LOS FAGOCITARIOS
Por Hugo Latorre Fuenzalida.
Montaigne recordaba en sus Ensayos que la respuesta que dio Antístenes a quien le
preguntó por el mejor aprendizaje, fue:”desaprender el mal”.
No sé si lo correcto es decir “desaprender” o “rechazar”. Claro que es más profunda la
palabra desaprender, pero es más moderna la palabra “rechazar”. Porque vivimos
la relación sujeto-objeto ente la realidad, lo que nos hace ser tremendamente
“ideologizados y, por tanto, prejuiciados y superficiales.
En cambio la palabra “desaprender”es más
Heideggeriana, es decir va más a la raíz etimológica, porque cuando se
desaprende algo es por que primero se le ha conocido, saboreado, vivido
existencialmente, que es la forma más humana de saber.
Es un poco lo que acontece con el Papa Francisco y el
Vaticano. Los males de la Iglesia los ha vivido existencialmente, entonces
ahora, como bien aconseja Antístenes, los puede “desaprender”, que es como
aprender en regresión, sin abandonar su encarnamiento y sus anatómicas
expresiones. Es como hacer un análisis desestructurante, pieza por pieza, una
operación de desmontaje, de “deconstrucción”, que no es sólo intelectual, pues
es también sensitiva.
Acá, en nuestra república inmodesta, pensamos, desde el
discurso oficial, que “las instituciones funcionan”, pero esa frase es
engañosa, como los relojes que “funcionan” pero con retraso o con
intermitencias. Por lo demás, también los relojes funcionan cuando se echan a andar para activar una bomba.
De pronto, en este Chile de los mitos perdurables y
anquilosadas posturas, alguien, en el
estamento del poder piensa que hay que “desaprender” el mal instalado y
renuncia a militar en un partido o renuncia
aceptar un cargo; porque piensa que hay que “bajarse” de ese vehículo,
ya sea porque se avanza más andando solo y al margen, o porque de seguir
montado, o subirse, será víctima de la catástrofe que, él o ellos, la perciben como inminente.
No hay que preocuparse por el hecho de que los movimientos
que van al despeñadero puedan seguir sumando adeptos y triunfos: “¡O seculum
ignaro et infacetum!” (¡O siglo ignorante y torpe!), decía Catulo, a lo que se
suma el comentario tan indesmentible que nos regala aguda sabiduría: “A medida que tienen menos espíritu,
necesitan más cuerpo”. ( Montaigne).
Y nada hay más tonto que oponerse a tantísima autoridad de
tan antiguos y probados autores.
Entonces, quienes se desmarcan, se bajan o renuncian, gozan
del beneficio de la prudencia, lo que puede ir acompañado, a veces, de la
decencia, la sensibilidad o el hastío.
En todo caso, quienes sostienen estas posturas son, en
alguna medida, heroicos, puesto que para el ser humano -mamífero gregario y
achoclonado-, le es casi contranatura renunciar a la protección del rebaño y
disponerse al riesgo de las agresiones, propias de esta mundana selva, en la que siempre abundan
las alimañas. Pero sólo los espíritus elevados son capaces de buscar soledades
y volar alto, como decía otro grande, como fue Tolstoi.
No se dan cuenta, los que se quedan preso del entusiasmo
baladí de lo circunstancial, que están en proceso de fagocitar su propia
historia, o más bien, que avanzan fagocitando su tiempo hasta devorar sus
energías, en una especie de entropía. No pueden saberlo, pues están demasiado
involucrados en el tropel, impedidos de levantar la vista. Solo avanzan, no
importa que el destino sea dar vueltas
en círculos, como una maldición, o aproximarse
al despeñadero. Ni siquiera se darán cuenta
cuando caigan al vacío sus adelantados, como la piara de cerdos
evangélica, pues los posee una especie de espíritu demoniaco, arrebatado y suicida. Su única
posibilidad es correr, huir hacia adelante.
Esta viene siendo una generación política profundamente
fagocitaria. Se han comido los intereses y el crédito democrático; se han
devorado el entusiasmo de sus juventudes; no han podido forjar ningún
intelectual de peso, pues han ingestado
el espíritu de sus mejores cerebros. Este es un mal tan profundo, que sólo los
que sepan de profundidades lo podrán percibir; los demás vivirán al día,
gozando de la suave brisa de la mediocridad y de la llevadera estación de los
inocentes. Pero como el hambre de los fagocitarios es incontenible, las
instituciones que se han creado seguirán
funcionando, como un cronómetro retardado, pero que terminara,
indefectiblemente, por activar la carga que mantiene atada y pendiente de su
arrítmica marcha.
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