OPINIÓN
LOS CAMBIOS PISAN FUERTE
Por Wilson Tapia Villalobos
Periodista y profesor universitario
Y esta vez no se trata de los cambios de que siempre hablan
los políticos antes de las elecciones. Aquellos que, por supuesto, ellos están
dispuestos a hacer y luego olvidan. No, el mundo está convulsionado y los
remezones son a todo nivel.
La economía tambalea y hoy son los precios del crudo, la
rapacidad del sector financiero, el desajuste al que lleva un sistema que
requiere crecimiento constante, todo lo cual es sazonado por desempleo,
empobrecimiento de muchos y enriquecimiento vergonzoso de unos pocos.
Si así está la economía, la cara política no se ve mejor. El
aparato institucional no inspira confianza, porque no funciona. No, al menos,
como esperaban quienes lo idearon. El deterioro ha sido muy marcado en los
últimos años y los ciudadanos están reaccionando. El ejercicio político ha
caído en descrédito debido a que sus propuestas obedecen más a lo que tenga
buen resultado mediático que a la solidez de una ideología afincada en
principios y valores que avalen una sociedad sustentable.
A diario se van conociendo nuevos casos que desmienten las
ventajas del sistema de convivencia que mayoritariamente se ocupa en el
planeta. La democracia estadounidense se permite cobijar en su seno la tortura.
La justificación es que se hace para combatir al terrorismo. Y la reafirmación
de la solidez del sistema sería que es capaz de reconocer el error y mostrarlo
a la faz del mundo. Sin embargo, hay quienes, como el ex presidente Dick
Cheney, que acompañó al presidente George W. Bush entre 2001 a 2009, que
afirman que los torturadores deberían ser "felicitados y
condecorados".
Una y otra posturas merecen cuestionamientos. La primera,
porque si se tratara sólo de una cuestión de publicidad, el Estado Islámico
sería más efectivo y honesto al exhibir, sin inhibiciones, los ajusticiamientos
de rehenes occidentales por la televisión mundial. En cuanto a quienes como
Cheney justifican la tortura, no vale la pena entrar en detalles.
Pero los ejemplos abundan. Lo que ocurre en México es
escandaloso. La desaparición de 43 muchachos a manos de la policía y de
sicarios a sueldo de traficantes de drogas, resulta inaceptable. El gobierno
mexicano sostiene que sus instituciones son democráticas y, formalmente,
pareciera tener razón.
Lo que ocurre habitualmente en África con el ébola y otras
enfermedades o directamente ataques de grupos fundamentalistas, son también
revelaciones de que el mundo requiere cambios. La gente protesta, pero hasta
ahora no es suficiente. Con seguridad, porque el poder establecido aún sigue
siendo fuerte y responde con la violencia que lo caracteriza.
En este plano es donde se ubica otra de las preocupaciones
de la sociedad actual: la inseguridad. El sistema responde sólo de manera
punitiva, pero lo hace en forma desigual. Los delincuentes cercanos al poder ni
siquiera son encarcelados. Es lo que ocurre en Chile con quienes le roban al
público, como los propietarios de las farmacias, bancos y multitiendas.
Es indiscutible que la sociedad enfrenta un cambio de
valores que no la satisfacen y se encamina en una búsqueda que aún no arroja
resultados claros. Pero hay indicios definidos de que la felicidad no puede ser
reemplazada por el éxito y que la competencia no es el camino aconsejable para
construir una sociedad solidaria.
Frente a la multiplicidad de problemas que provoca esta
realidad, los conservadores parecen tener la respuesta. En Europa empiezan a
hacerse fuertes los partidos y movimientos que estimulan la xenofobia, la
homofobia y las más disímiles posiciones sectarias.
Pese a las trabas, la presión por los cambios que
signifiquen una evolución que rescate la sensibilidad humana sigue aumentando.
Y en esto, la política y los políticos debieran jugar un papel trascendente.
Sin embargo, la corrosión valórica ha sido grave. Tal como en México, las
instituciones democráticas muestran los efectos del desprecio por los valores
que le dieron sustento, entre nosotros los responsables de los atropellos a los
derechos humanos durante la dictadura o están libres o se encuentran detenidos
en cárceles especiales. Y muchos de los civiles que fueron pilares del régimen,
hoy ejercen cuotas determinantes de poder. Los símbolos que caracterizaron a la
dictadura siguen en pie.
Los militares continúan recibiendo la misma formación que
los hizo cometer los crímenes que caracterizaron a la dictadura del general
Pinochet. Incluso, algunos de sus cuadros han sido exhibidos como símbolos
democráticos. Uno de ellos fue el general Cheyre, elevado a la jefatura del
Ejército durante gobiernos de la Concertación. Hoy involucrado en casos de
atropellos a los DD.HH. y bajo cuya administración murieron 45 soldados, en una
demostración de la estulticia y ausencia de valores democráticos de la
formación militar.
Aún seguimos afirmando que el poder civil es el que maneja
los asuntos del Estado y bajo su control se encuentra el aparato militar. Otra
tarea para los cambios por venir.
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