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LOS CANDIDATOS
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Estamos en año electoral, por tanto debemos
hablar de temas electorales. Puede que a mucha gente el tema le fastidie, lo
cual es comprensible, pero a quienes observamos la vida humana con intención de
rescatar de ella lo que sobresale de la polvareda que se levanta en el agite de
los cuerpos y de las almas, las cosas deben ser apreciadas según su peso
positivo o negativo, para ser indefectiblemente destacadas o criticadas.
Un debate entre los ocho postulantes, como el
que aconteció el miércoles, es un evento necesario para conocer varios aspectos de
los candidatos: su discurso, sus posturas, su desenvolvimiento psicológico, sus
simpatías y antipatías, sus intenciones, sus gestos espontáneos, su agilidad
mental para responder o derivar las respuestas, su profundidad en el
tratamiento de ciertos temas, su sensibilidad, sus salidas espontáneas, sus errores y sus aciertos.
Finalmente, la gran mayoría de las personas
que ven estos debates no serán capaces de hacer un balance crítico muy
exhaustivo. Lo más probable es que se queden con algún gesto, una postura, una
pose o una salida que le llamó la atención. Si usted interroga a cualquier
persona, luego de una hora pasado el
debate, sobre lo que respondió determinado candidato a una pregunta específica,
seguramente no será capaz de acertar con lo que esa persona dijo, ni siquiera
de manera aproximativa.
Pero un chiste, una controversia dura o
cualquier actitud o palabra que salga de lo normal en lo discursivo,
seguramente esa misma persona lo
recordará con detalles. Bueno, son ocho personas en simultáneo, lo que hace
casi una apuesta el poder recordar algo específico de lo que cada cual aventuró
expresar en tan poco tiempo y abigarrado decir.
Por tanto lo que queda grabado son las
controversias o los desplantes lúdicos, no los argumentos, o en todo caso, esto
queda guardado en una subcapa de la memoria, pero no en las más atentas.
También es cierto-y los expertos lo saben- las
gentes sufren una cierta empatía de
persona a persona, y de igual manera sufren lo contrario, es decir una
inexplicable antipatía. La juventud, la belleza, la fineza o rudeza de la
expresión, la lástima, lo sentimental, la sonrisa, el desplante relajado o
jocoso, es decir tantas variables de “imagen” estarán definiendo la postura
casi instintiva de respuesta del público observador ante las personas expuestas
a sus ojos en la pantalla.
No por casualidad Kennedy arrasó contra Nixon
en el legendario debate presidencial de los sesenta en EE.UU. No es que las respuestas de Kennedy hayan
sido más elaboradas que las de Nixon, que era un político bastante
experimentado. Pero Kennedy era joven, apuesto y tenía una hermosa esposa.
Ambos exhibían mucho “Charme”. Contra un
Nixon que se veía de más edad y desgarbado, con poco “feeling” y mucho menos
“sexy”. La otra ventaja que acompañó a
Kennedy, es que, además, era buen orador
y de buen y seductor estilo.
Es cierto que nuestros candidatos de los
últimos tiempos, poco han cultivado la sapiencia oratoria. En general son
hombres y mujeres de discurso modesto y argumentación notarial. Falta vuelo
retórico, de ese que eleva los conceptos a las alturas del águila para luego
dejarlos caer en picada hacia la presa perseguida y, con un certero aterrizaje,
atrapa la conciencia y la emotividad de las personas, con tal firmeza y
seguridad que ya nada le liberará de esas garras seductoras.
Los clásicos sabían de eso, pero vivimos,
ahora, el murmullo posmoderno, esa
especie de mensajería chismosa y trivial que imponen los medios masivos. Ya no
existe una grandilocuencia erudita y refinada; ya no se habla para conquistar
el alma, sino para apenas expresar un
recado que los sentidos traducen de manera cruda. Sufrimos una lógica
tartamuda, una afasia lingüística, un apocamiento del verbo, y eso hace que las ideas luzcan menesterosas,
pueriles, verdes, descompuestas o rengueantes.
En fin, la nostalgia de lo hermoso, de lo
grande y de lo heroico, hace a veces pensar que vivimos tiempos rudos pero sin
épica; tiempos de razón pero sin inteligencia; tiempos de prisa pero sin ritmo;
tiempos de fuerza, pero sin esfuerzo.
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