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lunes, 19 de septiembre de 2011

El narcoterrorismo un cáncer por extirpar

Por Roberto Mejía Alarcón
Director del diario Crónica Viva de Lima Perú

Los luctuosos sucesos ocurridos en el valle de los ríos Apurímac y Ene, que han dejado como saldo la muerte de dos oficiales del Ejército Peruano y un tercer herido, debe ser interpretado como un mensaje tenebroso de Sendero Luminoso, el grupo terrorista que, pese a tener a su principal cabecilla y a la mayoría de sus secuaces en prisión, sigue actuando con la mayor impunidad, matando a mansalva y sin que a la fecha haya certeza de su total liquidación por las fuerzas del orden. (Ver nota informativa en Krohne Archiv en la edición del 15.9.2011).
Han transcurido treinta y un años, desde el 17 de mayo de 1980, cuando dio inicio a sus actividades criminales en Chuschi, un pequeño pueblo en Ayacucho, poniendo en zozobra a toda la nación, situación esta que no ha desaparecido, pese a los anuncios triunfalistas de quienes le han hecho creer a la colectividad peruana que el mal ya había sido superado y no había, por tanto, nada que temer.

El tiempo ha puesto al descubierto tal falsedad. El terrorismo, en contubernio desde tiempo atrás con el narcotráfico, continúa haciendo de las suyas, tratando de sabotear el anhelo popular de alcanzar una vida en democracia que permita un sólido consenso ideopolítico sobre temas que abran los caminos hacia una reconciliación Estado, Pueblo, Nación, que nos lleve a un proceso de desarrollo sin discriminaciones ni marginaciones y que nos integre, sabiendo que todos tenemos que dar una cuota de esfuerzo para acabar con ese tipo de administración del bien común altamente burocratizado, corrupto, especulativo, sin capacidad para asumir las necesidades básicas del pueblo.

Está claro que eso no será posible mientras el terrorismo siga actuando como hasta ahora, cumpliendo su macabro rol de compinche de los cárteles del tráfico ilícito de drogas en el valle de los ríos Apurímac y Ene.

La muerte del teniente coronel EP Esneider Ernesto Vásquez Silva y del capitán EP Jenner Alberto Vidarte Campos tiene ese significado. Como también lo tienen los sucesos acaecidos el 2 de setiembre del 2009, cuando el terrorismo derribó un helicóptero que se aprestaba a rescatar una patrulla militar en Acobamba, ocasionando tres muertes y ocho heridos; el 14 de diciembre del 2010, en que fue victimado un militar y otros seis fueron heridos, en Pangoa, Junín, en un enfrentamiento con los narcoterroristas; el 30 de diciembre del 2010, en La Convención, Cusco, donde tres policías murieron luego de una emboscada cuando se dirigían a Kepashiato; y el 10 de marzo del presente año, en el distrito de Huachocolpa, en el límite de Junín con Ayacucho, donde los terroristas derribaron un helicóptero que dejó herido al jefe del Estado Mayor del Comando VRAE, vicealmirante Carlos Tello Aliaga y al artillero EP Juan Pérez Inga.

Nos parece correcto que el pleno del Congreso haya guardado un minuto de silencio en homenaje a los defensores del Estado de Derecho, está bien que el señor Presidente de la República se haya hecho presente en el sepelio de los dos distinguidos militares caídos en cumplimiento de su deber. Pero más allá de esos actos simbólicos, es evidente que la nación, esta nación conformada inmensamente por ciudadanos que creen en la democracia, demanda una respuesta elocuente ante hechos como los que ahora preocupa y que le lleva a condenar toda forma de terrorismo.

¿Hasta cuándo continuará tan delicada situación? ¿La clase política tendrá capacidad para ponerse a la altura de las circunstancias? ¿O continuará limitando su actuación a esa perversa cultura del figuretismo, de escándalos y antagonismos sin objetivos ni rumbos claros? Esas son preguntas, entre otras, que se hace el ciudadano de a pie, angustiado por los muchos males que sufre la sociedad peruana.

Uno de ellos, el referente a la lucha contra la corrupción que se arrastra desde hace años, otro el de la falta de convergencia en las políticas para paliar el problema social, de la misma manera la falta de diálogo y de concertación que ponga en marcha el desarrollo sostenido del país. Pero, sabiendo que esos problemas, delicados e importantes por cierto, van por cuerda separada, tanto el oficialismo como la oposición deben de asumir la responsabilidad que les toca, para ponerse de acuerdo para extirpar, con las fuerzas de la ley, a ese cáncer que se llama terrorismo. ¿O es que sólo tienen puestos los ojos en las elecciones del 2016?

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