Unidos e indiferentes a la
agudización de la desigualdad social y la violencia.
Según Bernt Aasen,
director regional de UNICEF para América Latina y el Caribe, entre
2003 y 2011, más de 70 millones de personas salieron de la pobreza en
el continente; la tasa de mortalidad de menores de 5 años se redujo en
un 69% entre 1990 y 2013; la desnutrición crónica entre niños de 6
meses a 5 años disminuyó de 12,5 millones en 1990 a
6,3 millones de
niños en 2011, la matrícula en la educación primaria aumentó de 87,6%,
en 1991, al 95,3% en el año 2011.
Sin embargo,
agrega, "nuestra región sigue siendo la más desigual del mundo, donde 82
millones de personas viven con menos de $ 2.50 por día; 21,8 millones
de niños y adolescentes están fuera de la escuela o están en riesgo de
abandonarla; 4 millones no fueron registrados al nacer y, por
tanto, no existen oficialmente (...); y 564 niños menores
de 5 años mueren
cada día por causas evitables" (Cfr O Globo, 05.10.2014, p.
19).
Limitaciones
Desde un punto de
vista histórico, es la primera vez que tantos gobiernos del
continente se mantienen alejados de los dictados de la Casa Blanca. Y
también es la primera vez que se crean articulaciones continentales y
regionales (ALBA, CELAC, UNASUR, etc.) sin la
presencia de
Estados Unidos. Esto constituye una reducción de la influencia
imperialista en América Latina, entendida como predominio de un Estado sobre
otro.
Sin embargo, otra
forma de imperialismo prevalece en América Latina: la dominación del
capital financiero, centrado en la reproducción y concentración del
gran capital, que se basa en el poder de sus países de origen para
promover, desde los países de acogida, la exportación de capitales,
bienes y tecnologías, y apropiarse de las riquezas naturales y el
valor agregado.
.
Hubo un
deslizamiento de la sumisión política a la sumisión económica. La fuerza de
penetración y obtención de ganancias del gran capital no se redujo con los
gobiernos progresistas, a pesar de las medidas regulatorias y
cobro de impuestos adoptados en algunos de esos países. Si, de un lado, se
avanza en la implementación de políticas públicas favorables a los
más pobres, por otro, no se reduce el poder de expansión del gran
capital.
Otra diferencia
entre los gobiernos democrático-populares es que unos se atreven a
promover cambios constitucionales, mientras que otros permanecen en los
marcos institucionales y constitucionales de los gobiernos
neoliberales que los precedieron, mientras se empeñan en conquistas
sociales significativas, como la reducción de la pobreza y la desigualdad
social.
Las fuerzas de
izquierda de América Latina siguen centrando su atención en la
ocupación del aparato del Estado. Luchan para que los sectores
marginados y excluidos se incorporen a los marcos regulatorios de la
ciudadanía (indígenas, sin tierra, sin techo, mujeres,
recolectores de materiales reciclables, etc.). Los gobiernos y movimientos
sociales se unen, especialmente durante los períodos electorales, para
frenar las violentas reacciones de la clase dominante alejada
del aparato estatal.
Sin embargo, es
esta clase dominante la que mantiene el poder económico. Y por
más que los inquilinos del poder político implementen medidas favorables
para los más pobres, hay un escollo insalvable en el camino: todo
modelo económico requiere de un modelo político coincidente con
sus intereses. La autonomía de la esfera política en relación con la
económica es siempre limitada.
Esta limitación
impone a los gobiernos democrático-populares un arco de alianzas
políticas, a menudo espurias, y con los sectores que, dentro del país,
representan al gran capital nacional e internacional, lo que erosiona
los principios y objetivos de las fuerzas de izquierda en el poder. Y lo
que es más grave: esa izquierda no logra reducir la hegemonía
ideológica de la derecha, que ejerce un amplio control sobre los medios de comunicación
y el sistema simbólico de la cultura dominante.
Mientras que los
gobiernos democrático-populares se sienten permanentemente
acorralados por las ofensivas desestabilizadoras de la derecha,
acusándola de intentar un golpe de Estado, ésta se siente segura al estar
respaldada por los grandes medios de comunicación nacionales y
globales, y por la incapacidad de la izquierda para crear
medios
alternativos suficientemente atractivos para conquistar los corazones y las
mentes de la opinión pública.
El modelo
neodesarrollista
El modelo
económico imperante, gestionado por el gran capital y adoptado por los
gobiernos progresistas, se orienta a aprovechar las ventajas de la
"globalización" para exportar commodities y recursos naturales con el
fin de recaudar dinero para financiar, a través de políticas
públicas, el consumo de los sectores excluidos por la deuda
social.
Aunque adopten una
retórica progresista, los gobiernos democrático-populares no logran prescindir del
capital transnacional que les asegura
apoyo financiero, nuevas tecnologías y acceso a los mercados. Y para
eso, el Estado debe participar como fuerte inversor de los intereses
del capital privado, ya sea facilitando el crédito, mediante la exención
de impuestos y la adopción de asociaciones público-privadas.
Este es el modelo de desarrollo post-neoliberal predominante hoy
en América Latina.
Este proceso
exportador-extorsivo incluye recursos energéticos, hídricos,
minerales y agrícolas, con la destrucción progresiva de la biodiversidad y
del medio ambiente, y la entrega de tierras a los monocultivos
anabolizados por agrotóxicos y transgénicos. El Estado invierte en la
construcción de grandes obras de infraestructura para promover el flujo
de bienes naturales mercantilizados, cuya facturación en
divisas extranjeras rara vez regresa al país. Una gran parte de esta
fortuna se aloja en los paraísos fiscales.
