22-11-2013-KRADIARIO-879
LA IMPORTANCIA DE LA ESPIRITUALIDAD PARA LA SALUD
Por Leonardo Boff
Por regla general todos
los trabajadores de la salud han sido modelados por el paradigma científico de
la modernidad que ha hecho una separación drástica entre cuerpo y mente y entre
ser humano y naturaleza. Así se han creado muchas especialidades que tantos
beneficios han traído para el diagnóstico de las enfermedades y también para
las formas de curación.
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Reconocido estos méritos, no podemos sin
embargo olvidar que se ha perdido la visión de totalidad: el ser humano dentro
de una visión más amplia de la sociedad, de la naturaleza y de las energías
cósmicas, la enfermedad como una fractura de esta totalidad, y la curación como
la reintegración en ella.
Hay en nosotros una dimensión que responde
por el cultivo de esta totalidad, que vela por el eje Estructurador de nuestra
vida: es la dimensión del espíritu. Espiritualidad viene de espíritu; es el
cultivo de lo que es propio del espíritu, su capacidad de proyectar visiones
unificadoras, de relacionar todo con todo, de conectar y reconectar todas las
cosas entre sí y con la Fuente de Originaria de todo ser.
Si el espíritu es relación y vida, su
opuesto no es materia y cuerpo sino la muerte como ausencia de relación. En
este sentido, espiritualidad es toda actitud y actividad que favorece la
expansión de la vida, la relación consciente, la comunión abierta, la
subjetividad profunda y la trascendencia como modo de ser, siempre dispuesto a
nuevas experiencias y a nuevos conocimientos.
Los neurobiólogos y estudiosos del cerebro
han identificado la base biológica de la espiritualidad; se encuentra en el
lóbulo frontal del cerebro. Descubrieron empíricamente que siempre que se
captan los contextos más globales o se produce una experiencia significativa de
totalidad o también cuando que se abordan de forma existencial (no como objeto
de estudio) realidades últimas cargadas de sentido, y se producen actitudes de
adoración, devoción y respeto, hay una aceleración de las vibraciones
periódicas de las neuronas localizadas allí.
A este fenómeno lo llamaron el «punto
Dios» en el cerebro o la aparición de la «mente mística» (Zohar, SQ:
Inteligencia Espiritual, 2004). Es como un órgano interior por el cual se
capta la presencia de lo Inefable dentro de la realidad. Este hecho constituye
un avance evolutivo del ser humano que, como ser humano-espíritu, percibe la
Realidad Fontal sustentando todas las cosas. Se da cuenta de que
sorprendentemente puede entablar un diálogo y buscar una comunión íntima con
ella. Tal posibilidad lo dignifica, pues lo espiritualiza y lo conduce a un
mayor grado de percepción del Enlace que conecta y reconecta todas las cosas.
Se siente dentro de ese Todo. Este «punto Dios» se revela por valores
intangibles como más compasión, más solidaridad, más sentido de respeto y
dignidad.
Despertar este «punto Dios», quitar las
cenizas con las que una cultura excesivamente racionalista y materialista lo
cubrió, es permitir que la espiritualidad aflore en la vida de las personas. A
fin de cuentas espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a Dios a través
de ese órgano interior y experimentar su presencia y actuación desde el
corazón. Lo percibimos como entusiasmo (en griego significa tener un dios
dentro) que nos lleva y nos sana y nos da voluntad de vivir y de crear
continuamente sentidos de existir.
¿Qué importancia prestamos a esta
dimensión espiritual en el cuidado de la salud y de la enfermedad?
La
espiritualidad tiene una fuerza curativa propia. No es de ninguna manera algo
mágico y esotérico. Se trata de potenciar las energías características de la
dimensión espiritual, tan válida como la inteligencia, la libido, el poder, el
afecto entre otras dimensiones de lo humano.
Estas energías son altamente positivas
como amar la vida, abrirse a los demás, establecer lazos de fraternidad y
solidaridad, ser capaz de perdón, de misericordia y de indignación ante las
injusticias de este mundo, como lo hace ejemplarmente el Papa Francisco. Además
de reconocer todo su valor a las terapias conocidas hay todavía un supplément
d'âme como dirían los franceses, un complemento de lo que ya existe,
que lo refuerza y enriquece con factores oriundos de otra fuente de curación.
El modelo establecido de medicina no
tiene, por supuesto, el monopolio del diagnóstico y la curación. Es aquí donde
se abre camino la espiritualidad, que en primer lugar fortalece en
la persona la confianza en las energías regenerativas de la vida, en la
competencia del médico/a, en el cuidado diligente del enfermero/a. Sabemos por
la psicología profunda y la transpersonal el valor terapéutico de la confianza
en el curso normal de la vida. Confianza significa básicamente decir: la
vida tiene sentido, vale la pena, tiene una energía interna que la
autoalimenta, es preciosa. Esta confianza pertenece a una visión espiritual del
mundo. Pertenece a la espiritualidad la convicción de que la realidad que
captamos es más de lo que los análisis nos dicen. Podemos tener acceso a la
misma por los sentidos interiores, por la intuición y por los caminos secretos
de la razón cordial. Se puede ver que hay un orden subyacente al orden
sensible, como sostenía siempre el gran físico cuántico, y premio Nobel, David
Bohm, alumno predilecto de Einstein.
Este orden subyacente responde de los
órdenes visibles y siempre puede traernos sorpresas. A menudo los mismos
médicos se sorprenden de la rapidez con que alguien se recupera o cómo
situaciones consideradas normalmente como irreversibles, retroceden y acaban
curando.
En el fondo es creer que lo invisible e
imponderable es parte de lo visible y previsible. Pertenece también al mundo
espiritual, la esperanza inquebrantable de que la vida no termina con la
muerte, sino que se transfigura a través de ella. Nuestros sueños de regresar a
la vida normal desencadenan energías positivas que contribuyen a la
regeneración de la vida enferma.
Una fuerza mayor, sin embargo, es la fe de
sentirse en la palma de la mano de Dios. Entregarse confiadamente a su
voluntad, desear sinceramente la curación, pero también aceptar serenamente si
nos llama a si: esto es la presencia de la energía espiritual. Nosotros no
morimos, Dios viene a buscarnos y a llevarnos a donde pertenecemos desde siempre,
a su casa a convivir con Él. Tales convicciones espirituales actúan como
fuentes de agua viva, generadoras de curación y de potencia de vida. Es el
fruto de la espiritualidad.
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