20-11-13-KRADIARIO-879
LA DEBILIDAD CRÓNICA DE LA DEMOCRACIA CHILENA
Por Wilson Tapia Villalobos
El primero, que la democracia
chilena tiene eslabones que no encajan y que la hacen padecer de una debilidad
crónica. Que el 44% de los electores no emita su opinión, es un hecho que no
debe pasar inadvertido. Y que el compromiso en cuanto a cumplir con un deber
cívico tan importante lo asuman de preferencia los mayores de 40
años, es decidor. Demostrativo de que algo está fallando. Que deja en claro un
desinterés que, generalmente, es justificado con una frase breve: "No me
interesa la política". ¿Y qué es la política para estas personas?
Pareciera que sólo el ejercicio de votar.
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De escuchar a los dirigentes de Partido con
sus monsergas de promesas, de descalificaciones. La política es mucho más que
eso. Y si el elector potencial que no hace uso de su derecho tiene esa pobre
visión, quiere decir que renuncia a la justificación primera de la democracia:
el poder reside en el pueblo, en las y los ciudadanos. Abdicar voluntariamente
a ello es dejar abierta una puerta inmensa a los abusos. Es como asumir que las
leyes del mercado manejan también la democracia. Es aceptar, sin reclamo, la
manipulación que el poder ejerce sobre los ciudadanos.
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Posiblemente nuestro afán de copiar experiencias
ajenas nos ha llevado hasta aquí. Está claro ya que
el voto voluntario no puede aplicarse en una sociedad cuyo compromiso
con la vida en comunidad aún no llega a respetar los derechos del otro. En que
recién empieza a reconocer que la limpieza de las calles no es sólo
responsabilidad de los trabajadores encargados de la basura. En el que una
dictadura suprimió las clases de Educación Cívica, y la democracia no devolvió
elementos centrales como ese a los planes de estudio. Un país en el que la
derecha cree que los jueces son de izquierda. Y, a menudo, uno ve que quienes
tienen poder -económico o político- son tratados por la Justicia de manera muy
diferentes al ciudadano común o al pobre de solemnidad.
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Esto de copiar nos llevará a males que hoy se han transformado en endémicos en
otras latitudes. Tal como la obesidad que hoy amenaza a nuestras generaciones
jóvenes y que es pandemia en los Estados Unidos, nuestro espejo. Allá el
sistema funciona de otra manera. Y, a pesar de ser los creadores de la
democracia de que hoy nos ufanamos, la participación ciudadana en la
designación de sus autoridades políticas es más bien mínima.
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La elección de ayer también nos deja certezas. No podemos sentirnos orgullosos
de una democracia creada por una dictadura. En que el propio sistema electoral
no respeta la voluntad ciudadana. Senadores y diputados electos no
necesariamente fueron los más votados. Y eso conspira contra el efecto real de
la participación electoral. Pero también es una traba insalvable para hacer
cambios a nuestra institucionalidad. Los quórum exigidos para las reformas son
inalcanzables sin el apoyo de quienes se verán afectados. Y eso es una trampa
que la democracia no debería soportar. Esta es una responsabilidad política en
que ningún sector está en condiciones de alegar inocencia. La derecha, por
negarse a avanzar hacia un cambio necesario, y el resto, por no hacer los
esfuerzos suficientes para lograr consensos que no sólo involucren a los
partidos políticos. Finalmente, la ciudadanía también tiene algo que decir.
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El 15 de diciembre se desarrollará la segunda parte de esta trama. Quien
resulte electa enfrentará desafíos importantes. Provendrán de una sociedad que
claramente da muestras de agotamiento. Las huelgas son prueba de ello, al igual
que las protestas ciudadanas y hasta el preferir la playa o el esparcimiento
antes que ejercer el derecho a elegir.
Desde hoy hasta que llegue ese día, seremos testigos de momentos tensos. La
diferencia de votos entre Michelle Bachelet (3.070.012 sufragios, 46,67%) y
Evelyn Matthei (1.645.271 sufragios, 25,01%) parece irremontable. Y eso hace
presumir acciones creativas y/o muy desesperadas. En cualquier caso,
asistiremos a días que recordarán las épocas más emblemáticas de la Guerra
Fría. El comunismo será execrado y la Democracia Cristiana recibirá ofertas
tentadoras. Todo en un escenario en que las contradicciones entre Dios y el
ateísmo serán mostradas de la manera burda que impone una campaña de menos de
un mes.
Este magno esfuerzo de diferenciación será otro exceso de fuegos de artificio
comunicacionales. Cualquiera de las dos alternativas que se imponga el 15 no
ofrecerá sorpresas que cambien la vida del país. Sin embargo, en el mes que se
avecina ojalá los chilenos podamos ser testigos de propuestas que diferencien
posiciones. Que la derecha y sus contendores muestren proyectos distintos. Tal
vez eso pueda ser el inicio de una política que reencante al ciudadano. Porque
está claro que más de lo mismo sólo traerá decepción. Y la decepción en
política significa malestar, insatisfacción por expectativas no cumplidas,
frustración y la convicción de que todo el tinglado institucional está hecho
para beneficiar sólo a unos pocos. Algo así como una democracia tramposa.
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