Esta es la
contradicción que el modelo neodesarrollista, la verdad sea dicha, anula las
diferencias estructurales entre los gobiernos de izquierda y
derecha. Pues adoptar tal modelo es aceptar tácitamente la hegemonía
capitalista, aunque sea con el pretexto de cambios "graduales", "realismo" o
"humanización" del capitalismo. De hecho, es mera retórica
de quien se rinde al modelo capitalista.
.
Si los gobiernos
democrático-populares quieren reducir el poder del gran capital, no
les queda otra vía que la intensa movilización de los movimientos
sociales, ya que, en esta coyuntura, la vía revolucionaria está descartada,
y, de hecho, sólo interesaría a dos sectores: a la extrema derecha y
a los fabricantes de armas.
Sin embargo, si lo
que se pretende es garantizar los intereses del gran capital, los
gobiernos progresistas tendrán que adecuarse para, cada vez más,
cooptar, controlar o criminalizar y reprimir a los movimientos
sociales. Todo intento de equilibrio entre los dos polos es, de hecho, contraer
nupcias con el capital y, al mismo tiempo, coquetear con los
movimientos sociales en un intento de simplemente seducirlos y
neutralizarlos.
Valores
¿Cómo tratan los
gobiernos democráticos-populares los segmentos de la población beneficiados
por las políticas sociales? Es innegable que los niveles de
exclusión y miseria provocados por el neoliberalismo requieren de
medidas urgentes, que no se limiten al mero
asistencialismo.
Porque tal asistencialismo se restringe al acceso a beneficios
personales (bonos financieros, escuelas, atención médica, crédito
preferente, subsidios a productos básicos, etc.), sin que esto se complemente con
procesos pedagógicos de formación y organización políticas. De este
modo, se crean reductos electorales, sin adhesión a un proyecto
político alternativo al capitalismo. Se dan beneficios sin suscitar
esperanza. Se promueve el acceso al consumo sin propiciar el
surgimiento de nuevos actores sociales y políticos. Y lo que es más grave:
sin darse cuenta de que, en medio del actual sistema consumista, cuyas
mercancías reciclables están impregnadas de fetichismo que
valoran al consumidor y no al ciudadano, el capitalismo post-neoliberal
introduce "valores" –como la competitividad y la mercantilización
de todos los aspectos de la vida y la naturaleza– que refuerzan el
individualismo y el conservadurismo.
El símbolo de esta
modalidad post-neoliberal de consumismo es el teléfono celular.
Este trae consigo la falsa idea de la democratización
por medio del consumo y de incorporación a la clase media. De esta
manera, segmentos excluidos se sienten menos amenazados cuando
consideran que está a su alcance, más fácilmente, actualizar el
modelo de celular que conseguir saneamiento donde habitan. El
celular es símbolo para sentirse incluidos en el mercado... Y todos
sabemos que las formas de existencia social condicionan el
nivel de conciencia. O, en otras palabras, la cabeza piensa donde los
pies pisan (o imaginan que pisan).
Nuestros gobiernos
progresistas, en sus múltiples contradicciones, critican el
capitalismo financiero y, al mismo tiempo, promueven la bancarización de
los segmentos más pobres, a través de tarjetas de acceso a los beneficios
monetarios, a pensiones y salarios y a las
facilidades de
crédito, a pesar de la dificultad de cargar con los intereses y el
pago de las deudas.
En resumen, el
modelo neodesarrollista seguido por la izquierda se empeña en hacer de
América Latina un oasis de estabilidad del capitalismo en
crisis. Y no se puede escapar de la ecuación que asocia calidad de
vida y crecimiento económico, según la lógica del capital. En tanto
no se socializa culturalmente la propuesta indígena del buen vivir,
para la gran mayoría vivir bien será siempre sinónimo de vivir mejor en
términos materiales.
El gran peligro en
todo esto es fortalecer, en el imaginario social, la idea de que el
capitalismo es perenne ("La historia ha terminado", proclamó Francis
Fukuyama), y que sin él no puede haber un verdadero proceso
democrático y civilizatorio. Lo que significa demonizar y excluir, incluso
por la fuerza, a todos aquellos que no aceptan esta "obviedad", quienes pueden ser
considerados terroristas, enemigos de la democracia,
subversivos o fundamentalistas.
Esta lógica se ve
reforzada cuando, en las campañas electorales, los candidatos de
izquierda se congratulan, enfáticamente, de la confianza del mercado, de la
atracción de las inversiones extranjeras, de la garantía de que
los empresarios y banqueros tendrán mayores ganancias.
Durante un siglo,
la lógica de la izquierda latinoamericana jamás se encontró con la
idea de superar el capitalismo por etapas. Este es un dato nuevo, que
requiere mucho análisis para poner en práctica políticas que
impidan que los actuales procesos democrático-populares sean revertidos
por el gran capital y por sus representantes políticos
de derecha.
Este desafío no
puede depender solo de los gobiernos. Este se extiende a los
movimientos sociales y partidos progresistas que, cuanto antes,
necesitan actuar como "intelectuales orgánicos", socializando el
debate sobre los avances y contradicciones, dificultades y
propuestas, a fin de ensanchar cada vez más el imaginario
centrado en la liberación del pueblo y en la conquista de un modelo de
sociedad post-capitalista verdaderamente emancipatorio.
(*) Frei Betto es
escritor, autor de "Calendário do Poder" (Rocco), entre otros libros.
Integrante del Consejo de ALAI. Este texto es
parte de la Revista América Latina en Movimiento, No.500 de
diciembre de 2014, que trata sobre el tema "América Latina: Cuestiones de
fondo" - http://alainet.org/publica/500.phtml
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