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miércoles, 2 de enero de 2013

VENEZUELA: DEL ASISTENCIALISMO AL DESARROLLO

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Chávez enfrenta seguramente sus últimos días, descartándose milagros. La etapa de Chávez correspondió al rescate del país de la crisis política más formidable que esa nación haya vivido.


De hecho, la Venezuela de inicios de los 90 era la de un país en riesgo de caos e ingobernabilidad. La renta petrolera cargaba con una década de precios bajos y la deuda externa llegaba a niveles que consumía más de la mitad del ingreso. Como todos sabemos, Venezuela viene siendo desde hace mucho un país absolutamente dependiente del ingreso petrolero.


Cuando asume Chávez, el sistema político estaba en el suelo y la pobreza llegaba a niveles insostenibles (más del 60% de la población). Todo esto luego de ser la nación más rica de América Latina, por varias décadas; tanto así que los hijos de la clase media no se educaban en Venezuela sino en EEUU, Paris, Suiza o Inglaterra, incluso desde la educación primaria.


Venezuela tuvo hasta los 70 una industria relativamente moderna pero que ya a finales de los 80, con la reconversión industrial, se presentó bastante obsoleta. No se reinvirtió en esta área debido a que era más rentable especular con el dólar que invertir en renovar las plantas productivas, en un tiempo de alta inflación y gran inestabilidad política.


Sin embargo, en tiempos del proyecto “Gran Venezuela”, se invirtieron ingentes recursos en el área de la industria pesada del hierro y el aluminio. Ellos pensaron que sería la segunda gran fuente de ingresos externos, pero la misma reconversión productiva, debido al alto costo de la energía, llevó a la parálisis de demanda de estos bienes con alto consumo energético incorporado a su manufactura.


Entonces Venezuela enfrentaba un cuádruple drama: obsolescencia de su industria manufacturera; parálisis de sus inversiones de la industria pesada; caída sostenida y prolongada de los precios del petróleo y gran deuda externa con grave crisis social e ingobernabilidad política.


Ese era el escenario al asumir Chávez. Es decir una situación francamente explosiva. Lo que hizo el presidente Hugo Chávez fue recuperar los ingresos del Estado por dos vías: negociación con los países de la OPEP para mejorar los precios del crudo a nivel internacional; luego recuperar los ingresos de PEDEVESA, mediante la eliminación de las intermediaciones de agentes muy corrompidos que dejaban gruesa parte del ingreso en sus propias manos, quedando el Fisco con una mínima parte.


Le acompañó, además, la fortuna, puesto que ya en los primeros años del SXXI la demanda asiática eleva los precios del petróleo, junto a los problemas del Oriente Medio, producto de la invasión a Irak. Esto lleva a una nueva bonanza petrolera que permite a Chávez hacer frente a la grave crisis social que vivía el país.


Se impone, en consecuencia, un modelo asistencialista, que prioriza la solución de los problemas de ingreso, educación, salud y alimentación de esa gran mayoría del pueblo que venía sufriendo enormemente por la prolongada crisis.


Es cierto que la inversión interna ha sido baja y que el gasto ha sido alto, y tal vez sea ese el talón de Aquiles del modelo chavista.


La segunda fase necesaria


La segunda fase del régimen bolivariano debe ser el enfrentar valiente y decididamente las exigencias de una economía de desarrollo viable, pragmática y novedosa. Debe partir por desarrollar alianzas estratégicas en diversas áreas, con países que sean un aporte tecnológico y de experticia que Venezuela carece.


En segundo lugar, debe abrir espacios al sector de inversiones no especulativas ni depredadoras, de empresarios privados, para que aporten al desarrollo de la mediana y micro empresa productiva, que reemplace a lo que ya quedó fuera de circulación y competitividad. Es la única forma de crear empleos dignos e incrementar el crecimiento de manera equitativa.


De igual manera debe desarrollar una agricultura que contiene una gran potencialidad, pues su clima permite hasta dos y tres cosechas por año, amén que se viene un tiempo de alta demanda de productos alimentarios.


Esta segunda fase no es sólo una obligación pendiente de Venezuela, sino que aqueja a casi toda América Latina, con excepción de Brasil, dado que todos nuestros países han optado por dedicar sus esfuerzos a vivir de las materias primas, dejando de lado las tareas exigentes del desarrollo en abanico de los mercados internos y de las competitividades modernas.


Puede que esta segunda fase no corresponda liderarla al comandante Chávez, pero sea quien sea que le suceda, deberá abordar este desafío ineludible, que es una propuesta de largo plazo y de profunda concentración de recursos intelectuales, éticos y políticos, además de los económicos.

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